Lectura
del santo evangelio según san Juan 6, 51-58
En
aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
«Yo
soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para
siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
Disputaban
los judíos entre sí:
«Cómo
puede este darnos a comer su carne?».
Entonces
Jesús les dijo:
«En
verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no
bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi
sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi
carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi
carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha
enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por
mí.
Este
es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo
comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Pautas para la homilía
El recuerdo
Recordar
es para el pueblo de Israel, comunidad religiosa surgida de la Alianza con
Dios, tal como se manifiesta se observa en diferentes pasajes del Antiguo
Testamento, un verdadero acto religioso. Recordar no es solo una actividad de
nuestro psiquismo, es también una acción religiosa, porque por medio del
recuerdo se hace memoria viva del paso salvador de Dios en la historia del
pueblo de Israel. El recuerdo está unido a dos hechos constitucionales de la
comunidad israelita: la liberación de la esclavitud de Egipto y la alianza
entre el pueblo liberado y el Dios liberador. Ambos hechos poseen al mismo
tiempo una dimensión histórica y una dimensión religiosa.
Israel
está firmemente convencido que Dios está detrás de su libertad conquistada a
los egipcios. Siente que Dios mismo, con la guía de Moisés, es el verdadero
artífice de los distintos sucesos históricos que van a culminar con el paso del
Mar Rojo y la travesía por el desierto hacia la Tierra Prometida. La liberación
por parte de Dios se prolonga en la travesía del desierto. El recuerdo de esta
travesía cristalizará en la memoria de los orígenes de Israel como Pueblo de
Dios y terminará haciendo de ella un ‘memorial’ cuando se sepa y se reconozca a
sí misma como ‘distinta y escogida’ entre las distintas naciones y pueblos.
Dios
mismo quiere ser recordado como libertador, verdadero origen de la libertad, y
como único artífice y arquitecto de esa liberación. Se trata de un Dios único y
trascendente, rico en misericordia y compasivo con los que le invocan, que no
se deja manipular por los hombres y que no tolera la idolatría, es decir, la
acción de falsos dioses que distorsionan y distraen la verdadera salvación que
Él trae y otorga, por pura gracia, a al pueblo de su elección. No son los
hombres quienes eligen a Dios, sino Dios mismo quien sale al encuentro de
ellos.
La comunión
Entre
el Dios liberador y el pueblo liberado se van a dar mutuas relaciones: “Yo seré
para ellos… y ellos serán para mí…” El pueblo no puede subsistir sin la
misericordia de Dios, capaz de sacar agua de la roca más dura o de alimentar a
una muchedumbre, y Dios quiere recibir por parte del hombre ofrendas y
sacrificios que manifiesten su grandeza y su paso decisivo en la historia, no
porque Dios lo necesite de por sí o en sí, sino como gesto de entrega al mismo
Pueblo, como expresión de su propia libertad y de su compromiso por mantenerla.
La
unión común entre Dios y el hombre o la común unión entre el hombre y Dios son
las notas que muestran que la suerte del pueblo no es indiferente para Dios,
que sigue cuidándolo y acompañándolo, y que el pueblo necesita a Dios para que
no pierda su dignidad ni se extravíe entregando su libertad a ídolos o falsos
dioses. La comunión es un acto religioso de mutuo reconocimiento entre Dios y
su pueblo.
Comulgar,
ya en cristiano, no es solo recibir un sacramento, es estar comprometido con
una llamada y con un seguimiento. Comulgar quiere decir compartir, hacerse
solidario. Dios, por así decir, se superó a sí mismo, tras la liberación de la
esclavitud de Egipto y la constitución del pueblo de Israel, con la Encarnación
de su Hijo. La solidaridad de Dios con el hombre llega hasta el extremo en Jesús,
confesado como el Cristo, quien dio su vida por toda la humanidad.
Para siempre
Desde
el comienzo de la Creación el aliento de Dios está presente en lo creado, de
modo especial en el hombre. El viejo pacto entre el Dios del Antiguo Testamento
y el Pueblo de Israel, se ha convertido en Jesús, Hijo de Dios, en Nueva
Alianza que alcanza a toda la humanidad, sin que importe ya la raza, la lengua
o el género.
La
fidelidad de Dios hacia su pueblo se ha convertido en Jesús en promesa de vida
eterna, en una eternidad que transciende el tiempo histórico y que va más allá
de nuestra muerte corporal. En su comunión con Él participamos ya, como enseñan
los Padres de la Iglesia, de la divinización porque toda la humanidad está
orientada a ver a Dios cara a cara y a morar en su santuario.
La
actual pandemia por el Covid-19 nos está retando como humanidad. No hay país o
grupo humano que esté libre de esta lacra. Cada día algo es más claro: solo
podremos superarla con el esfuerzo y el aporte de todos. Tenemos la oportunidad
de crear nuevos lazos de encuentro y comunión solidaria entre todos. Ojalá que
al salir de esta crisis seamos todos mejores personas, más preocupados,
solícitos y solidarios con la suerte de los demás y comprometidos con nuestro
planeta.
Fray Manuel Jesús
Romero Blanco O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)
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