1. Editorial
Hace tres años el Papa
Francisco introdujo en la iglesia la Jornada Mundial de los Pobres. Se celebra
siempre el domingo anterior del domingo de Cristo Rey. Este año tiene el lema
“Tiende tu mano al Pobre” (Si 7,32). En vez de la reflexión sobre el evangelio
pueden leer el mensaje del Papa Francisco para este día y conversar, lo que mas
les llama la atención en este mensaje.
El martes hemos vivido una
vacancia del presidente y un cambio de gobierno en el país. Fue un acto
político legal pero muy cuestionado por grandes sectores del país. Es
importante, que las diferentes opiniones se puedan expresar libremente sin
recurrir a la violencia. Háganlo Ustedes también como familia. Y oremos por
nuestro país en estos momentos difíciles.
Su P. Reinaldo Nann, Obispo de
Caravelí
2. Celebración
Preparar: Altar
familiar
Canto de entrada: Patria
(Ascoy) https://youtu.be/EvoBWvlf7h4?list=RDEvoBWvlf7h4
En el nombre…
Acto del Perdón
Gloria
ORACIÓN (Por
la Patria): Oh Dios, que, con admirable providencia dispones todas las cosas,
atiende las oraciones por nuestra patria, para que, mediante la sabiduría de
sus autoridades y la honestidad de los ciudadanos, se consoliden la concordia y
la justicia, y se realicen la paz y una prosperidad constante. Por nuestro
Señor Jesucristo. Amen.
Lectura del libro de los
Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31
Una mujer hacendosa,
¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de ella, y
no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los días de su
vida. Adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus manos. Aplica
sus manos para hilar, y con sus dedos elabora el tejido. Abre sus manos al
necesitado y extiende sus brazos al pobre. Engañosa es la gracia, fugaz la
hermosura, la que teme al Señor merece alabanza. Cántenle por el éxito de su
trabajo, que por sus obras la alaben todos. Palabra de Dios. R. Te
alabamos, Señor.
Salmo (127) R. Dichoso el que teme al Señor.
– Dichoso el que teme al
Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te
irá bien. / R.
– Tu mujer, como parra
fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de
tu mesa. / R.
– Ésta es la bendición del
hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la
prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida. / R.
Lectura de la primera
carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 5, 1-6
Hermanos: En lo referente
al tiempo y a las circunstancias no necesitan, que les escriba. Ustedes saben
perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando
diga la gente: «qué paz, qué seguridad», entonces, de improviso, les
sobrevendrá la ruina, como los dolores del parto a la que está encinta, y no
podrán escapar. Pero a ustedes hermanos, como no viven a oscuras no los
sorprenderá ese día como a un ladrón, porque todos son hijos de la luz e hijos
del día; no lo son de la noche ni de las tinieblas. Así, pues, no durmamos como
los demás, sino estemos vigilantes y vivamos sobriamente. Palabra de
Dios. R. Te alabamos, Señor.
Aleluya
Lectura del santo
evangelio según san Mateo 25, 14-30 R. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus
empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata,
a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que
recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco.
El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió
uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de
mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las
cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó
otros cinco, diciendo: “Señor cinco talentos me dejaste, mira, he ganado otros
cinco”. Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como
has sido fiel en lo poco te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu
señor”. Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos
talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. Su señor le dijo: “Muy bien.
Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un
cargo importante; pasa al banquete de tu señor”. Finalmente, se acercó el que
había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que cosechas
donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder mi talento
bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. El señor le respondió: “Eres un empleado
negligente y holgazán. ¿Con que sabías que cosecho donde no siembro y recojo
donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al
volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quítenle el talento y
dénselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al
que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil échenlo
fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”». Palabra
del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Reflexión Leemos
el mensaje del Papa Francisco para la Jornada de los Pobres y conversamos, como
podemos tender nuestra mano a los pobres. Hagan un propósito.
CREDO
ORACIÓN UNIVERSAL
C. Señor, nos has mostrado
tu misericordia ante los problemas de todos los hombres, te pedimos que
atiendas estas súplicas que te presentamos:
R. Ten misericordia,
Señor.
1. Señor, asiste con tu
fuerza la vocación de nuestro santo padre Francisco; para que por él nos llegue
la Gloria del Padre. Roguemos al Señor. /R.
