Mons. Reinaldo Nann

sábado, 13 de junio de 2020

Solemnidad de Corpus Christi (14-06-2020) Ciclo A


Solemnidad del Corpus Christi, día de la Caridad | InfoVaticana
Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 51-58
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
Disputaban los judíos entre sí:
«Cómo puede este darnos a comer su carne?».
Entonces Jesús les dijo:

«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».

Pautas para la homilía
El recuerdo
Recordar es para el pueblo de Israel, comunidad religiosa surgida de la Alianza con Dios, tal como se manifiesta se observa en diferentes pasajes del Antiguo Testamento, un verdadero acto religioso. Recordar no es solo una actividad de nuestro psiquismo, es también una acción religiosa, porque por medio del recuerdo se hace memoria viva del paso salvador de Dios en la historia del pueblo de Israel. El recuerdo está unido a dos hechos constitucionales de la comunidad israelita: la liberación de la esclavitud de Egipto y la alianza entre el pueblo liberado y el Dios liberador. Ambos hechos poseen al mismo tiempo una dimensión histórica y una dimensión religiosa.
Israel está firmemente convencido que Dios está detrás de su libertad conquistada a los egipcios. Siente que Dios mismo, con la guía de Moisés, es el verdadero artífice de los distintos sucesos históricos que van a culminar con el paso del Mar Rojo y la travesía por el desierto hacia la Tierra Prometida. La liberación por parte de Dios se prolonga en la travesía del desierto. El recuerdo de esta travesía cristalizará en la memoria de los orígenes de Israel como Pueblo de Dios y terminará haciendo de ella un ‘memorial’ cuando se sepa y se reconozca a sí misma como ‘distinta y escogida’ entre las distintas naciones y pueblos.
Dios mismo quiere ser recordado como libertador, verdadero origen de la libertad, y como único artífice y arquitecto de esa liberación. Se trata de un Dios único y trascendente, rico en misericordia y compasivo con los que le invocan, que no se deja manipular por los hombres y que no tolera la idolatría, es decir, la acción de falsos dioses que distorsionan y distraen la verdadera salvación que Él trae y otorga, por pura gracia, a al pueblo de su elección. No son los hombres quienes eligen a Dios, sino Dios mismo quien sale al encuentro de ellos.
La comunión 
Entre el Dios liberador y el pueblo liberado se van a dar mutuas relaciones: “Yo seré para ellos… y ellos serán para mí…” El pueblo no puede subsistir sin la misericordia de Dios, capaz de sacar agua de la roca más dura o de alimentar a una muchedumbre, y Dios quiere recibir por parte del hombre ofrendas y sacrificios que manifiesten su grandeza y su paso decisivo en la historia, no porque Dios lo necesite de por sí o en sí, sino como gesto de entrega al mismo Pueblo, como expresión de su propia libertad y de su compromiso por mantenerla.
La unión común entre Dios y el hombre o la común unión entre el hombre y Dios son las notas que muestran que la suerte del pueblo no es indiferente para Dios, que sigue cuidándolo y acompañándolo, y que el pueblo necesita a Dios para que no pierda su dignidad ni se extravíe entregando su libertad a ídolos o falsos dioses. La comunión es un acto religioso de mutuo reconocimiento entre Dios y su pueblo.
Comulgar, ya en cristiano, no es solo recibir un sacramento, es estar comprometido con una llamada y con un seguimiento. Comulgar quiere decir compartir, hacerse solidario. Dios, por así decir, se superó a sí mismo, tras la liberación de la esclavitud de Egipto y la constitución del pueblo de Israel, con la Encarnación de su Hijo. La solidaridad de Dios con el hombre llega hasta el extremo en Jesús, confesado como el Cristo, quien dio su vida por toda la humanidad.
Para siempre
Desde el comienzo de la Creación el aliento de Dios está presente en lo creado, de modo especial en el hombre. El viejo pacto entre el Dios del Antiguo Testamento y el Pueblo de Israel, se ha convertido en Jesús, Hijo de Dios, en Nueva Alianza que alcanza a toda la humanidad, sin que importe ya la raza, la lengua o el género.
La fidelidad de Dios hacia su pueblo se ha convertido en Jesús en promesa de vida eterna, en una eternidad que transciende el tiempo histórico y que va más allá de nuestra muerte corporal. En su comunión con Él participamos ya, como enseñan los Padres de la Iglesia, de la divinización porque toda la humanidad está orientada a ver a Dios cara a cara y a morar en su santuario.
La actual pandemia por el Covid-19 nos está retando como humanidad. No hay país o grupo humano que esté libre de esta lacra. Cada día algo es más claro: solo podremos superarla con el esfuerzo y el aporte de todos. Tenemos la oportunidad de crear nuevos lazos de encuentro y comunión solidaria entre todos. Ojalá que al salir de esta crisis seamos todos mejores personas, más preocupados, solícitos y solidarios con la suerte de los demás y comprometidos con nuestro planeta.

Fray Manuel Jesús Romero Blanco O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)

No hay comentarios:

Publicar un comentario