Mons. Reinaldo Nann

lunes, 22 de abril de 2019

Evangelio del día, 22-04-2019 (Semana de la Octava de Pascua)


Lectura del santo evangelio según san Mateo 28,8-15
En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: "Alegraos." Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: "No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán." Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una
fuerte suma, encargándoles: "Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros." Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.
Reflexión del Evangelio de hoy
Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte
Primera intervención de un discípulo de Jesús ante los judíos. Consecuencia inmediata de la acción del Espíritu Santo. Es Pedro, quien empieza a actuar como el portavoz inicial de los apóstoles. En esa primera intervención, resume lo esencial de la persona de “Jesús Nazareno”, como le llama: Pasó por la vida realizando signos que manifestaban que Dios estaba de su parte, pero los judíos lo entregaron a los paganos, que acabaron con su vida; “pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte”. Pedro se apoya en el testimonio de David. Él murió, pero, como profeta, anuncio al Mesías, del que Dios dijo “que no lo entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción”. El mensaje esencial de la fe cristiana era proclamado cuando los acontecimientos recientes hablaban con certeza de la muerte en la cruz, como un maldito, de ese Jesús Nazareno. Frente a esa verdad con testigos visuales, está el testimonio de unos compañeros suyos que aseguraban que lo habían visto vivo. ¿A quién creer? El testimonio era valiente, atrevido, pero impensable. En favor de la posibilidad de la resurrección como hace Pedro solo estaban los signos extraordinarios que Jesús había hecho, que mostraban que en él estaba la fuerza de Dios. Y, por lo tanto, el mismo Dios que le concedió realizar esos signos, pudo haberle resucitado. Bien está el valiente testimonio de los apóstoles; pero será la vida de Jesús, del Jesús histórico, lo que ayude a aceptar lo que es un misterio, su resurrección, es decir su triunfo sobre la muerte.
Las mujeres “impresionadas y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos”
El relato anterior a este texto impresiona: Son dos las mujeres, María la Magdalena y la otra María, las que fueron a ver el sepulcro. Tiembla la tierra y aparece un ángel, que mueve la piedra del sepulcro y se sienta en ella. Un ángel que Mateo lo describe como “un relámpago vestido de blanco como la nieve”. El ángel les anuncia la resurrección, les dice que comprueben que el sepulcro está vacío, “e id aprisa a decirles a sus discípulos <ha resucitado de entre los muertos y va delante de vosotros a Galilea>. Es al ir a cumplir ese encargo del ángel cuando el mismo Jesús “les sale al encuentro”, y les ordena lo que habían oído del ángel… Las mujeres que no tienen mayor protagonismo en la vida de Jesús, como seguidoras de él, son las encargadas de comunicar a sus inmediatos discípulos, los apóstoles, su triunfo sobre la muerte, la verdad esencial de nuestra fe. El primer anuncio de la presencia de Jesús en nuestra historia, lo recibió María, la madre, que lo concibió. El primer anuncio de la resurrección lo recibieron María la Magdalena y la otra María, las amigas de Jesús. Serán las primeras testigos y las primeras que predican el triunfo sobre la muerte del Maestro.
Pudieron hacerlo centinelas que estaban vigilando el sepulcro. Pero lo que hicieron fue comunicar lo que presenciaron a los sumos sacerdotes. Estos no sólo no creyeron, tomaron medidas para que nadie creyera. Y apareció el dinero de nuevo, como en el caso de Judas, para traicionar la verdad.
Una simple reflexión: La fe exige estar dispuesto a creer. Cuando no interesa creer se utiliza el medio que sea para ello. Y se paga para que otros no crean, a base de comprar a los testigos que podían testimoniar la verosimilitud de la fe. El dinero tiene un gran poder. Lo tuvo. Lo tiene.

Fray Juan José de León Lastra
Convento de Ntra. Sra. de Atocha (Madrid)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/

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