Mons. Reinaldo Nann

viernes, 19 de abril de 2019

Evangelio del día, Viernes Santo 19-04-2019 (Semana Santa)


Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1 - 19, 42

C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ –«¿A quién buscáis?»
C. Le contestaron:
S. –«A Jesús, el Nazareno.»
C. Les dijo Jesús:
+ –«Yo soy.»
C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles «Yo soy» retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+ –«¿A quién buscáis?»
C. Ellos dijeron:
S. –«A Jesús, el Nazareno.»
C. Jesús contestó:
+ –«Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar ando a éstos. »
C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste. »
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ –«Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?»
Llevaron a Jesús primero a Anás
C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.»
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro:
S. –«¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?»
C. Él dijo:
S. –«No lo soy.»
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, por que hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina.
Jesús le contestó:
+ –«Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado con-tinuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.»
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. –«¿Así contestas al sumo sacerdote?»
C. Jesús respondió:
+ –«Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?»
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
¿No eres tú también de sus discípulos? No lo soy
C. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:
S. –«¿No eres tú también de sus discípulos?»
C. Él lo negó, diciendo:
S. –«No lo soy.»
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. –«¿No te he visto yo con él en el huerto?»
C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.
Mi reino no es de este mundo
C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. –«¿Qué acusación presentáis contra este hombre?»
C. Le contestaron:
S. –«Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.»
C. Pilato les dijo:
S. –«Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.»
C. Los judíos le dijeron:
S. –«No estamos autorizados para dar muerte a nadie.»
C. Y así se cumplió lo que habla dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. –«¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús le contestó:
+ –«¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»
C. Pilato replicó:
S. –«¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»
C. Jesús le contestó:
+ –«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.»
C. Pilato le dijo:
S. –«Conque, ¿tú eres rey?»
C. Jesús le contestó:
+ –«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»
C. Pilato le dijo:
S. –«Y, ¿qué es la verdad?»
C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S. –«Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»
C. Volvieron a gritar:
S. –«A ése no, a Barrabás.»
C. El tal Barrabás era un bandido.
¡Salve, rey de los judíos!
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. –«¡Salve, rey de los judíos!»
C. Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. –«Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.»
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. –«Aquí lo tenéis.»
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. –«¡Crucifícalo, crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. –«Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.»
C. Los judíos le contestaron:
S. –«Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.»
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:
S. –«¿De dónde eres tú?»
C. Pero Jesús no le dio respuesta.
Y Pilato le dijo:
S. –«¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?»
C. Jesús le contestó:
+ –«No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.»
¡Fuera, fuera; crucifícalo!
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. –«Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César.»
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los judíos:
S. –«Aquí tenéis a vuestro rey.»
C. Ellos gritaron:
S. –«¡Fuera, fuera; crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. –«¿A vuestro rey voy a crucificar?»
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. –«No tenemos más rey que al César.»
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Lo crucificaron, y con él a otros dos
C. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba morir, escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos.»
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. –«No escribas "El rey de los judíos", sino "Éste ha dicho: Soy el rey de los judíos".»
C. Pilato les contestó:
S. –«Lo escrito, escrito está.»
Se repartieron mis ropas
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. –«No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca. »
C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica.»
Esto hicieron los soldados.
Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre
C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
+ –«Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
C. Luego, dijo al discípulo:
+ –«Ahí tienes a tu madre.»
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Está cumplido
C. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
+ –«Tengo sed.»
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una cana de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+ –«Está cumplido.»
C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
Y al punto salió sangre y agua
C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.»
Vendaron todo el cuerpo de Jesús, con los aromas
C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Pautas para la homilía

La intimidad de las palabras

La liturgia del Viernes Santo es tan rica en símbolos y contenidos, que no es muy recomendable hacer largas homilías. Sin embargo, por toda nuestra geografía abundan hoy -en diferente horario a los oficios- los famosos «sermones de las siete palabras». El impresionante relato de la pasión según San Juan -que forma parte de la liturgia de este día- nos deja tres de esas siete palabras. El pasado domingo hemos escuchado las tres que nos dejó Lucas en su evangelio: «Perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34); «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23,43); «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).  
Acercarnos hoy, a las expresiones de la pasión juanista, puede traer tres pinceladasque nos muestran, en este Viernes Santo, lo más íntimo y personal de Jesús en la cruz.

