Lectura
del santo Evangelio según San Marcos 16, 15-20
En
aquel tiempo se apareció Jesús a los Once, y les dijo:
–Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado.
A los que crean, les acompañaran estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.
–Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado.
A los que crean, les acompañaran estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.
El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha
de Dios.
Pautas
para la homilía
La
fiesta de la Ascensión no suele celebrarse de un modo especial. Por ello puede
pasar de largo en nuestra vida. En ocasiones la podemos ver como algo que
sucedió a Jesús hace veinte siglos, pero que poco tiene que ver con nosotros. Y
quizás podamos considerarla como algo que es difícil revivir ahora, al
contrario de lo que ocurre con la Navidad o la Pascua de Resurrección. Sin
embargo, si la celebramos vivamente en comunidad, puede ser un importante
ejercicio espiritual que refuerce nuestra unión con Jesús. En ello juega un
papel muy importante el valor de compartir. Veámoslo.
La
escena de la Ascensión del Señor la sitúan algunos Evangelios en un monte. San
Mateo nos dice que dicho monte está en Galilea (cf. Mt 28,16) y san Lucas
afirma que es el Monte de los Olivos, pues todo ocurre junto a Betania (cf. Lc
24,50), que está en Judea. Pero los pasajes de la Misa de hoy sitúan este
acontecimiento en el contexto de una comida comunitaria. San Marcos lo dice en
el versículo 14 ‒el anterior a la lectura que hemos escuchado‒ y san Lucas en
el versículo 4 de Hechos de los Apóstoles.
Meditar
la Ascensión del Señor imaginándola en un monte resulta lógico, porque el monte
acerca a Jesús al cielo. Pensemos que durante siglos se ha creído que el reino
celestial está situado sobre el cielo físico, siguiendo el modelo geocéntrico
(con la Tierra como centro del universo) de Ptolomeo. Por eso, los cristianos
se imaginaban a Jesús ascendiendo físicamente por los cielos hasta llegar, por
encima de ellos, a su trono celestial. Pero desde que se estableció el modelo
heliocéntrico (en el que la Tierra gira en torno al Sol) de Copérnico, esta
imagen perdió parte de su sentido, aunque sigue muy presente en los fieles
cristianos.
Por
ello nos resulta algo raro imaginarnos la Ascensión del Señor en el contexto de
una comida comunitaria. Afortunadamente, nos puede ayudar a comprender el
sentido de este hecho si reflexionamos sobre otros acontecimientos que también
han ocurrido en este contexto. Hay tres muy significativos: las bodas de Caná,
la multiplicación de los panes y los peces y la Última Cena.
Estos
tres pasajes tienen, por de pronto, una cosa en común: marcan tres hitos muy
importantes en la vida pública de Jesús: en Caná, animado por su Madre, Jesús
hace su primer milagro. La multiplicación de los panes y los peces es el
milagro más difundido de Jesús, pues aparece seis veces en los Evangelios.
Tanto impactó, que le quisieron nombrar rey, a lo cual Él se negó. En la Última
Cena Jesús instituye el sacramento de la Eucaristía justo antes de ser
entregado para ser crucificado.
Hay
otro elemento común: en los tres acontecimientos Jesús busca el bien
comunitario. No se trata de una curación individual, sino de algo que revierte
en el bien de todos los que comparten la comida con Él. Y, en el caso de la
Última de Cena, se extiende a todos aquellos que le seguimos como cristianos.
Pues
bien, volvamos al tema que nos ocupa: la Ascensión del Señor. Este es el cuarto
gran acontecimiento acaecido en una comida comunitaria. Pone fin a la presencia
física de Jesús en la Tierra. Y, como pasa en la Última Cena, no sólo busca el
bien de los que comparten el banquete con Él, sino el de todos nosotros.
Recordemos esto que dice Jesús a sus discípulos en la Última Cena: «Os
conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el
Paráclito» (Jn 16,7). En efecto, sube al Cielo para enviarnos su Espíritu,
el cual vive ahora en nuestro corazón.
Pues
bien, aquel sabroso vino que Jesús regaló a los comensales de las bodas de Caná
(cf. Jn 2,10), fue el preludio de algo mucho más maravilloso: el Espíritu Santo
que nos envía desde el Cielo a todos los que compartimos su camino (Hch 2,1-4).
En definitiva, en la Ascensión celebramos que todo aquello que Jesús hizo por
el bien común en su vida terrena lo continúa haciendo desde el Cielo, gracias a
su Espíritu.
La
Ascensión es el nexo necesario entre la realidad física y la realidad
espiritual. Los discípulos se relacionaron con su Maestro físicamente. Pero
Jesús, gracias a la Ascensión, nos proporcionó a todos un medio mucho más
íntimo e intenso de relacionarnos con Él: el espiritual. Ahora Jesús no está al
lado de nosotros ‒como lo estaba con sus discípulos‒, sino que está dentro de
nosotros, en lo más verdadero, bello y bueno que hay en nuestra persona. Y ello
nos hace templo de Dios (cf. 1Cor 3,16; 6,19).
No es
una mera experiencia individual y subjetiva, sino algo que, como un banquete,
la compartimos con otras muchas personas. Y aquí vienen muy bien las palabras
de san Pablo a los Efesios que hemos escuchado: ¿Queremos compartir realmente
la experiencia de Jesús? Seamos entonces «humildes, amables y
comprensivos» (Ef 4,2). Soportémonos «unos a otros con amor» (Ef
4,2). No ahorremos esfuerzos «para consolidar, con ataduras de paz, la
unidad, que es fruto del Espíritu» (Ef 4,3). Porque Dios, que es Padre de
todos, «actúa por medio de todos y en todos vive» (Ef 4,6).
Ciertamente,
la experiencia de la Ascensión del Señor requiere «altura espiritual», como
bien simboliza el monte donde sucedió este acontecimiento. Pero para alcanzar
tal «altura» es necesario compartir con los demás no sólo un banquete, sino
toda nuestra vida. Sólo siendo humildes, generosos y cariñosos con otras
personas, experimentaremos cómo nuestro corazón asciende al Cielo para unirse a
Jesús.
En
conclusión: vivamos esta fiesta en clave comunitaria, como algo que todos
debemos compartir, y entonces la Ascensión de Señor será para nosotros un
ejercicio espiritual que nos unirá a nuestros hermanos y nos elevará hacia
Dios. Y así podremos cumplir fielmente el mandato de Jesús resucitado: «Id
a todo el mundo y proclamad el Evangelio» (Mc 16,15).
Fray
Julián de Cos Pérez de Camino
Convento de Santo Domingo (Caleruega)
Convento de Santo Domingo (Caleruega)
https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/13-5-2018/pautas/
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