La Última Cena, de Leonardo da Vinci |
Hoy, en el Evangelio,
Jesús se conmueve ante la debilidad de los suyos. Sabe que, pocos días después,
padecerá mucho por nuestra salvación. Con discreción y delicadeza, se lamenta
de que uno de ellos le traicionará. Ninguno lo cree posible. Simón Pedro, que
ama sinceramente al Señor, hace todo tipo de declaraciones. Pero..., en
realidad, tres días después negó tres veces conocer al "Nazareno".
He aquí el misterio de la debilidad de los Apóstoles
elegidos por Jesucristo mismo. Todos y cada uno somos —más o menos— como Judas
o como Simón Pedro. Lo más grande es que Dios no deja de llamarnos a su lado. Y
siempre nos perdona si, como Pedro, sabemos llorar.
—Señor Jesús, desconfío de mis fuerzas: sin ti no puedo
seguirte a ti. Gracias porque me has llamado, pero, por favor, ten paciencia
conmigo y no me dejes aunque yo te dejara. Pido a san Pedro que, con su
corazón, siempre pueda regresar a Dios.
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