Mons. Reinaldo Nann

domingo, 4 de abril de 2021

Domingo de Resurrección 04-04-2021 (Ciclo B)

 Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.

Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:

«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

 

Pautas para la homilía

 

Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos

Lo que rememoramos no es una idea o una doctrina, sino hechos, acontecimientos, en los que Dios ha ido haciendo su trabajo en la historia para el bien de los humanos. La vida y la palabra de Jesús sorprenden y conmueven siempre porque cuanto Él dijo e hizo es una revelación de Dios, que estaba con Él.

Como los primeros cristianos, los creyentes nos sentimos movidos por el Espíritu a ser testigos de ese amor desbordante de Dios. No hay fe sin este compromiso con la vida. Somos sus testigos en la medida en que continuamos con Él la apuesta por los que sufren las consecuencias del pecado: el dolor, la soledad, la pobreza, la violencia, las marginaciones y exclusiones, el sin-sentido de una vida construida a sus espaldas y a las espaldas del Dios de la vida, del Padre del Resucitado.

 

Vuestra vida está con Cristo escondida en Dios como panes ázimos

Nos toca vivir con la mirada fija en el cielo, donde está Jesús, pero con los pies y las manos bien anclados en la tierra y en la historia. Desde el realismo del creyente, cada vez tenemos una conciencia más aguda y sensible de que nuestra vida está amenazada por los desequilibrios introducidos por los poderes del mundo, por la crisis humanitaria y económica, por el deterioro medioambiental, por esta larga pandemia, signo de tantas otras. Corremos el peligro de situarnos en la desesperanza, el pesimismo y la resignación. Y quizá en lo que es peor: la preocupación morbosa por la propia seguridad; así nuestra vida se pierde y se muere.

Para los cristianos, ninguna de esas crisis es definitiva. Nuestra vida está radicalmente salvada por el misterio de Jesús que ha padecido nuestros males, pero los ha vencido en su Resurrección. La vida, y no ninguna de sus amenazas, tiene la última palabra.

Pero no cualquier tipo de vida, sino una vida pascual, la que se asienta en la sinceridad y en la verdad, en lo transitorio que nos lleva a lo eterno, la que es levadura de amor y así puede fermentar la masa. La inseguridad demanda alguna certeza, y la del amor es mucho más firme que la de nuestras cautelas. El amor siempre produce sorpresas.

 

La losa quitada del sepulcro

La mañana de la Pascua fue una mañana de sorpresas para los amigos de Jesús. Anoche, Marcos nos hablaba de un grupo de mujeres preocupadas por quién les ayudaría a mover la losa que cubría el cuerpo del Señor. Pero la losa estaba ya corrida. Y un joven les anunciaba que había resucitado. Hoy es María Magdalena quien en un primer momento piensa que alguien se ha lo ha llevado del sepulcro.

¿No les quedará a los suyos ni el consuelo de contemplar el rostro del amigo y de cuidar sus despojos?

Tuvieron que esperar a que Juan entrase en el sepulcro y cayera en la cuenta de que había ocurrido lo que el propio Jesús les había anunciado: que resucitaría de entre los muertos. Juan vio y creyó. Los relatos de la tumba vacía son una forma muy bella de expresar que, de ahora en adelante, como alguien ha dicho, la única reliquia de Jesús es la comunidad cristiana.

Una comunidad que no nació de una ilusión colectiva, sino de la experiencia compartida de que Jesús ha resucitado. Fue una experiencia que tuvo su proceso. No excluyó el miedo de las mujeres, las dudas de Tomás o el desánimo de los de Emaús. Pero el Espíritu abrió puertas, disipó temores, y afianzó su fe en que de otra manera, menos sensible, pero no menos real, Él sigue caminando con ellos, comiendo con ellos, regalándoles su presencia y su palabra y convocándoles a su misión, la de anunciar que la muerte no ha interrumpido la historia, sino que la ha transformado.

¿No sabemos dónde le han puesto?

María Magdalena expresa su desconcierto lamentándose de que no sabía dónde habían puesto al Señor. Pero ella, apóstola de apóstoles, supera pronto el dolor de la distancia. Y en la palabra del Maestro que la llama a la serenidad y al futuro le descubre vivo y comprometido con la vida de la gente. Que para eso vino al mundo. Y para ello sigue en él.

Los cristianos sabemos “donde le han puesto”: donde dos tres se reúnen en su nombre ahí está Él. Resucitándole, el Padre le ha puesto en el corazón de cada comunidad y de cada creyente, en las personas convencidas de que la historia no se acaba porque queda mucho por hacer en ella, en los dramas de quienes reclaman nuestra solidaridad, en la energía de quienes no se resignan a perder su libertad ni su dignidad.  Jesús está donde hay vida y ganas de vivir y compromisos para que vivan todos.

Nosotros somos sus testigos si seguimos abriendo caminos con Él para que el Reino llegue a nuestra historia. La Pascua que repetimos no es sólo un rito anual con el que romper la monotonía de lo cotidiano. Es rememorar los orígenes de nuestra fe desde la experiencia de que, como Él, hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos.

Celebramos la Pascua renovando la fe y el amor hacia este Dios que no es un Dios de muertos, sino de vivos. Y volcando nuestro amor, cuidado y compañía, hacia aquellos que aun sufriendo los vestigios de la muerte aspiran a una vida en plenitud. ¡Feliz Pascua de Resurrección!

 

Fray Fernando Vela López
Convento Ntra. Sra. de Atocha (Madrid)

https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/30-3-2021/


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