2. Señor, te pedimos por
nuestra patria, que está atravesando momentos difíciles. Ayúdanos a encontrar
soluciones en el dialogo sin violencia. Roguemos al Señor. /R.
3. Señor, te pedimos por
todos los que trabajan en la construcción de un mundo más humano, más justo,
según el proyecto de Dios; para que no se desalienten y perseveren en su
empeño. Roguemos al Señor. /R.
5. Señor, atiende a los pobres,
a los que viven lejos de sus familia, a los que están solos; a todos aquellos
que pasan necesidad, miedo y dolor. Roguemos al Señor. /R.
6. Señor, te pedimos por
todos los que participamos de esta Santa Eucaristía; para que el Santo Alimento
que vamos a compartir hoy, sea la fuente inagotable de la fuerza que necesitamos
para seguir adelante en este mundo, con todos sus desafíos. Roguemos al Señor./
R.
(Pueden añadirse
peticiones particulares)
C. Señor, escucha nuestro
clamor y ten misericordia de nosotros. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Padre Nuestro,
Comunión Espiritual
Oración: Cristo
Resucitado, ante esta pandemia nos hemos sentido como las mujeres ante la tumba
de Jesús: tristes y desvalidos. ¿Quién nos moverá la piedra de la tumba? ¡Y
vienes tu Señor diciéndonos “Alégrense!” Ya no estás muerto, has resucitado.
Queremos ver a un Perú resucitando de la pandemia. A un Peru que se levanta de
esta tumba de la muerte. A un Peru solidario, que recupera su esperanza y
empiece a respirar. Señor, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad. Haznos
soñar un nuevo Perú, que se levanta de la tumba a la vida. Dios de la vida y de
la resurrección, ayúdanos a resucitar ahora. Amen.
Bendición de los Padres a sus hijos
Canto final: Vos
sos el Dios de los Pobres https://youtu.be/l07dX6wQ96M
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Noticias
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La misa del del domingo se transmite en el
Facebook de tu parroquia (y a las 7am en vivo desde Caravelí en Facebook: #Prelatura de Caravelí).
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Martes 17: Santa Isabel de Hungría
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Sábado 21: Presentación de la Virgen María
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Domingo 22: Cristo Rey
MENSAJE DEL SANTO PADRE
FRANCISCO: IV JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES - 15 de nov de 2020
“Tiende tu mano al pobre”
(cf. Si 7,32). La antigua sabiduría ha formulado estas palabras como un código
sagrado a seguir en la vida. Hoy resuenan con todo su significado para
ayudarnos también a nosotros a poner nuestra mirada en lo esencial y a
superar las barreras de la indiferencia. La pobreza siempre asume
rostros diferentes, que requieren una atención especial en cada situación particular;
en cada una de ellas podemos encontrar a Jesús, el Señor, que nos reveló estar
presente en sus hermanos más débiles (cf. Mt 25,40).
1. Tomemos en nuestras
manos el Eclesiástico, también conocido como Sirácida, uno de los libros del
Antiguo Testamento. Aquí encontramos las palabras de un sabio maestro que vivió
unos doscientos años antes de Cristo. Él buscaba la sabiduría que hace a los
hombres mejores y capaces de escrutar en profundidad las vicisitudes de la
vida. Lo hizo en un momento de dura prueba para el pueblo de Israel, un tiempo
de dolor, luto y miseria causado por el dominio de las potencias extranjeras.
Siendo un hombre de gran fe, arraigado en las tradiciones de sus antepasados,
su primer pensamiento fue dirigirse a Dios para pedirle el don de la sabiduría.
Y el Señor le ayudó. Desde las primeras páginas del libro, el Sirácida expone
sus consejos sobre muchas situaciones concretas de la vida, y la pobreza es una
de ellas. Insiste en el hecho de que en la angustia hay que confiar en Dios: «Endereza
tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él
y no te separes, para que al final seas enaltecido. Todo lo que te sobrevenga,
acéptalo, y sé paciente en la adversidad y en la humillación. Porque en el
fuego se prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la humillación.
