Mons. Reinaldo Nann

domingo, 28 de julio de 2019

XVII Domingo del Tiempo Ordinario, 28-07-2019 (Ciclo C)


Lectura del santo Evangelio según San Lucas 11, 1-13

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
–Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.
Él les dijo:
–Cuando oréis decid: «Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a
todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación.»
Y les dijo:
–Si alguno de vosotros tiene un amigo y viene durante la medianoche para decirle:
«Amigo, préstame tres panes,
pues uno de mis amigos ha venido de viaje
y no tengo nada que ofrecerle.»
Y, desde dentro, el otro le responde:
«No me molestes; la puerta está cerrada;
mis niños y yo estamos acostados:
no puedo levantarme para dártelos.»
Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues así os digo a vosotros:
Pedid y se os dará,
buscad y hallaréis,
llamad y se os abrirá;
porque quien pide, recibe,
quien busca, halla,
y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra?
¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?

Pautas para la homilía

Justos por pecadores

Escuchamos hoy el diálogo que entabla Dios con Abraham después del encuentro que este tiene con Yahvé en el encinar de Mambré. La presencia de Dios se manifiesta a través de tres hombres que visitan a Abraham. La tradición patrística ha visto en estos tres mensajeros una prefiguración de la revelación de la intimidad de Dios como Trinidad que se plenificará en Jesucristo.
Al finalizar esta visita, Yahvé le confiesa a Abraham sus planes de castigar a las pecadoras ciudades de Sodoma y Gomorra. Dos cosas llaman la atención de este diálogo.
En primer lugar, la íntima amistad que se trasluce entre Dios y nuestro padre en la fe, Abraham. Dios conversa con Abraham como con un amigo fiel, y entre amigos no hay secretos, por eso le confiesa cuáles son sus intenciones. La misma confianza muestra Abraham al recordarle a Yahvé que sería impropio de Él castigar al justo junto con el malvado.
Y esa es, precisamente, la segunda cosa que llama nuestra atención en este diálogo: la intercesión llevada a cabo por Abraham para evitar que la acción justiciera de Dios produzca “daños colaterales”. Estamos, en este antiguo relato del Génesis, ante una comprensión todavía antropomórfica y primitiva de Dios que habrá de perfeccionarse a lo largo de los siglos. Pero este peculiar regateo con Dios en el que se embarca Abraham (a quien le preocupa, especialmente, la suerte de su sobrino Lot que se encuentra, precisamente, en Sodoma) ya supone un importante avance en la manera de entender lo que es propio, y lo que no, de la Divinidad.
El rostro de Dios que poco a poco se va desvelando en el Antiguo Testamento, se nos muestra definitivamente en Jesús. Entender la intercesión del justo por el pecador como una especie de pararrayos que desvía la justa ira de Dios de este librándole del merecido castigo parece una imagen poco acorde con el Evangelio. No puede ser el justo quien haga bueno a Dios, no puede ser la creatura la causa de la bondad del Creador. Pero sí puede ser la mediación para que Quien es la fuente de todo Bien alcance a regar a aquellos se han marchitado por alejarse de Él.

La oración de Jesús

Jesús es hombre de oración. En numerosas ocasiones se nos habla en los Evangelios de que se retiraba a solas para orar. Como Hijo, su relación de intimidad con el Padre y el Espíritu Santo que se manifiesta en su oración es de una cualidad única e incomprensible para nosotros. Pero la comunión con la naturaleza humana alcanzada por su Encarnación incorpora al ser humano a una relación filial radicalmente nueva. Por eso, Jesús no sólo nos enseña a orar, sino que él mismo es quien hace posible una nueva forma de orar, una nueva forma de relacionarse con Dios.
La oración del padrenuestro es una oración breve y concisa, especialmente en comparación con el habitual estilo de oración judío, pero a la vez precisa y completa. Una oración que refleja una intimidad de relación con Dios que recuerda el encuentro de Mambré. Jesús nos dice en ella, de forma muy directa, lo que enseña a través de parábolas y gestos: dirigíos a Dios como vuestro Padre -sin más, de tú a tú, sin las perífrasis reverenciales propias del judaísmo- y pedidle lo verdaderamente necesario. Dios quiere que se lo pidamos.
Lucas, en su Evangelio, nos presenta una versión del padrenuestro en algunos puntos abreviada respecto del texto de Mateo (Mt 6, 9-13) que es el que los cristianos empleamos. Ello tal vez sea debido al destinatario no judío para quien Lucas escribe su Evangelio.
Santo Tomás de Aquino, en su comentario al padrenuestro, nos dice que el padrenuestro es la oración principal porque es la que nos enseñó el propio Jesucristo. En ella se dan de manera perfecta las cinco cualidades que deben existir en toda oración:
  1. Confianza en Dios, a quien podemos dirigirnos como Padre gracias a Jesucristo.
  2. Rectitud, pues nos indica qué es lo que debemos pedir a Dios.
  3. Orden, al referirse a lo que es fundamental.
  4. Devoción verdadera, que brota de la caridad perfecta hacia Dios y el prójimo (presente a través de las expresiones “nuestro - nosotros - nuestras”).
  5. Humildad, al reconocernos necesitados de Dios.
Dice Santo Tomás, recordando la enseñanza de San Agustín, que “si nuestra oración es recta y atinada, cualesquiera que sean las palabras que empleemos, no haremos otra cosa que repetir lo que se encuentra en la oración dominical”.

La oración es la medida de nuestra fe

La oración en el cristianismo es la puesta en práctica y realización efectiva de la fe, nos recuerda Martín Velasco. La oración no es solo un quehacer, es una actitud: la de vivir la propia vida en la presencia de Dios.
En el Evangelio de hoy, Jesús es muy contundente a la hora de señalar que en esa actitud orante que debe tener nuestra vida tiene que estar presente la petición a Dios, y una petición insistente, perseverante, de “cosas buenas”, según Mateo (Mt 7, 11), es decir, del Espíritu Santo, según Lucas.
La oración de petición es el tipo de oración que mayor riesgo corre de caer en la superstición. Algo que el propio Nuevo Testamento ya advierte: “Vuestro Padre conoce las cosas que necesitáis antes de que se las pidáis” (Mt 6, 8); “No tenéis porque no pedís; y si pedís, no recibís porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestra pasiones” (Sant 4,3); “No sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26). También la sabiduría popular nos recuerda que “A Dios rogando y con el mazo dando dando”. Pedir de forma egoísta o pedir eludiendo mi responsabilidad para lograr lo que se pide son dos peligros en que muchas veces incurrimos en nuestra oración.
Sin embargo, la oración de petición, realizada de forma adecuada, es la expresión natural de la relación de confianza incondicional en Dios, la cual es el centro de la vida del creyente. Cuando en lo momentos difíciles de la vida (ante un peligro, una necesidad o la angustia) acudo a Dios en busca de auxilio, le estoy reconociendo como Salvador, y esa es, precisamente, la esencia de nuestra fe. Una fe que nos hace confiar en que toda oración es escuchada por Dios.
El que la respuesta muchas veces no sea la por nosotros deseada, no significa que nuestra oración no haya sido escuchada. Porque el principal cambio que debe producir en nosotros el encuentro confiado con Dios es la transformación de nuestro propio corazón, más que la de las circunstancias que nos rodean.

D. Ignacio Antón O.P.
Fraternidad de Laicos Dominicos de Atocha (Madrid)
https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/28-7-2019/pautas/

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