Mons. Reinaldo Nann

sábado, 18 de agosto de 2018

Evangelio del día, 18-08-2018 (Decimonovena Semana del Tiempo Ordinario, Año Par)



Lectura del santo evangelio según san Mateo 19,13-15
En aquel tiempo, le acercaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y rezara por ellos, pero los discípulos los regañaban. Jesús dijo: «Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos.» Les impuso las manos y se marchó de allí.

Reflexión del Evangelio de hoy
Renovemos el corazón y el espíritu
El profeta Ezequiel nos hace, hoy, una llamada a la conversión.
Esta llamada a la conversión, del profeta Ezequiel,  resuena hoy con toda su fuerza, para que su eco nos acompañe en cada momento de nuestra vida, porque en la conversión de nuestro corazón a Dios experimentamos la alegría de su perdón y de su amistad.
Sí, Dios hoy nos invita a que le entreguemos todo nuestro corazón, toda nuestra mente, todo nuestro ser, viviendo para Él con sencillez y generosidad, para estar siempre atentos a la escucha de Dios y al servicio de nuestros hermanos.
Hemos sido creados para ser amigos de Dios y, para que se haga realidad, debemos vivir en un proceso constante de cambio interior y de progreso en el conocimiento y en el amor de Cristo.
La conversión no la realizaremos nunca de una sola vez para siempre, sino que necesitamos  un proceso. Es un camino de cada día, que debe abrazar toda nuestra  existencia, es decir debemos trabajar en ello todos los días de nuestra vida. Es un camino interior que dura toda nuestra vida, ya que nuestra vida es un ejercicio del deseo de acercarnos a Dios, de ser capaces de dejar entrar a Dios en nuestro ser.
El deseo sincero de Dios, lo sabemos muy bien es un Don gratuito Suyo y nos lleva a evitar el mal y a hacer el bien.
Convertirse quiere decir, también, buscar a Dios, caminar con Él, seguir dócilmente las enseñanzas de Jesús, nuestro Señor.
También consiste la conversión, en aceptar, libremente y con amor, que dependemos totalmente del amor de Dios nuestro Creador y nuestro Padre.
Por tanto, convertirse significa no buscar el éxito personal —que es algo efímero—, sino, abandonando toda seguridad humana, seguir con sencillez y confianza al Señor, a fin de que Él sea para cada uno de nosotros la razón de nuestra existencia.
Quien se deja conquistar por Él no tiene miedo de perder su vida, porque en la cruz Él nos amó y se entregó por nosotros y, precisamente, perdiendo por amor nuestra vida, la volvemos a encontrar.
Dios es amor y su amor es el secreto de nuestra felicidad. Ahora bien, para entrar en este misterio de amor no hay otro camino que el de perdernos, entregarnos: es  el camino de la cruz.
El Reino de los Cielos es de los niños
¿Qué tendrá lo pequeño que tanto agrada a Dios…? decía el poeta.
Y Jesús no disimuló nunca su agrado por los niños, ya  que veía en ellos el reflejo del Reino de los Cielos, porque los  niños son imagen elocuente de la inocencia, porque en ellos hay ausencia de malicia, su sencillez no tiene arrogancia, su cariño es desinteresado, su generosidad es absoluta.
Por ello los niños se convierten en icono del discípulo que quiere ser grande en el Reino de los Cielos.
Recibir al niño, abrir nuestro corazón a la humildad del niño y recibirlo en nombre de Jesús, significa que asumimos el corazón de Jesús, los ojos del Maestro, abriéndonos a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo.
Recibir el Reino de Dios como un niño significa, por tanto, recibirlo con corazón puro, dócil, libre, confiado, alegre y esperanzado.
Así se nos muestran los niños. Todo esto es lo que hace al niño precioso a los ojos de Dios y a los ojos del verdadero discípulo de Jesús. La felicidad de los niños, su desenvoltura y su espontaneidad no es manifestación de inconsciencia, ingenuidad o infantilismo, como diríamos nosotros.
 A nosotros, “los adultos,” puede ocurrirnos que, por querer dejar atrás todo infantilismo, nos olvidemos de lo bueno que tiene la niñez, que son, justamente, las virtudes que Jesús valora más.
Celebramos hoy la memoria del Beato Manés de quién los historiadores nos hablan de él como el fraile que poseía las virtudes del niño como son: la pureza, la simplicidad, la sinceridad de sentimientos. Su   principal aportación fue la de compartir con su hermano Domingo,  afectiva y efectivamente el proyecto fundacional de la Orden de los Predicadores. Destaca en él el celo con que cumplió el encargo de santo Domingo: atender a las monjas. Mantuvo viva la tradición y el recuerdo de Domingo en diversas formas: la promoción de monasterios y la conmemoración en Caleruega de la vida de su santo hermano.
Pidamos a Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, que nos acompañe siempre para que,  dejemos que el Santo Espíritu de Dios nos renueve interiormente, y nos regale la infancia espiritual que tanto agrada a Jesús.

Monjas Dominicas Contemplativas
Monasterio de Santa Catalina de Siena (Paterna)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/18-8-2018/

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