En las enfermedades y en la pobreza pon tu confianza en él. Confía en él y él
te ayudará, endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al Señor,
aguardad su misericordia y no os desviéis, no sea que caigáis» (2,2- 7).
2. Página tras página,
descubrimos un precioso compendio de sugerencias sobre cómo actuar a la luz de
una relación íntima con Dios, creador y amante de la creación, justo y
providente con todos sus hijos. Sin embargo, la constante referencia a Dios no
impide mirar al hombre concreto; al contrario, las dos cosas están
estrechamente relacionadas. Lo demuestra claramente el pasaje del cual se toma
el título de este Mensaje (cf. 7,29-36). La oración a Dios y la solidaridad con
los pobres y los que sufren son inseparables. Para celebrar un culto que sea
agradable al Señor, es necesario reconocer que toda persona, incluso la más indigente
y despreciada, lleva impresa en sí la imagen de Dios. De tal atención deriva el
don de la bendición divina, atraída por la generosidad que se practica hacia el
pobre. Por lo tanto, el tiempo que se dedica a la oración nunca puede
convertirse en una coartada para descuidar al prójimo necesitado; sino todo lo
contrario: la bendición del Señor desciende sobre nosotros y la oración logra
su propósito cuando va acompañada del servicio a los pobres.
3. ¡Qué actual es esta
antigua enseñanza, también para nosotros! En efecto, la Palabra de Dios va más
allá del espacio, del tiempo, de las religiones y de las culturas. La
generosidad que sostiene al débil, consuela al afligido, alivia los
sufrimientos, devuelve la dignidad a los privados de ella, es una condición
para una vida plenamente humana. La opción por dedicarse a los pobres y atender
sus muchas y variadas necesidades no puede estar condicionada por el tiempo a
disposición o por intereses privados, ni por proyectos pastorales o sociales
desencarnados. El poder de la gracia de Dios no puede ser sofocado por la
tendencia narcisista a ponerse siempre uno mismo en primer lugar. Mantener la
mirada hacia el pobre es difícil, pero muy necesario para dar a nuestra vida
personal y social la dirección correcta. No se trata de emplear muchas
palabras, sino de comprometer concretamente la vida, movidos por la caridad
divina. Cada año, con la Jornada Mundial de los Pobres, vuelvo sobre esta
realidad fundamental para la vida de la Iglesia, porque los pobres están y
estarán siempre con nosotros (cf. Jn 12,8) para ayudarnos a acoger la compañía
de Cristo en nuestra vida cotidiana.
4. El encuentro con una
persona en condición de pobreza siempre nos provoca e interroga. ¿Cómo podemos
ayudar a eliminar o al menos aliviar su marginación y sufrimiento? ¿Cómo podemos
ayudarla en su pobreza espiritual? La comunidad cristiana está llamada a
involucrarse en esta experiencia de compartir, con la conciencia de que no le
está permitido delegarla a otros. Y para apoyar a los pobres es fundamental
vivir la pobreza evangélica en primera persona. No podemos sentirnos “bien”
cuando un miembro de la familia humana es dejado al margen y se convierte en
una sombra. El grito silencioso de tantos pobres debe encontrar al pueblo de
Dios en primera línea, siempre y en todas partes, para darles voz, defenderlos
y solidarizarse con ellos ante tanta hipocresía y tantas promesas incumplidas,
e invitarlos a participar en la vida de la comunidad. Es cierto, la Iglesia no
tiene soluciones generales que proponer, pero ofrece, con la gracia de Cristo,
su testimonio y sus gestos de compartir. También se siente en la obligación de
presentar las exigencias de los que no tienen lo necesario para vivir. Recordar
a todos el gran valor del bien común es para el pueblo cristiano un compromiso
de vida, que se realiza en el intento de no olvidar a ninguno de aquellos cuya
humanidad es violada en las necesidades fundamentales.