Mujer, ahí tienes a tu hijo…ahí tienes a tu Madre (Jn 19,26-27)

Contemplar a Jesucristo en la cruz y a María, su madre, cerca, nos habla de ternura. Se trata de una escena de tan honda ternura que no sería arriesgado decir que al pie de la cruz nace la ternura cristiana y se modela según sus dimensiones. Y es que Jesús en la cruz hizo mucho más que preocuparse por el futuro material de su madre dejando en manos del discípulo su cuidado. La importancia del momento y el juego de las frases bastarían para descubrir que estamos ante una realidad mucho más profunda. En el discípulo está representada la humanidad, toda la humanidad. Una humanidad que recibe una madre espiritual. Aquí está el gran legado que Jesús concede desde la cruz al mundo entero. Y esa es la gran tarea, la gran misión que, a la hora de la verdad, se encomienda a María: aceptar igual que lo había hecho hacía más o menos treinta años cuando su «fiat», lleno de generosidad y de confianza, era una entrega total en las manos de la voluntad de Dios. Y es que María recibe como hijos de su alma a aquellos que le arrebataron a su primogénito.
La escena del crucificado en el calvario puede que nos muestre que todos los esfuerzos de Jesús por formar una pequeña comunidad son un absoluto fracaso. Pero es entonces, en ese momento de mayor oscuridad, cuando vemos a esta comunidad naciendo a los pies de la cruz. No es una comunidad cualquiera, es nuestra comunidad. Jesús en este momento no llama a María «madre», le dice «mujer». Pero a esta mujer la entrega como madre de todos aquellos que viven por la fe, para que permanezcan en el amor.

Tengo sed (Jn 19,28)

Quizá esta palabra de Jesús en la cruz es la más radicalmente humana. Y es que nos muestra la prueba definitiva de que está muriendo, de que Jesús está ante una muerte verdadera, de que en la cruz hay un hombre y no un robotprogramado. Pero si clavamos nuestros ojos en el crucificado y profundizamos en esta «sed»: ¿no estamos ante la sed de justicia que él mismo aludió en el Sermón del Monte? Dios viene a nosotros bajo la forma de una persona sedienta que desea algo que nosotros tenemos para dar. Jesucristo en la cruz «tuvo sed» de hacer amistad con nosotros. La relación de Dios con la creación es la relación de un don. Dios desea hacer amistad con todos y cada uno de nosotros; y la amistad implica siempre igualdad. Aquél que nos lo da todo nos invita a la amistad pidiéndonos un don a cambio, algo que podamos tener para darle. Porque por encima de todo nos quiere a nosotros.

Todo está cumplido (Jn 19,30)

¿Qué pasaría por la mente de Jesucristo en ese momento? Quizá las pocas fuerzas que le quedaban bastaron para hacer un repaso por las profecías que sobre él se hicieron, y se percató de que no quedaba ninguna por realizar. Estamos ante el momento en que puede volver serenamente a su Padre, cuyo «abandono» parece superado. (La palabra del abandono, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» la encontramos en los evangelistas Marcos -Mc 15,33-34- y Mateo -Mt 27,46-)
En la Eucaristía de ayer, en el relato evangélico, San Juan nos dice que: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). Las palabras de Jesús nos invitan a seguir buscando el amor de una forma perfecta. Alcanzaremos esta plenitud del amor por fin y al fin. De hecho, cada una de estas palabras de Jesús muestra los sucesivos pasos en la profundización de la manifestación de su amor por nosotros.
El amor perfecto es posible y lo vemos en ese «evangelio» proclamado desde la cruz. Porque la cruz proclama que la última palabra de Dios no es una palabra de condena, sino de compasión, de amor gratuito que salva. Por ello si comenzamos a amar el amor perfecto de Dios puede habitar en nuestros amores frágiles, limitados…vulnerables.
El «todo está cumplido» de Jesucristo en la cruz nos muestra a cada uno de nosotros la ruta que debemos seguir: no juzgar ni condenar; el perdón y la compasión como herramientas para ayudar, a quien lo necesite, a confiar y mantenerse en pie. Porque el crucificado, en esta tarde de Viernes Santo, nos indica que solo confiarán en nosotros, si nos mantenemos en pie junto a los crucificados de nuestro tiempo.

La última palabra no la tiene la muerte

El Viernes Santo es el día propicio para meditar las últimas palabras que acertó a decir Jesús. Pero meditarlas como Palabra de Dios proferida ante la perspectiva del silencio. Los cristianos creemos firmemente que todas las cosas existen y están sustentadas por esta Palabra que el evangelista Juan nos dice que existía desde el principio. Cuando Jesucristo fue silenciado, cuando lo pusieron en el sepulcro, no quedaron todas las palabras sepultadas con él. Y es que nuestra fe en la resurrección significa que el silencio del sepulcro quedó roto para siempre y que estas palabras no fueron las últimas. Porque «la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron» (Jn 1,5).

Fr. Ángel Luis Fariña Pérez O.P.
Convento de Ntra. Sra. de Atocha (Madrid)
https://www.dominicos.org/predicacion/homilia/19-4-2019/pautas/

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