Regina Caeli 06/05/2018 Captura @ Vatican Media
¡Levántate, ánimo, levántate!
(ZENIT – 1 julio 2018).- “Todos están admitidos en el camino del Señor:
nadie debe sentirse un intruso, un abusador o un ilegítimo”, dijo el Papa
Francisco en el Ángelus de este 1 de julio de 2018: “para tener acceso a su
corazón, al corazón de Jesús, solo hay una condición: sentir que tenemos
necesidad de una curación y confiar en Él”.
El Papa también repitió “esta palabra de Jesús dirigida a cada uno de nosotros:”
¡Te digo, levántate! “Ve. Levántate, coraje, levántate!”
Aquí está nuestra traducción de las palabras que pronunció antes de la
oración mariana en la Plaza de San Pedro, en presencia de unas 20,000 personas.
Palabras del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (cf. Mc 5,21-43) presenta dos prodigios
realizados por Jesús, describiéndolos casi como una especie de marcha triunfal
hacia la vida.
Primero, el evangelista habla de cierto Jairo, uno de los jefes de la
sinagoga, que acude a Jesús y le ruega que vaya a su casa porque su hija de
doce años está muriendo. Jesús acepta y va con él; pero, a lo largo del camino,
llega la noticia de que la niña está muerta. Podemos imaginar la reacción de aquel
papá. Pero Jesús le dice: “¡No tengas miedo, solo ten fe!” (V. 36). Llegado a
la casa de Jairo, Jesús saca a la gente que lloraba, entra a la habitación solo
con los padres y tres discípulos, y al dirigirse a la difunta dice: “Muchacha,
yo te digo: ¡levántate!” (V.41). Inmediatamente, la niña se levanta, como si
despertara de un sueño profundo (v. 42).
Dentro de la historia de este milagro, Marcos inserta otra: la curación
de una mujer que sufría de hemorragia y fue sanada tan pronto como tocó el
manto de Jesús (v. 27). Aquí es sorprendente que la fe de esta mujer atraiga el
poder salvador divino que existe en Cristo, quien, sintiendo que una fuerza
“había salido de él”, trata de entender quién era. Y cuando la mujer
avergonzada se acerca y confiesa todo, Él le dice: “Hija, tu fe te
ha salvado” (v. 34).
Estas son dos historias entrelazadas, con un solo centro: la fe;
y muestran a Jesús como la fuente de vida, como Aquel que restaura la vida a
aquellos que confían plenamente en Él. Los dos protagonistas, es decir, el
padre de la niña y la mujer enferma, no son discípulos de Jesús, sin embargo
son escuchados por su fe. Tienen fe en este hombre. De esto entendemos que
todos están admitidos en el camino del Señor: nadie debe sentirse como un
intruso, una persona abusiva o alguien que no tiene ningún derecho. Para tener
acceso a su corazón, al corazón de Jesús, solo hay un requisito: sentirse
necesitados de curación y confiar en Él. Les pregunto, si tienes necesidad de
curar alguna cosa, algún pecado, algún problema. Y si siente esto, ¿tiene fe en
Jesús?. Estas son las dos condiciones para ser sanados, para tener acceso al
corazón, sentir que tiene necesidad de curación y confiarse a Él. Jesús
va a descubrir a estas personas entre la multitud y los aleja del anonimato,
los libera del miedo a vivir. Lo hace con una mirada y con una palabra que los
pone en el camino después de tanto sufrimiento y humillación. Nosotros también
estamos llamados a aprender e imitar estas palabras que liberan y estas miradas
que devuelven, a los que no lo tienen, el deseo de vivir.
En esta página del Evangelio, los temas de la fe y de la nueva
vida que Jesús vino a ofrecer se entrelazan. Al entrar en la casa
donde la niña yace muerta, Él expulsa a aquellos que se están agitando y lamentándose
(v. 40) y dice: “La niña no está muerta, sino que duerme” (v. 39). Jesús es el
Señor, y ante Él la muerte física es como un sueño: no hay razón para
desesperarse. Otra es la muerte a la cual tener miedo: ¡la del corazón
endurecido por el mal! de eso sí debemos tener miedo. Cuando sentimos que
nuestros corazones están endurecidos, nuestros corazones se endurecen y me
permito la palabra, el corazón momificado, debemos tener miedo a esto,. Esta es
la muerte del corazón. Pero incluso el pecado, incluso el corazón momificado
para Jesús, nunca es la última palabra, porque nos ha traído la infinita
misericordia del Padre. E incluso si hemos caído tan bajo, su voz tierna y
fuerte nos alcanza: “Yo te digo: ¡levántate!”. Es bello escuchar esta palabra
de Jesús dirigida a cada uno de nosotros: “yo te digo, ¡levántate!” Vamos,
¡levántate!, ánimo, ¡levántate!. Y Jesús devuelve la vida a la joven y devuelve
la vida también a la mujer curada: vida y fe juntas.
Le pedimos a la Virgen María que acompañe nuestro camino de fe y amor
concreto, especialmente hacia los necesitados. E invoquemos su intercesión
materna por nuestros hermanos que sufren en el cuerpo y en el espíritu.
JULIO 01, 2018 16:04ANGELUS Y REGINA CAELI
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