Mons. Reinaldo Nann

domingo, 20 de mayo de 2018

Domingo de Pentecostés, 20-05-2018. Año litúrgico 2017 - 2018 - (Ciclo B)


Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-23
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
–«Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
–«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. »
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
–«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

Pautas para la homilía
Enviados desde nuestra humanidad frágil
El miedo es un mal consejero. Normalmente paraliza, encierra y aísla. Sin embargo, cuando las puertas permanecen todavía “cerradas por temor” (cf Jn. 20,19), el Resucitado vuelve a hacerse presente en medio de su comunidad para conceder la paz y la alegría. La fortaleza que el Espíritu concede para dar testimonio de Jesús se manifiesta en nuestra misma experiencia humana e histórica del temor.
El envío de Jesús a sus Apóstoles no cambia sustancialmente nada en su constitución ontológica. Lo que hace de nosotros discípulos-misioneros es la acción del Espíritu en nuestra humanidad frágil que nos envía a anunciar a Cristo Resucitado compartiendo la fe y la vida con las personas. Lo  testimonial es fruto de lo vivencial; se relaciona más con el dejar actuar al Espíritu “compartiendo fe y vida” que con un adoctrinar. En consecuencia, la misión no es una clase magistral de teología ni una articulación coherente de postulados dogmáticos.
La materia prima de un discípulo-misionero es su humanidad frágil; es ella donde (parafraseando a Sor Isabel de la Trinidad) el Espíritu puede renovar el misterio de Cristo en nosotros. En nuestra experiencia humana e histórica del temor, Jesús nos invita a abrir las puertas para salir a anunciar sin miedo que el Crucificado ha Resucitado.
Enviados en el misterio de la diversidad
Una de las constataciones más profundas que podemos contemplar en la Historia de la Iglesia es que cuando hemos buscado uniformar pensamientos, teologías, ritos y espiritualidades, hemos perdido autenticidad y transparencia. En la medida que se apueste por la uniformidad se necesitarán personalidades fundamentalistas que controlen la acción del Espíritu.
La diversidad, podríamos afirmar, es un don constitucional de la Iglesia. Hay que asumir el desafío y el riesgo de dejar al Espíritu que sople donde quiere y como quiere. Nadie puede monopolizar la verdad, el bien o la belleza sin dejar fuera al Espíritu Santo. Los dones, carismas y ministerios que suscita el Espíritu nos recuerdan que la vida de la Iglesia late en el corazón de cada persona bautizada. También nos recuerdan que la Iglesia se hace presente en muchas vidas, en muchos rostros y en distintas experiencias y vivencias de la fe.
La diversidad, como don del Espíritu a la Iglesia, tiene como fundamento la misma convocación apostólica. Jesucristo no ha querido ni ha apostado por un grupo de clones que reproduzcan un modelo, ni que mantengan rígidamente un orden establecido. Podríamos preguntarnos qué ha visto Jesús en los Doce para convocarlos a la amistad, al seguimiento y a la predicación. Jesús no ha buscado personas perfectas; Jesús ha convocado personas que, más allá de lo cuestionable de su presente, podían hacer un proceso de conversión y transformación del corazón y la mentalidad.
Enviados a la humanidad que peregrina en la postmodernidad
La postmodernidad es el nuevo areópago de la misión de la Iglesia. Jesús nos invita a ser una palabra de esperanza a un mundo que lentamente va apostando por la más sutil y nociva de las violencias: la indiferencia. Indiferencia frente a la cultura de la vida, del trabajo y de la solidaridad. Indiferencia frente a las personas que diariamente mueren por su compromiso con la dignidad humana. Indiferencia frente al compromiso con la creación y el deterioro de la casa común.
Ser una Iglesia en salida al encuentro de la postmodernidad nos invita a aprender a apostar por el diálogo para poder reconocer las “semillas del Verbo” presentes en otras realidades y contextos socioculturales y religiosos. En un mundo fragmentado y herido por el fundamentalismo que cierra la mente y el corazón, estamos llamados a construir la unidad y la fraternidad en la vivencia de una caridad solidaria.
Frene al hedonismo, al consumismo materialista, a la manipulación de la vida y al relativismo, somos enviados a predicar del Evangelio vida, de la fraternidad, de la solidaridad y de la libertad. Como Iglesia misionera somos invitados a predicar con ejemplo de una vida evangélica coherente, honesta y comprometida, para poder proponer a la humanidad los valores que nacen del Evangelio y que nos llevan por los misteriosos caminos del Espíritu al Reino.

Fr. Rubén Omar Lucero Bidondo O.P.
Convento de San José (Buenos Aires)
https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/20-5-2018/pautas/

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