Audiencia General, 9 De Mayo De 2018 © Vatican Media
(ZENIT – 9 mayo 2018).- “¡El
sello del Bautismo no se borra nunca!” ha recordado el Papa Francisco en la
nueva catequesis sobre el Bautismo, ofrecida esta mañana, 9 de mayo de 2018, en
la Audiencia general.
La audiencia general de esta mañana ha tenido lugar a las 9:20
horas en la Plaza de San Pedro donde el Santo Padre Francisco ha encontrado
grupos de peregrinos y fieles de Italia y de todo el mundo.
El Santo Padre, ha dedicado la catequesis al Bautismo: “La
regeneración”, (Carta de San Pablo a los Romanos 6,3-4).
En esta línea, el Papa ha animado a los fieles presentes en la plaza de
San Pedro a decir en voz alta: “Dios no reniega nunca a sus hijos”, a pesar de
que alguien se vuelva un “malhechor”.
Francisco ha explicado que “para vergüenza suya, hace estas cosas ese
hombre que es hijo de Dios; pero el sello no se borra. Y sigue siendo hijo de
Dios, que va contra Dios pero Dios no reniega nunca a sus hijos”.
Mediante la acción del Espíritu Santo, el Bautismo purifica, santifica,
justifica, para formar en Cristo, de muchos, un solo cuerpo, ha indicado el
Pontífice en esta nueva catequesis.
***
Catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La catequesis sobre el sacramento del Bautismo nos lleva a hablar hoy
del lavacro santo acompañado de la invocación a la Santísima Trinidad, o sea el
rito central, que, propiamente “bautiza” – es decir, inmerge – en el misterio
pascual de Cristo (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1239). San
Pablo recuerda a los cristianos de Roma el significado de este gesto,
preguntando en primer lugar: “¿Es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en
Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte?”. Y luego responde: “Fuimos,
pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte a fin de que al
igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos… así también
nosotros vivamos una vida nueva “(Rom 6: 3-4). El Bautismo nos abre la puerta a
una vida de resurrección, no a una vida mundana. Una vida según Jesús.
¡La pila bautismal es el lugar donde participamos de la Pascua de
Cristo! El hombre viejo es sepultado, con sus pasiones engañosas (véase Efesios4:22),
para que renazca una criatura nueva. En efecto las cosas viejas han pasado y
han nacido otras nuevas (véase 2 Cor 5, 17). En las “catequesis” atribuidas a
San Cirilo de Jerusalén se explica así a los recién bautizados, lo que les ha
sucedido en el agua del Bautismo. Es hermosa esta explicación de San Cirilo:
“Nacéis y morís en el mismo instante y la misma onda saludable se convierte
para vosotros en sepulcro y madre” (n. 20, Mistagógica 2, 4-6: PG 33, 1079 –
1082). El renacimiento del hombre nuevo requiere que se convierta en polvo el
hombre corrompido por el pecado. Efectivamente, las imágenes de la tumba y
del seno referidas a la pila, son muy eficaces para expresar
la grandiosidad de lo que sucede a través de los sencillos gestos del Bautismo.
Me gusta citar la inscripción que se encuentra en el antiguo Baptisterio romano
de Letrán, donde se lee, en latín, esta frase atribuida a Sixto III: “La
Iglesia Madre da a luz virginalmente mediante el agua a los hijos que concibe
por el soplo de Dios. Cuántos habéis renacido de esta fuente, esperad el reino
de los cielos”. [1] Es bello: la Iglesia que nos da a luz, la Iglesia que es
seno, es madre nuestra por medio del Bautismo.
Si nuestros padres nos generaron a la vida terrena, la Iglesia nos ha
regenerado a la vida eterna en el Bautismo. Nos hemos convertido en hijos en su
Hijo Jesús (véase Rom 8:15, Gal 4: 5-7).
También sobre cada uno de nosotros, renacidos del agua y del Espíritu Santo,
nuestro Padre Celestial hace resonar con amor infinito su voz que dice: “Tú
eres mi hijo amado” (Mt. 3,17). Esta voz paternal, imperceptible
para el oído pero bien audible desde el corazón de aquellos que creen, nos
acompaña a lo largo de la vida, sin abandonarnos nunca. Durante toda la vida el
Padre nos dice: “Tú eres mi hijo, el amado; tu eres mi hija, la amada”. Dios
nos ama tanto, como un Padre y no nos deja solos. Esto desde el momento del
Bautismo. ¡Renacidos hijos de Dios, lo somos por siempre! El Bautismo no se
repite, porque imprime un sello espiritual indeleble: “Este sello
no es borrado por ningún pecado, aunque el pecado impida al Bautismo dar frutos
de salvación” (CIC, 1272). ¡El sello del Bautismo no se borra nunca! “Padre,
pero si una persona se vuelve un malhechor, de los más famosos, de esos que
matan a la gente, que hace injusticias, ¿el sello se borra?”. No. Para
vergüenza suya, hace estas cosas ese hombre que es hijo de Dios; pero el sello
no se borra. Y sigue siendo hijo de Dios, que va contra Dios pero Dios no
reniega nunca a sus hijos. ¿Habéis entendido esto último? Dios no reniega nunca
a sus hijos. ¿Lo repetimos todos juntos? “Dios no reniega nunca a sus hijos”.
Más fuerte, que o yo soy sordo o no lo he entendido: (lo repiten más fuerte).
“Dios no reniega nunca a sus hijos”. Vale, así está bien.
Incorporados a Cristo a través del Bautismo, los bautizados son, pues,
conformados a Él, “el primogénito de muchos hermanos” (Rom 8:29).
Mediante la acción del Espíritu Santo, el Bautismo purifica, santifica,
justifica, para formar en Cristo, de muchos, un solo cuerpo (1 Co 6:11,
12, 13). Lo expresa la unción crismal “que es un signo del sacerdocio real de
los bautizados y de su agregación a la comunidad del pueblo de Dios” (Rito
del bautismo de niños, Introducción, n. 18, 3). Por lo tanto, el sacerdote
unge con el santo crisma la cabeza de todo bautizado, después de pronunciar
estas palabras que explican el significado: “Dios mismo os consagra con el
crisma de la salvación con el Crisma de la salvación para que entréis a formar
parte de su pueblo y seáis para siempre miembros de Cristo, sacerdote, profeta
y rey” (ibíd., 71).
Hermanos y hermanas, la vocación cristiana estriba en esto: vivir unidos
a Cristo en la santa Iglesia, partícipes de la misma consagración para llevar a
cabo la misma misión, en este mundo, dando frutos que duren para siempre. En
efecto, inspirado por el único Espíritu, todo el Pueblo de Dios participa de
las funciones de Jesucristo, “Sacerdote, Rey y Profeta”, y tiene las
responsabilidades de misión y servicio que se derivan de ellas (cf. CCC,
783-786). ¿Qué significa participar en el sacerdocio real y profético de
Cristo? Significa hacer de sí mismo una oferta agradable a Dios (cf. Rm 12,1),
dando testimonio a través de una vida de fe y de caridad (cf. Lumen
Gentium, 12), poniéndola al servicio de los demás, siguiendo el ejemplo del
Señor Jesús (ver Mt 20: 25-28; Jn13: 13-17).
Gracias.
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