Mons. Reinaldo Nann

miércoles, 11 de abril de 2018

Evangelio del día, Segunda Semana de Pascua (11-04-2018)


Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 16-21
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

Reflexión del Evangelio de hoy
Entraron en el Templo al amanecer y se pusieron a enseñar
Este relato de los Hechos nos presenta a los apóstoles presos, tras realizar signos y prodigios en el Templo en nombre de Jesús. Los saduceos tenían miedo… y envidia. Creían absurdamente que podían seguir acallando a Dios, utilizándolo a través de sus mediocridades. Y aparece entonces el Ángel del Señor, como en el Éxodo, liberando a los apóstoles de la esclavitud del silencio y la opresión. Como Jesús. Y como Él, como en la Resurrección, al amanecer vuelven al Templo. Dios les devuelve la libertad, pero no para que puedan escapar, sino para continuar la obra de Cristo.
Este episodio de los Hechos debe hacernos reflexionar sobre nuestra predicación de cada día, por los “signos” que comunicamos, si estos realmente hacen patente a Cristo vivo y Resucitado o, por el contrario, patentizan nuestros miedos y mediocridades.
El que realiza la Verdad se acerca a la Luz
Al leer este texto del Evangelio de San Juan, no puedo sino recordar la pregunta envenenada de Pilato a Jesús: ¿Qué es la Verdad? No son pocos los que, continuamente, nos siguen preguntando a los cristianos sobre esa Verdad que predicamos, que para los dominicos es lema carismático de nuestra vocación y misión.
En el fondo, todos, creyentes o no, buscamos esa Verdad que realmente nos haga libres, que nos ofrezca un sentido profundo por el que seguir viviendo. Para ello vino Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre por amor, pero le rechazamos, le ninguneamos. Preferimos las tinieblas de la mediocridad, de mis verdades, esas que sabemos que en el fondo nos esclavizan porque dependen exclusivamente de mis criterios circunstanciales, acomodaticios y nos llevan a la nada existencial.
La Verdad del cristiano es Jesús. Es su vida, muerte y resurrección nuestra referencia del Dios de la Verdad que salva desde el Amor, no desde el castigo o la condena. Por eso el juicio del que nos habla el texto será un Juicio de Amor. Y el Amor es siempre compasivo, paciente y da testimonio de la Verdad e invitando al sí de la Luz y a rechazar las tinieblas de las verdades del Pilato que hay en cada persona.
El santo de hoy, San Estanislao de Cracovia, obispo y mártir por proclamar la Verdad de Cristo frente a la mediocridad escandalosa de su rey, es todo un ejemplo para que seamos hombres de Luz sin miedo a proclamar la Verdad que es Cristo.
¿Cuáles son los “signos” que muestro en mi predicación?
¿Cuáles son las “verdades” de Pilato? ¿Son, a veces, las mías?
¿Qué criterios de Verdad deberíamos tener como Iglesia para mostrar a Cristo como Luz de Salvación?

D. Carlos José Romero Mensaque, O.P.
Fraternidad Fray Bartolomé de las Casas (Sevilla)

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