Mártir y Obispo.
La obra misionera de San Bonifacio no habría sido posible
sin la organización política y social europea de Carlomagno. Bonifacio o
Winfrid parece que perteneció a una noble familia inglesa de Devonshire, en
donde nació en el año 673 (ó 680). Fue monje en la abadía de Exeter, y después
se dedicó a la evangelización de los pueblos germánicos, más allá del Rin.
Quiso ir a Frisia, pero no le fue posible por la hostilidad entre el duque
alemán Radbod y Carlos Martelo.
Entonces Winfrid fue a Roma en peregrinación para orar
sobre las tumbas de los mártires y recibir la bendición del Papa. San Gregorio II apoyó el compromiso misionero, y Winfrid regresó a Alemania. Se detuvo en
Turingia, luego pasó a Frisia, recientemente sometida por los francos, y allí
logró las primeras conversiones.
Durante tres años recorrió gran parte del territorio
germánico. Los Sajones correspondieron con entusiasmo a su predicación. El Papa
lo llamó a Roma, lo consagró obispo y le dio el nuevo nombre de Bonifacio.
Durante el viaje de regreso a Alemania, en un bosque de Hessen, hizo derribar
un gigantesco roble al que los pueblos paganos le atribuían poderes mágicos,
porque decían que era sede de un dios. Ese gesto fue considerado como un
desafío a la divinidad y los paganos corrieron para presenciar la venganza del
dios ofendido. Bonifacio aprovechó la ocasión para transmitirles el mensaje
evangélico. A los pies del roble derribado hizo construir la primera iglesia,
que dedicó a San Pedro.
Antes de organizar la Iglesia a orillas del Rin, pensó en
la fundación, entre las regiones de Hessen y Turingia, de una abadía, que fuera
el centro propulsor de la espiritualidad y de la cultura religiosa de Alemania.
Así nació la célebre abadía de Fulda, comparable con la de los benedictinos de
Montecassino por la actividad y el prestigio. Eligió a Maguncia como sede
arzobispal, pero expresó el deseo de ser enterrado en Fulda.
Ya anciano, pero todavía infatigable, regresó a Frisia. Lo
acompañaban unos cincuenta monjes. El 5 de junio había citado cerca de Dokkum a
un grupo de catecúmenos. Era el día de Pentecostés; estaban comenzando la
celebración de la Misa cuando un grupo de Frisones armadas con espadas
asaltaron a los misioneros. Bonifacio les dijo a los compañeros: “No teman.
Todas las armas de este mundo no pueden matar nuestra alma”. Cuando la espada
de un infiel cayó sobre su cabeza, él trató de cubrirse con el misal, pero el
enemigo derribó el libro y le cortó la cabeza al mártir.
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