5. Tender la mano hace
descubrir, en primer lugar, a quien lo hace, que dentro de nosotros existe la
capacidad de realizar gestos que dan sentido a la vida. ¡Cuántas manos tendidas
se ven cada día! Lamentablemente, sucede cada vez más a menudo que la prisa nos
arrastra a una vorágine de indiferencia, hasta el punto de que ya no se sabe más
reconocer todo el bien que cotidianamente se realiza en el silencio y con gran
generosidad. Así sucede que, sólo cuando ocurren hechos que alteran el curso de
nuestra vida, nuestros ojos se vuelven capaces de vislumbrar la bondad de los
santos “de la puerta de al lado”, «de aquellos que viven cerca de nosotros y
son un reflejo de la presencia de Dios» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7),
pero de los que nadie habla. Las malas noticias son tan abundantes en las páginas
de los periódicos, en los sitios de internet y en las pantallas de televisión,
que nos convencen que el mal reina soberano. No es así. Es verdad que está
siempre presente la maldad y la violencia, el abuso y la corrupción, pero la
vida está entretejida de actos de respeto y generosidad que no sólo compensan
el mal, sino que nos empujan a ir más allá y a estar llenos de esperanza.
6. Tender la mano es un
signo: un signo que recuerda inmediatamente la proximidad, la solidaridad, el
amor. En estos meses, en los que el mundo entero ha estado como abrumado por un
virus que ha traído dolor y muerte, desaliento y desconcierto, ¡cuántas manos
tendidas hemos podido ver! La mano tendida del médico que se preocupa por cada
paciente tratando de encontrar el remedio adecuado. La mano tendida de la
enfermera y del enfermero que, mucho más allá de sus horas de trabajo,
permanecen para cuidar a los enfermos. La mano tendida del que trabaja en la
administración y proporciona los medios para salvar el mayor número posible de
vidas. La mano tendida del farmacéutico, quién está expuesto a tantas
peticiones en un contacto arriesgado con la gente. La mano tendida del
sacerdote que bendice con el corazón desgarrado. La mano tendida del voluntario
que socorre a los que viven en la calle y a los que, a pesar de tener un techo,
no tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para proporcionar
servicios esenciales y seguridad. Y otras manos tendidas que podríamos
describir hasta componer una letanía de buenas obras. Todas estas manos han
desafiado el contagio y el miedo para dar apoyo y consuelo.
7. Esta pandemia llegó de
repente y nos tomó desprevenidos, dejando una gran sensación de desorientación
e impotencia. Sin embargo, la mano tendida hacia el pobre no llegó de repente. Ella,
más bien, ofrece el testimonio de cómo nos preparamos a reconocer al pobre para
sostenerlo en el tiempo de la necesidad. Uno no improvisa instrumentos de
misericordia. Es necesario un entrenamiento cotidiano, que proceda de la
conciencia de lo mucho que necesitamos, nosotros los primeros, de una mano
tendida hacia nosotros. Este momento que estamos viviendo ha puesto en crisis
muchas certezas. Nos sentimos más pobres y débiles porque hemos experimentado
el sentido del límite y la restricción de la libertad. La pérdida de trabajo,
de los afectos más queridos y la falta de las relaciones interpersonales habituales
han abierto de golpe horizontes que ya no estábamos acostumbrados a observar. Nuestras
riquezas espirituales y materiales fueron puestas en tela de juicio y
descubrimos que teníamos miedo. Encerrados en el silencio de nuestros hogares,
redescubrimos la importancia de la sencillez y de mantener la mirada fija en lo
esencial. Hemos madurado la exigencia de una nueva fraternidad, capaz de ayuda
recíproca y estima mutua. Este es un tiempo favorable para «volver a sentir que
nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y
por el mundo [...]. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos
de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad [...]. Esa destrucción de
todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para
preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de
violencia y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera cultura del
cuidado del ambiente» (Carta enc. Laudato si’, 229). En definitiva, las graves
crisis económicas, financieras y políticas no cesarán mientras permitamos que
la responsabilidad que cada uno debe sentir hacia al prójimo y hacia cada
persona permanezca aletargada.
