Mons. Reinaldo Nann

sábado, 14 de diciembre de 2019

Domingo de la Tercera Semana de Adviento, 15-12-2019


Lectura del santo evangelio según san Mateo 11, 2-11

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle:
«¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?».
Jesús les respondió:
«Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo:
los ciegos ven, y los cojos andan;
los leprosos quedan limpios y los sordos oyen;
los muertos resucitan
y los pobres son evangelizados.

¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!».
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
«¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta?
Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito:
“Yo envío mi mensajero delante de ti,
el cual preparará tu camino ante ti”.
En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él».

Pautas para la homilía

Hemos dicho, en la monición de entrada, que este domingo es una especie de puente entre la primera y la segunda parte del adviento, un puente que nos permite unir la venida del Señor en la humildad de nuestra carne con su venida, al final de los tiempos, en gloria y majestad. Y el puente que une estas dos venidas es otra venida, la del Señor que viene a nuestro encuentro en cada persona y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la llegada de su reino (como dice el prefacio tercero del adviento).
El misterio de la Encarnación no es algo que afecta solamente a Jesús de Nazaret. Pues como bien dice el Magisterio reciente (Vaticano II, Juan Pablo II), inspirándose en la teología patrística, con su encarnación el hijo de Dios se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Por tanto, en cada vida humana, vida de hija e hijo de Dios, se prolonga este misterio de unión de lo divino con lo humano. En cada vida humana se hace presente el misterio de Cristo: “a mi me lo hicisteis”, dice el Señor de la gloria cuando aclara a los que cuidaron del pobre y desvalido que él mismo estaba allí presente. Por eso no dice: “yo estaba contento porque cumplíais mi voluntad”, sino: “a mi me lo hicisteis”. A mí, o sea, yo estaba allí, presente en el necesitado. Del mismo modo que la humanidad de Jesús es el sacramento de Dios, su presencia entre nosotros, el desvalido o el enfermo es el sacramento de Cristo, su presencia entre nosotros.
Las lecturas de hoy (Isaías, salmo responsorial y Evangelio) van en esta línea: los signos de la presencia de Cristo y de su Reino se encuentran allí donde los ciegos ven, los sordos oyen, los leprosos quedan limpios, el huérfano y la viuda son acogidos. O sea, allí donde se beneficia al ser humano, allí donde se cuida del hermano, allí donde el mal retrocede. Estos signos que Jesús hacía, estamos llamados a hacerlos ahora los cristianos, para ser así presencia de Cristo para el otro. Si el cristiano ve en el prójimo necesitado a Cristo que allí está mendigando su amor, el necesitado debe ver en el cristiano solidario y fraterno la presencia de Cristo que se acerca a él, dando amor.
La segunda lectura es una exhortación a la paciencia. ¿A quién le pide paciencia el autor de esta carta? A los injustamente tratados. Esta paciencia no pretende justificar ninguna injusticia, tampoco es una llamada a la resignación. Lo que busca es sostener a los atribulados en sus luchas y combates contra la injusticia. La venida gloriosa del Señor dejará muy claro que el mal no tiene ningún futuro. Esta esperanza sostiene la paciencia de los buenos y les impulsa a trabajar por el bien con todas sus fuerzas. En este sentido esta lectura nos invita a adelantar el Reino de Dios en todo lo que hacemos.
Así es como podemos vivir el adviento con esperanza y alegría cristiana, así es como podemos esperar la segunda venida de Cristo sin temor, así es como podemos celebrar gozosamente el misterio que en Navidad se nos recuerda. Adviento no es un tiempo para llenar la casa con compras superfluas, tampoco es un tiempo para ambicionar el dinero de una lotería que no nos tocará, sino que es tiempo para descubrir al Señor que se nos hace presente en cada hombre y en cada acontecimiento, tal como dice el prefacio de nuestra eucaristía (suponiendo que el celebrante considere oportuno proclamar el tercer prefacio de adviento).

Fray Martín Gelabert Ballester
Convento de San Vicente Ferrer (Valencia)
https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/15-12-2019/pautas/

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