Lectura
del santo evangelio según san Mateo 28,8-15
En aquel
tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y
llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús
les salió al encuentro y les dijo: "Alegraos." Ellas se acercaron, se
postraron ante él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo: "No tengáis
miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán."
Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y
comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los
ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una
fuerte suma,
encargándoles: "Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el
cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador,
nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros." Ellos tomaron el
dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo
entre los judíos hasta hoy.
Reflexión
del Evangelio de hoy
Pero Dios
lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte
Primera
intervención de un discípulo de Jesús ante los judíos. Consecuencia inmediata
de la acción del Espíritu Santo. Es Pedro, quien empieza a actuar como el
portavoz inicial de los apóstoles. En esa primera intervención, resume lo
esencial de la persona de “Jesús Nazareno”, como le llama: Pasó por la vida
realizando signos que manifestaban que Dios estaba de su parte, pero los judíos
lo entregaron a los paganos, que acabaron con su vida; “pero Dios lo resucitó
rompiendo las ataduras de la muerte”. Pedro se apoya en el testimonio de David.
Él murió, pero, como profeta, anuncio al Mesías, del que Dios dijo “que no lo
entregaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción”. El mensaje
esencial de la fe cristiana era proclamado cuando los acontecimientos recientes
hablaban con certeza de la muerte en la cruz, como un maldito, de ese Jesús
Nazareno. Frente a esa verdad con testigos visuales, está el testimonio de unos
compañeros suyos que aseguraban que lo habían visto vivo. ¿A quién creer? El
testimonio era valiente, atrevido, pero impensable. En favor de la posibilidad
de la resurrección como hace Pedro solo estaban los signos extraordinarios que
Jesús había hecho, que mostraban que en él estaba la fuerza de Dios. Y, por lo
tanto, el mismo Dios que le concedió realizar esos signos, pudo haberle
resucitado. Bien está el valiente testimonio de los apóstoles; pero será la
vida de Jesús, del Jesús histórico, lo que ayude a aceptar lo que es un
misterio, su resurrección, es decir su triunfo sobre la muerte.
Las
mujeres “impresionadas y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a los
discípulos”
El relato
anterior a este texto impresiona: Son dos las mujeres, María la Magdalena y la
otra María, las que fueron a ver el sepulcro. Tiembla la tierra y aparece un
ángel, que mueve la piedra del sepulcro y se sienta en ella. Un ángel que Mateo
lo describe como “un relámpago vestido de blanco como la nieve”. El ángel les
anuncia la resurrección, les dice que comprueben que el sepulcro está vacío, “e
id aprisa a decirles a sus discípulos <ha resucitado de entre los muertos y
va delante de vosotros a Galilea>. Es al ir a cumplir ese encargo del ángel
cuando el mismo Jesús “les sale al encuentro”, y les ordena lo que habían oído
del ángel… Las mujeres que no tienen mayor protagonismo en la vida de Jesús,
como seguidoras de él, son las encargadas de comunicar a sus inmediatos
discípulos, los apóstoles, su triunfo sobre la muerte, la verdad esencial de
nuestra fe. El primer anuncio de la presencia de Jesús en nuestra historia, lo
recibió María, la madre, que lo concibió. El primer anuncio de la resurrección
lo recibieron María la Magdalena y la otra María, las amigas de Jesús. Serán
las primeras testigos y las primeras que predican el triunfo sobre la muerte
del Maestro.
Pudieron
hacerlo centinelas que estaban vigilando el sepulcro. Pero lo que hicieron fue
comunicar lo que presenciaron a los sumos sacerdotes. Estos no sólo no
creyeron, tomaron medidas para que nadie creyera. Y apareció el dinero de
nuevo, como en el caso de Judas, para traicionar la verdad.
Una
simple reflexión: La fe exige estar dispuesto a creer. Cuando no interesa creer
se utiliza el medio que sea para ello. Y se paga para que otros no crean, a
base de comprar a los testigos que podían testimoniar la verosimilitud de la
fe. El dinero tiene un gran poder. Lo tuvo. Lo tiene.
Fray Juan José de León Lastra
Convento de Ntra. Sra. de Atocha (Madrid)
Convento de Ntra. Sra. de Atocha (Madrid)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
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