Profeta.
Martirologio Romano: Memoria de san Moisés, profeta,
a quien Dios eligió para liberar al pueblo oprimido en Egipto y conducirlo a la
tierra de promisión. También se le reveló en el monte Sinaí, diciéndole: «Yo
soy el que soy», y le propuso la ley para regir la vida del pueblo elegido.
Murió lleno de días en el monte Nebo, en tierra de Moab, a las puertas de la
tierra de promisión.
Etimología: Moisés = salvado de las aguas.
Viene de la lengua hebrea y egipcia.
Moisés juntamente con Abraham son los dos personajes
centrales del Antiguo Testamento. Es el libertador del pueblo elegido, y el
mediador de la Alianza renovada en el Sinaí, y conforme a ella es el
organizador de la teocracia hebrea. Tal fue su importancia en la historia de
Israel que muchas veces el Mesías es concebido como una reencarnación del gran
"Profeta" por antonomasia del Antiguo Testamento. Los días del Éxodo
habían quedado como los tiempos heroicos de la historia israelita y el
principal protagonista de las gestas, Moisés, quedó en la memoria de todas las
generaciones como el amigo de Dios por excelencia.
Su mismo nacimiento está ya marcado con el signo de la
predilección divina. Oriundo de la tribu de Leví, fue abandonado por su madre
en una cestilla de juncos en el Nilo. La persecución de los israelitas había
llegado a su punto culminante, y las madres hebreas tenían que deshacerse de
sus hijos varones, cuya extinción estaba decretada por las autoridades
egipcias. Son los tiempos de reacción contra los semitas. Habían pasado los
años de la dominación de los Hiksos, de origen asiático, que protegían a los
extranjeros oriundos de Canaán y Fenicia, porque les ayudaban a mantener
sujetos a los egipcios. José, el cananeo descendiente de Jacob, había logrado
escalar al amparo de esta situación de privilegio para los semitas, las más
altas dignidades del Estado egipcio. A su sombra los hebreos habían prosperado
desmesuradamente en la parte oriental del Delta, de tal forma que llegaron a
crear un problema a los mismos nativos súbditos del faraón. Al subir otra
dinastía, de procedencia netamente egipcia, se generalizó una política de
persecución contra los extranjeros semitas, que habían colaborado con los
odiados Hiksos. Víctimas de esta política sectaria fueron entre otros los
hebreos, que pacíficamente se dedicaban a la cría de rebaños en Gesen. La
opresión sobrepasaba toda medida, y Dios iba a intervenir milagrosamente para
salvar a su pueblo vinculado a la promesa de bendición hecha al gran antepasado
Abraham. Para ello había de preparar al instrumento de su especial providencia.
La Biblia recalca estas intervenciones milagrosas de Dios en la vida de Moisés.
El niño fue recogido por una princesa egipcia, que se lo llevó a la corte del
faraón como hijo adoptivo, dándole el nombre de "Mossu" o Moisés, que
en egipcio parece significar simplemente niño. Allí creció formado conforme a
la exquisita educación cortesana. El alma egipcia se distingue por su
delicadeza y bondad. Conocemos muchas composiciones literarias llenas de
belleza estilística y de grandes pensamientos. Quizá el niño hebreo tuvo entre
sus manos las maravillosas "Enseñanzas de Amenhemec", que dejarán
huella en la literatura sapiencial hebraica.
La vida de Moisés en la corte era muelle y distraída entre
cantos de harpistas y recitaciones de versos por los escribas. Pero en sus
oídos resonaban los gritos de dolor de sus compatriotas que estaban empleados
en trabajos forzados en la construcción de una ciudad residencial que llevará
el nombre de su fundador Ramsés II. Los capataces egipcios imponían horas agotadoras
de trabajo y manejaban el bastón con demasiada frecuencia. Por otra parte los
nativos despreciaban a sus compatriotas y les hacían la vida imposible. Un día
el joven cortesano Moisés vio que un egipcio estaba abofeteando a un
compatriota. La sangre le hirvió en las venas, y en un momento de furor mató al
egipcio agresor. Para evitar consecuencias enterró su cadáver en la arena. Pero
el hecho trascendió, pues su compatriota, al que había ayudado, le delató ante
la opinión pública. El asunto era muy grave, y Moisés tuvo que abandonar la
corte para no caer en manos de la policía egipcia. La península del Sinaí con
sus estepas era el mejor lugar para huir a las pesquisas de los egipcios.
Saliendo de la zona oriental del Delta, donde estaba la corte del faraón, le
bastaban unas horas de camino para encontrarse ya en terreno de nadie.
El joven hebreo debió adaptarse a la nueva vida, muy
distinta de la complicada de la corte faraónica. Durante años su género de vida
será la del beduino que conduce sus rebaños de un lugar a otro en busca de
pastos. Pronto entró en relaciones con un jeque-beduino, que como Melquisedec
era también sacerdote de su tribu. De su experiencia se aprovechará más tarde
para organizar la vida civil de los israelitas. El momento culminante de la
vida trashumante de Moisés por las estepas sinaíticas es aquel en que el Dios
de Israel se le apareció en una zarza ardiendo, con la declaración solemne:
"Yo, soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el
Dios de Jacob". Desde ese momento Moisés tendrá que hacerse cargo de una
ardua misión, la de salvar a sus compatriotas de la opresión egipcia. Sin duda
que Moisés había oído entre los suyos de las bendiciones especiales que su Dios
había prometido a sus antepasados, los gloriosos patriarcas Abraham, Isaac y
Jacob. Ahora Dios se declaró solemnemente vinculado a sus legendarios padres.
