Ser víctima y victimario es camino seguro a la deshumanización y una limitante en la realización del ser humano. Pero la víctima no existencia por casualidad, sino que alguien las causa: un victimario. Por otra parte, las situaciones de dolor, culpa y pecado, injusticia y deshumanización que padecemos pueden ser asumidas en forma positiva o negativa. Afrontarlas negativamente conlleva a la condenación y eliminación propia o de los demás. Es obstaculizar, limitar y aniquilar el futuro. Asumir positivamente el dolor o la culpa es una gran oportunidad para la humanización, para crecer en experiencia fraterna y en la compasión. Es gestar y concretar el futuro de vida saludable desde el presente.
A
través de dos textos del evangelio de San Lucas, el propósito es reflexionar y
considerar el sentimiento y la conciencia en relación a la culpa y el pecado
como realidades presentes en el ser humano; pero a la vez caer en la cuenta que
la conciencia de la culpa y del pecado principia el camino para perdonar,
restablecer los vínculos y engrandecer la vida.
En el
texto de Lc 16, 1-8 Jesús no aprueba el engaño como tampoco es complaciente con
la deshonestidad del administrador. Jesús utiliza el proceder del administrador
para impactar en sus oyentes y sacarlos de la falsa seguridad de la perfección
y de la inmovilidad complaciente. La meta de Jesús es sacudir a la persona y
despertarlo de la inmovilidad limitante. Ello implica romper con la auto-justificación
engañosa o consoladora. Es muy importante ser creativos o ingeniosos para
conectar con nuestra interioridad y administrar nuestras capacidades para
recuperar y crear vínculos saludables y vivificantes.
Por
otra parte, en el texto de Lc 18, 1-8 encontramos a una mejer sola y viuda ante
el juez indiferente. La mujer viuda está expuesta a lo negativo y al abuso, no
sólo de sus enemigos, sino también es vulnerable ante un juez arrogante. La
mujer está afectada en la búsqueda de su dignidad. Es víctima e indefensa ante
fuerzas limitantes.
Los
enemigos de la mujer representan todo aquello que hace sufrir, afligir, hiere y
limita la vida. Por su parte, el juez representa el egoísmo (super-yo), el
poder prepotente, el monólogo excluyente y la autoridad abusiva. Ésa fuerza
exterior o interior que pretende empequeñecer y callar la fuerza del Espíritu
presente en la vida.
La
mujer represente la fuerza del espíritu y la vida que lucha por un bienestar
justo e integral. La perseverancia, la confianza, la oración y el diálogo
abierto son medios aparentemente débiles, pero son la fuerza esencial que
remueve el mal limitante y, fuerza que amplia y engrandece la vida. En la
mirada amplia, en la oración perseverante y en el diálogo sincero con el “otro”
el espíritu florece, la carga se aligera y las heridas encuentran el remedio.
La acogida, la oración y el diálogo ayudan a entrar en contacto con nuestro
verdadero yo. El mundo del mal, los enemigos de la vida, el sentimiento de
culpa y el pecado que hacen sufrir no han de empañar, limitar y destruir la
presencia cercana y actuante de Dios que favorece el espíritu de comunión.
Por
ello, pretender desarrollar la vida sólo desde el sentimiento de culpa es
empequeñecer al ser humano, es despreciarlo y destruirlo. Anclarse en el
sentimiento de culpa es encerrarse en la auto-referencialidad y en el
narcisismo perfeccionista. Jesús en las dos parábolas enseña a salir de este
encerramiento limitante asumiendo el padecimiento y el dolor, no para promover
un narcisismo espiritual; sino para provocar la fuerza del efecto dominó que
tiene la toma de conciencia del pecado para no permitir que la culpa y la falta
se enraícen como paralizantes. Los dos textos bíblicos nos desafían a no
esconder o justificar la culpa y el pecado, sino a ponernos en relación con ese
“otro” causante de dolor. La culpa y el pecado es necesario gestionarlo desde
la gracia del perdón para sanar. Tomar conciencia de la culpa y del pecado es
buscar la raíz del dolor y asumirlo para salir al encuentro de la
reconciliación, de la salud psíquica y física. Es necesario pasar de una praxis
religiosa de auto-referencialidad a una mística antropológica cristiana
inter-relacional. Engrandecer la vida participando del reino de Dios es
imposible, real y liberadora.
Conclusiones
a partir de los textos bíblicos considerados:
1. El sentimiento de
culpa es propio de la naturaleza humana y es universal, pero es impropio y
enfermizo encerrarse en la culpabilidad narcisista y en el perfeccionismo
farisaico.
2. Es saludable y
liberadora reconocer en la praxis cotidiana y religiosa aquellas actitudes que
adormecen el Espíritu de Dios presente en la persona.
3. La culpa y el
pecado no ha de ser asumido desde la rabia narcisista o sólo desde la
transgresión, sino desde la conciencia de la gravedad del mal y la debilidad
propia del ser humano.
4. Dios nos ah
principiado a todos con misericordia y para la comunión. El encapsulamiento de
la misericordia de Dios y la cerrazón al amor salvífico es responsabilidad de
la persona.
5. La práctica de la
reconciliación desde la conciencia de la culpa y el pecado es gracia sanante y
don encarnado de Dios que principian el engrandecimiento de la vida.
6. La oración no sirve
para conseguir cosas. La oración es “útil” para cultivar la confianza, para
gestionar la solidaridad y para humanizar el corazón.
7. Para salir de la
culpa y para sanar es necesario concienciar el dolor y dar nombre al
sentimiento que hiere.
8. La humildad y la
sinceridad ayudan a ubicarse como creatura para la grandeza y potencia el
engrandecimiento de la vida.
P. Joselito López
Osorio MSC
[1] GRüN, Anselm
(2003) Jesús, imagen de los hombres. El evangelio de Lucas. (7ª reimp. 2014)
Verbo Divino. España, pp. 60-61 y 69-71; PAGOLA, José Antonio (2012) El camino
abierto por Jesús. Lucas (6ª Ed.) PPC. España, pp. 254-261 y 284-290; PASCUAL
GARCÍA, José Ramón (2020) El principio compasión. Vivir desde una ética
samaritana. PPC. España, pp. 37-73; CENCINO, Amadeo (2019) Ladrón perdonado. El
perdón en la vida del sacerdote. (4ª Reimp.) Sal Terrea. España, pp. 89-119; DOMINGUEZ
MORANO, Carlos (2019) Creer después de Freud. (4ª Ed.) San Pablo. España, pp.
140-169
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