02-04-2012 Radio Vaticana
(RV).- Benedicto XVI exhortó a unos cinco mil peregrinos de Madrid –que vinieron a
agradecerle al Papa por su viaje a España, para la JMJ –a testimoniar– en todo
momento y por doquier con valentía y fidelidad– la potencia y la luz de Cristo
que transforma el mundo y es el mejor de los amigos.
Al recibir en audiencia, en el Aula Pablo VI –animada por
un ambiente de gran alegría y fervor– a estos numerosos y queridos amigos,
encabezados por el Cardenal Arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, el Santo Padre, evocó al beato Juan Pablo II y sus palabras fueron
recibidas con un conmovido y gran aplauso:
«Me complace dar la bienvenida, junto a la sede de Pedro,
a quienes formáis parte de esta peregrinación, que habéis organizado con
ilusión para agradecer al Papa su viaje a España con motivo de la Jornada
Mundial de la Juventud, celebrada el pasado mes de agosto. Saludo cordialmente
a las autoridades, organizadores, patrocinadores y voluntarios, pero, de modo
muy especial, a los jóvenes, que son los protagonistas y principales
destinatarios de esta iniciativa pastoral impulsada vigorosamente por mi amado
predecesor, el beato Juan Pablo II, del que hoy recordamos su tránsito al
cielo».
Asegurando que no olvida la bellísima experiencia vivida
en la capital española y que su corazón se llena de gratitud a Dios porque
desde su llegada, «se sucedieron y multiplicaron las muestras de acogida y
hospitalidad, junto a la fe y la alegría de los jóvenes, que se convirtieron en
signos elocuentes de Cristo resucitado», y haciendo hincapié que «aquel
espléndido encuentro sólo puede entenderse a la luz de la presencia del
Espíritu Santo en la Iglesia. Él no deja de infundir aliento en los corazones,
y continuamente nos saca a la plaza pública de la historia, como en
Pentecostés, para dar testimonio de las maravillas de Dios», el Papa reiteró
que Cristo cuenta con la importante colaboración y testimonio de la juventud:
«Vosotros estáis llamados a cooperar en esta apasionante
tarea y merece la pena entregarse a ella sin reservas. Cristo os necesita a su
lado para extender y edificar su Reino de caridad. Esto será posible si lo
tenéis como el mejor de los amigos y lo confesáis llevando una vida según el
evangelio, con valentía y fidelidad. Vosotros estáis llamados a cooperar en
esta apasionante tarea y merece la pena entregarse a ella sin reservas. Cristo
os necesita a su lado para extender y edificar su Reino de caridad. Esto será
posible si lo tenéis como el mejor de los amigos y lo confesáis llevando una
vida según el evangelio, con valentía y fidelidad».
«Alguno podría suponer que esto no tiene nada que ver con
él o que es una empresa que supera sus capacidades y talentos. Pero no es así»,
dijo Benedicto XVI, alentando a
reflejar con la propia vida la potencia del amor del Señor que transforma el
mundo:
«En esta aventura nadie sobra. Por ello, no dejéis de
preguntaros a qué os llama el Señor y cómo le podéis ayudar. Todos tenéis una
vocación personal que él ha querido proponeros para vuestra dicha y santidad.
Cuando uno se ve conquistado por el fuego de su mirada, ningún sacrificio
parece ya grande para seguirlo y darle lo mejor de sí mismo. Así hicieron
siempre los santos extendiendo la luz del Señor y la potencia de su amor,
transformando el mundo hasta convertirlo en un hogar acogedor para todos, donde
Dios es glorificado y sus hijos bendecidos».
En este contexto, el Papa recordó que Cristo los ayudará a
propagar su bondad, misericordia y consuelo, sin complejos ni temores:
«Queridos jóvenes, como aquellos apóstoles de la primera
hora, sed también vosotros misioneros de Cristo entre vuestros familiares,
amigos y conocidos, en vuestros ambientes de estudio o trabajo, entre los
pobres y enfermos. Hablad de su amor y bondad con sencillez, sin complejos ni
temores. El mismo Cristo os dará fortaleza para ello. Por vuestra parte,
escuchadlo y tened un trato frecuente y sincero con él. Contadle con confianza
vuestros anhelos y aspiraciones, también vuestras penas y las de las personas
que veáis carentes de consuelo y esperanza. Evocando aquellos espléndidos días,
deseo exhortaros asimismo a que no ahorréis esfuerzo alguno para que los que os
rodean lo descubran personalmente y se encuentren con él, que está vivo, y con
su Iglesia».
«Ayer, con la solemnidad del domingo de Ramos, hemos
iniciado la Semana Santa, en la que seguimos los pasos de Cristo hasta la
celebración de su misterio pascual. Lo aclamamos como Mesías e Hijo de David,
agitando, como los niños y jóvenes de Jerusalén, las palmas de la salvación y
del júbilo. Al mismo tiempo, contemplamos su dolorosa pasión y su humillación
hasta la muerte», recordó Benedicto XVI,
con una nueva exhortación:
«Os invito, durante estos días santos, a uniros plenamente
a nuestro Redentor, recordando aquel solemne Vía Crucis de la Jornada Mundial
de la Juventud. En él oramos conmovidos ante la belleza de aquellas imágenes
sagradas, que expresaban con hondura los misterios de nuestra fe. Os animo a
cargar también vosotros con vuestra cruz, y la cruz del dolor y de los pecados
del mundo, para que entendáis mejor el amor de Cristo por la humanidad. Así os
sentiréis llamados a proclamar que Dios ama al hombre y le envió a su Hijo, no
para condenarlo, sino para que alcance una vida plena y con sentido».
La próxima cita de los jóvenes del mundo es la de Río de Janeiro en 2013. Una vez más, el
Santo Padre recibió un gran aplauso cuando puso de relieve que la Iglesia –siempre
joven– prosigue su apostolado por los caminos del mundo, proclamando la alegría
cristiana a toda la humanidad:
«Queridos amigos, estoy seguro de que ya estáis pensando
en ir a Río de Janeiro, donde muchos jóvenes del mundo entero volverán a
congregarse, en lo que sin duda será un hito más del camino de la Iglesia,
siempre joven, que quiere ensanchar el horizonte de las nuevas generaciones con
el tesoro del evangelio, pujanza de vida para el mundo. Como ahora avanzamos
con los ojos fijos en la inminente aurora de la Pascua, que la celebración de
la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil sea una nueva y gozosa experiencia
de Cristo resucitado, que conduce a toda la humanidad hacia la claridad de la
vida que procede de Dios».
Antes de despedirse y de dar su bendición, el Papa
encomendó a todos al amparo de la Madre de Dios y Madre nuestra:
«Que María Santísima, que permaneció silenciosa al pie de
la cruz de su Hijo y esperó paciente el cumplimiento de sus promesas, sea
siempre para vosotros Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza vuestra.
Gracias, muchas gracias por vuestra presencia festiva y jovial, queridos
jóvenes. Os bendigo de todo corazón».
(CdM - RV)
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