Pero el nombre de "Dios (Elohim) de Abraham..." le parece demasiado
genérico para en nombre suyo presentarse como el liberador de sus compatriotas,
y así preguntó a Dios por su nombre específico, que autenticara su misión. En
su estancia entre los egipcios había oído hablar de los diversos nombres de sus
dioses, y por eso ahora quiere que su "Dios" le revele el nombre
concreto que defina su personalidad. La respuesta por parte de Dios no pudo ser
más evasiva: a la pregunta inquisidora llena de vana curiosidad "¿Tú quién
eres?" respondió: "¡Yo soy el que soy!". Dios quiso rodear de
misterio su nombre para que no se le materializara concibiéndole de un modo
sensible conforme a cualquier noción basada en la imaginación, En adelante
"El que es" ("Yahvé") será la mejor definición de la
trascendencia divina. En el Decálogo se prohibirá representar sensiblemente al
Dios de los israelitas, que se ha querido definir misteriosamente como:
"El que es".
Ahora empieza una nueva etapa de la vida de Moisés. Por
orden de su Dios debe volver a Egipto para convencer al faraón de la necesidad
de que el pueblo israelita salga hacia el desierto. En los planes de Dios
Israel debe aislarse de los otros pueblos hasta adquirir una nueva conciencia
religiosa y nacional. En los años de estancia en el país del Nilo se había
contaminado con los cultos idolátricos y era preciso despertar en él la
añoranza de sus antiguas tradiciones patriarcales en tierra de Canaán, que les
iba a ser entregada como heredad. Para ello nada mejor que llevarle a las
estepas del Sinaí para hacerle olvidar las idolatrías de Egipto e ilusionarle
con la "tierra que mana leche y miel de Canaán. El cometido de Moisés es
difícil. El faraón se resistía a desprenderse de aquellos semitas que
necesitaba para sus obras de construcción. Por fin, después de los milagros de
las plagas permitió que los israelitas se fueran al desierto. Moisés decidió la
marcha y en el mes de Abib (Nisán) sus compatriotas celebraron la fiesta
agrícola de la Pascua, que este año tenía carácter de despedida, y había de
quedar como recuerdo de la liberación de la opresión egipcia. Los israelitas
salieron furtivamente con los despojos de los egipcios camino del desierto.
El éxodo no quedó desapercibido. El faraón revocó su
permiso y envió un destacamento armado para obligarles a volver. La suerte
estaba echada, y Moisés no permitió a los suyos el retorno, y así les animó a
correr hacia la estepa, pero llegó un momento en que no pudieron avanzar. Ante
ellos se extendía una laguna de agua que les cerraba el paso. De nuevo la
intervención taumatúrgica de Moisés salvó la situación. Yahvé envió un viento
huracanado, y el agua se retiró de forma que los hebreos pudieron pasar a pie
enjuto, Detrás el ejército del faraón entró en su persecución sin apercibirse
de la anomalía de la retirada del agua, creyendo fuera la retirada normal de la
marea; pero, cuando los israelitas habían pasado, el agua volvió de nuevo y
anegó a los soldados y carros del faraón. Es el gran portento del paso del mar
Rojo, que será el símbolo de la protección de Yahvé a su pueblo. Durante
generaciones los israelitas contarán el gran milagro, que había tenido lugar
allá en tiempos de los faraones de la XIX dinastía (s. XIII a. de J. C.).
Pasado el mar Rojo los hebreos se adentraron en la
península sinaítica, hasta llegar a una gran montaña, que también iba a tener
eco en la tradición israelita. La nueva legislación que iba a enmarcar la
teocracia hebrea surgiría en la cima de ese monte donde Yahvé se manifestó a
Moisés como "un amigo a otro amigo". Allí se establecieron, en
efecto, las bases de la nueva teocracia: de un lado Israel debía reconocer a
Yahvé como Dios único, comprometiéndose a guardar sus preceptos, y de otro
Yahvé prometía protegerle como pueblo a través de la historia. Sin embargo,
este pacto fue roto muchas veces ya en los días de la peregrinación en el
desierto. El pueblo hebreo siguió con su propensión a la idolatría, levantando
al pie del Sinaí un becerro de oro para adorarle. En la marcha a través del
desierto Israel se mostró como pueblo de dura cerviz. Se multiplicaban los
milagros (el maná, las codornices, el agua de la roca), pero a la primera
contrariedad los hebreos querían abandonar a su Dios y volverse a Egipto. Es el
caudillo Moisés el que tuvo que hacer frente a esta obstinación materialista.
Durante una generación su vida estuvo consagrada a modelar el alma nacional y
religiosa de un pueblo rudo y recalcitrante, y cuando se hallaba ya para entrar
en la tierra de promisión murió, haciendo sus últimas recomendaciones de
fidelidad a Yahvé. Por una falta misteriosa que la Biblia no especifica, el
gran libertador de los israelitas fue privado de entrar en Canaán, término de
la larga peregrinación por el desierto.
Su recuerdo permaneció vivo en el pueblo de Israel.
"No hubo nunca más en Israel un profeta como Moisés, a quien Yahvé conoció
cara a cara". Es la síntesis que de él hace el autor del Deuteronomio. Su
obra, la "Ley" constituyó la base de la vida religiosa y política del
pueblo elegido hasta los tiempos del Mesías. Jesucristo dirá que no vino a
abolirla, sino a perfeccionarla en su pleno sentido espiritualista y ético. Es
la mejor consagración de una obra legislativa que giraba en torno al destino
excepcional de un pueblo del que había de salir el Salvador del mundo. En la
visión del Tabor, Moisés —símbolo de la Ley del Antiguo Testamento—, y Elías
—símbolo del profetismo— hacen la escolta de honor al Dios-Mesías. Por eso la
Iglesia cristiana, que se considera la heredera del "Israel de las
promesas", ha sentido siempre una gran veneración por el gran Legislador y
Profeta del Antiguo Testamento.
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