Mons. Reinaldo Nann

miércoles, 11 de diciembre de 2019

Padre Antonio Rivero: “¡Viva la Virgen de Guadalupe, patrona de México y emperatriz de América!”


12 de diciembre
LA VIRGEN DE GUADALUPE
PATRONA DE MÉXICO Y EMPERATRIZ DE AMÉRICA
12 de diciembre
Isaías 7, 10-14; 8, 10; Salmo 66, 2-3.5.7-8 Lucas 1, 39-48
 Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.
Idea principal: María vino premurosa y presurosa a abrazar a los nuevos pueblos americanos para traerles a Cristo su Hijo y con Él, la alegría y la salvación.

Síntesis del mensaje: Dios nos dará un signo de su grande amor por nosotros: una mujer embarazada, María, que nos dará al Salvador, y será la Madre del verdadero Dios por quien se vive. La fiesta de la Virgen de Guadalupe nos invita a llevar a otros la gran noticia de Cristo y así saltar de alegría como Juan en el seno de su madre Isabel con la visita de María, su prima. María de Guadalupe, al aparecerse a Juan Diego, trajo a estos pueblos latinoamericanos la ternura de Dios, y los llenó de esperanza, uniéndoles como hijos de Dios y hermanos entre todos, gracias al bautismo que fueron recibiendo tras la evangelización. La imagen de María que Dios dejó estampada en la tilma del indio Juan Diego simboliza justamente la alianza que Nuestra Señora de Guadalupe hizo con estos pueblos.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, cuando se apareció a San Juan Diego en el Tepeyac, se presentó como “la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios” (Nican Mopohua); y dio lugar a una nueva visitación. Al igual que fue a visitar a su prima Isabel, también vino premurosa a abrazar a los nuevos pueblos americanos, en dramática gestación. Era el año 1531. Fue como una «gran señal aparecida en el cielo, una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies» (Ap 12,1), que asume en sí la simbología cultural y religiosa de los pueblos originarios, anuncia y dona a su Hijo a todos esos otros nuevos pueblos de mestizaje desgarrado. Tantos saltaron de gozo y esperanza ante su visita y ante el don de su Hijo y la más perfecta discípula del Señor se convirtió en la «gran misionera que trajo el Evangelio a nuestra América» (Aparecida, 269). El Hijo de María Santísima, Inmaculada encinta, se revela así desde los orígenes de la historia de los nuevos pueblos como “el verdaderísimo Dios por quien se vive”, buena nueva de la dignidad filial de todos sus habitantes. Ya nadie más es solamente siervo sino todos somos hijos de un mismo Padre, hermanos entre nosotros, y siervos en el siervo.
En segundo lugar, la Santa Madre de Dios visitó a estos pueblos y quiso quedarse con ellos. Dejó estampada misteriosamente su imagen en la “tilma” de su mensajero para que la tuviéramos bien presente, convirtiéndose en símbolo de la alianza de María con estas gentes, a quienes confiere alma y ternura. Por su intercesión, la fe cristiana fue convirtiéndose en el más rico tesoro del alma de los pueblos americanos, cuya perla preciosa es Jesucristo: un patrimonio que se transmite y manifiesta hasta hoy en el bautismo de multitudes de personas, en la fe, esperanza y caridad de muchos, en la preciosidad de la piedad popular y también en ese ethos americano (forma de vida y comportamiento) que se muestra en la conciencia de dignidad de la persona humana, en la pasión por la justicia, en la solidaridad con los más pobres y sufrientes, en la esperanza a veces contra toda esperanza.
Finalmente, aprendamos de Nuestra Señora de Guadalupe y alegrémonos con estos pueblos latinoamericanos. Nos dicen nuestros obispos de Latinoamérica en el documento de Aparecida: “María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros. Ella, así como dio a luz al Salvador del mundo, trajo el Evangelio a nuestra América. En el acontecimiento guadalupano, presidió junto al humilde Juan Diego el Pentecostés que nos abrió a los dones del Espíritu. Desde entonces son incontables las comunidades que han encontrado en ella la inspiración más cercana para aprender cómo ser discípulos y misioneros de Jesús. Con gozo constatamos que se ha hecho parte del caminar de cada uno de nuestros pueblos, entrando profundamente en el tejido de su historia y acogiendo los rasgos más nobles y significativos de su gente. Las diversas advocaciones y los santuarios esparcidos a lo largo y ancho del Continente testimonian la presencia cercana de María a la gente y, al mismo tiempo, manifiestan la fe y la confianza que los devotos sienten por ella. Ella les pertenece y ellos la sienten como madre y hermana” (n. 269). “Hoy, cuando en nuestro continente latinoamericano y caribeño se quiere enfatizar el discipulado y la misión, es ella quien brilla ante nuestros ojos como imagen acabada y fidelísima del seguimiento de Cristo” (n. 270).
Para reflexionar: Reflexionemos en estas palabras del Papa Benedicto XVI cuando estuvo en Aparecida: “María Santísima, la Virgen pura y sin mancha es para nosotros escuela de fe destinada a conducirnos y a fortalecernos en el camino que lleva al encuentro con el Creador del cielo y de la tierra”. El Papa vino a Aparecida con viva alegría para decirnos en primer lugar: “Permanezcan en la escuela de María. Inspírense en sus enseñanzas. Procuren acoger y guardar dentro del corazón las luces que ella, por mandato divino, les envía desde lo alto”.
Para rezarVirgen de Guadalupe, Madre de América. Tiende tu protección sobre todas las naciones del Continente y renueva su fidelidad a Cristo y a la Iglesia. Suscita propósitos de equidad y rectitud en sus gobernantes. Protege a los hermanos de Juan Diego para que no sufran discriminación. Cuida a los niños, ancianos y enfermos. Guarda la unidad de las familias. Ilumina, alienta y consuela a nuestros pastores: el Papa, los obispos y los sacerdotes. Anima a los jóvenes que sienten el llamado al sacerdocio o a la vida consagrada para que sean generosos y digan “Sí”, como Tú. Que desde esta tu Imagen manifiestes siempre tu clemencia, tu compasión y tu amparo, especialmente para con los pecadores, para que vuelvan a tu Hijo Jesús. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, arivero@legionaries.org

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