Mons. Reinaldo Nann

lunes, 20 de mayo de 2019

Evangelio del día, 20-05-2019 (V Semana del Tiempo Pascual)

Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 21-26
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.»
Le dijo Judas, no el Iscariote: «Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?»
Respondió Jesús y le dijo: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos
morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.»
Reflexión del Evangelio de hoy
…para que os volváis de estas cosas vanas a un Dios vivo
Con la predicación de Pablo y Bernabé el anuncio del Evangelio comienza a propagarse por tierras paganas. El texto que hoy proclamamos destaca el milagro de Pablo al percibir la fe del lisiado. Este hecho nos recuerda la curación llevada a cabo por Pedro con el paralítico de la Puerta Hermosa.
Frente a aquella curación, ésta incluye un elemento nuevo, como es la reacción del público. En aquel mundo griego, donde abundaban las historias mitológicas, fácilmente se creía ver a Pablo y Bernabé como dioses ante el hecho extraordinario que han contemplado. Al percatarse de la reacción del público, Pablo y Bernabé rasgaron sus vestiduras. Hicieron esto para demostrar que eran completamente humanos, tal como los habitantes de Listra. También lo hicieron como una reacción instintiva judía hacia la blasfemia, puesto que para Pablo y Bernabé, esa consideración de dioses era una blasfemia.
Con esa ocasión Pablo pronuncia el primer discurso dirigido a los paganos. No predica a  estos adoradores paganos como lo había predicado a los judíos o a aquellos que estaban familiarizados con el Judaísmo. No habla del Antiguo Testamento; en su lugar apela a la revelación natural, a aquellos elementos que incluso un pagano podía entender al observar el mundo que le rodea. De ahí pasa a una invitación: abandonar los ídolos, “cosas vanas”, para convertirse a un “Dios vivo que hizo el cielo, la tierra el mar y todo lo que en ellos hay”. Es un desbrozar el camino del evangelio comenzando con una predicación monoteísta frente al politeísmo reinante. En ella se da la contraposición entre el Dios verdadero y los falsos dioses, el Dios vivo frente a los ídolos inertes. Pablo pidió a la multitud de Listra que considerara al Dios real, ese Dios que está detrás de todo lo creado y que él trae como novedad a sus habitantes.
El que me ama se mantendrá fiel a mis palabras
Estas palabras están dichas en el contexto de la Última Cena. Ese momento de despedida, donde Jesús recuerda ante sus amigos elementos fundamentales que han de estar presentes en la vida de sus seguidores. Recalca, una vez más, la primacía del amor y cómo ha de ser el amor que espera de sus seguidores. Pide, en primer lugar, aceptar sus preceptos y ponerlos en práctica. La obediencia es la prueba del amor. Este es el modo más claro de expresar la comunión entre Dios y el hombre. No es puro sentimiento. El amor es exigencia y nace de aceptar su mensaje para después hacerlo vida. Jesús quiere “sacar” de sus seguidores lo mejor de ellos, y lo mejor siempre está en el corazón cuando éste impulsa la fidelidad a lo que él propone.
Entonces vendremos a él para poner nuestra morada en él
La marcha de Cristo se verá compensada en sus seguidores con una presencia más plena que la meramente física. Es la recompensa a esa entrega total a Jesús: la inhabitación de la Trinidad en el creyente. Esta inhabitación está condicionada no tanto por Dios, como por el propio hombre. Depende de su entrega incondicional a Jesucristo y su mensaje. Por eso quien no ama, quien no es fiel a las palabras de Jesús, no puede participar de la vida divina. La inhabitación da a la vida una nueva dimensión: nos arranca de la soledad, dignifica la existencia, hace familiar la realidad de Dios en nuestra vida. Es una gracia de Dios, pero nos exige fidelidad a las palabras de Jesús. La consecuencia es compartir la vida divina.
El cristiano tiene, por tanto, la posibilidad de una vida habitada por Dios. La pregunta que podemos hacernos es: ¿cómo es posible vivir cristianamente cuando intentamos conjugar valores que no tienen que ver nada con la gracia de estar habitado por la Trinidad? ¿Cómo ha de ser  nuestra vida cuando Dios está presente en ella?

Fray Salustiano Mateos Gómara
Convento de Santo Domingo (Oviedo)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/

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