8. “Tiende la mano al
pobre” es, por lo tanto, una invitación a la responsabilidad y un compromiso directo
de todos aquellos que se sienten parte del mismo destino. Es una llamada a
llevar las cargas de los más débiles, como recuerda san Pablo: «Mediante el
amor, poneos al servicio los unos de los otros. Porque toda la Ley encuentra su
plenitud en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. [...] Llevad
las cargas los unos de los otros» (Ga 5,13-14; 6,2). El Apóstol enseña que la
libertad que nos ha sido dada con la muerte y la resurrección de Jesucristo es
para cada uno de nosotros una responsabilidad para ponernos al servicio de los
demás, especialmente de los más débiles. No se trata de una exhortación
opcional, sino que condiciona de la autenticidad de la fe que profesamos. El
libro del Eclesiástico viene otra vez en nuestra ayuda: sugiere acciones
concretas para apoyar a los más débiles y también utiliza algunas imágenes
evocadoras. En un primer momento toma en consideración la debilidad de cuantos
están tristes: «No evites a los que lloran» (7,34). El período de la pandemia
nos obligó a un aislamiento forzoso, incluso impidiendo que pudiéramos consolar
y permanecer cerca de amigos y conocidos afligidos por la pérdida de sus seres queridos.
Y sigue diciendo el autor sagrado: «No dejes de visitar al enfermo» (7,35).
Hemos experimentado la imposibilidad de estar cerca de los que sufren, y al
mismo tiempo hemos tomado conciencia de la fragilidad de nuestra existencia. En
resumen, la Palabra de Dios nunca nos deja tranquilos y continúa estimulándonos
al bien.
9. “Tiende la mano al
pobre” destaca, por contraste, la actitud de quienes tienen las manos en los bolsillos
y no se dejan conmover por la pobreza, de la que a menudo son también cómplices.
La indiferencia y el cinismo son su alimento diario. ¡Qué diferencia respecto a
las generosas manos que hemos descrito! De hecho, hay manos tendidas para rozar
rápidamente el teclado de una computadora y mover sumas de dinero de una parte
del mundo a otra, decretando la riqueza de estrechas oligarquías y la miseria
de multitudes o el fracaso de naciones enteras. Hay manos tendidas para
acumular dinero con la venta de armas que otras manos, incluso de niños, usarán
para sembrar muerte y pobreza. Hay manos tendidas que en las sombras
intercambian dosis de muerte para enriquecerse y vivir en el lujo y el
desenfreno efímero. Hay manos tendidas que por debajo intercambian favores
ilegales por ganancias fáciles y corruptas. Y también hay manos tendidas que,
en el puritanismo hipócrita, establecen leyes que ellos mismos no observan. En
este panorama, «los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo
de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta,
se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo,
nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no
lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera
una responsabilidad ajena que no nos incumbe» (Exhort. ap. Evangelii gaudium,
54). No podemos ser felices hasta que estas manos que siembran la muerte se
transformen en instrumentos de justicia y de paz para el mundo entero.
10. «En todas tus acciones,
ten presente tu final» (Si 7,36). Esta es la expresión con la que el Sirácida
concluye su reflexión. El texto se presta a una doble interpretación. La
primera hace evidente que siempre debemos tener presente el fin de nuestra
existencia. Acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una
vida más atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades
que nosotros. Existe también una segunda interpretación, que evidencia más bien
el propósito, el objetivo hacia el que cada uno tiende. Es el fin de nuestra
vida que requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse. Y
bien, la finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el
amor. Este es el objetivo hacia el que nos dirigimos y nada debe distraernos de
él. Este amor es compartir, es dedicación y servicio, pero comienza con el
descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor.
Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la
madre y se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso una sonrisa que
compartimos con el pobre es una fuente de amor y nos permite vivir en la alegría.
La mano tendida, entonces, siempre puede enriquecerse con la sonrisa de quien
no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se alegra de
vivir según el estilo de los discípulos de Cristo. En este camino de encuentro
cotidiano con los pobres, nos acompaña la Madre de Dios que, de modo
particular, es la Madre de los pobres. La Virgen María conoce de cerca las
dificultades y sufrimientos de quienes están marginados, porque ella misma se
encontró dando a luz al Hijo de Dios en un establo. Por la amenaza de Herodes,
con José su esposo y el pequeño Jesús huyó a otro país, y la condición de
refugiados marcó a la sagrada familia durante algunos años. Que la oración a la
Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos predilectos y a cuantos les sirven
en el nombre de Cristo. Y que esta misma oración transforme la mano tendida en
un abrazo de comunión y de renovada fraternidad.
Roma, en San Juan de Letrán,
13 de junio de 2020, memoria litúrgica de san Antonio de Padua. Francisco .