Mons. Reinaldo Nann

lunes, 23 de abril de 2018

Evangelio del día, 23-04-2018 (Cuarta Semana de Pascua)


Lectura del santo evangelio según san Juan 10,1-10
En aquel tiempo, dijo Jesús: «Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido, pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por su nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.»

Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos: pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entra por mí, se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago: yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.»

Reflexión del Evangelio de hoy
La conversión que lleva a la Vida
Dicho está, cada ser humano es irrepetible, es diferente al resto, no existen un ser humano exactamente igual en el planeta, por mucho que digan que todos tenemos un doble en algún lugar del mundo, no, somos únicos. Pero a la vez hay algo que nos une, somos seres humanos, da igual nuestras diferencias, las peculiaridades, las especificidades de cada uno, los colores, las ideas, las creencias, las cualidades y los defectos, somos seres humanos, pobladores del mismo planeta y eso nos hace iguales.
Dentro de este grupo grande vamos formando diferentes grupos que se van ubicando según características parecidas y eso nos ayuda a colocarnos en posturas, en espacios, en tiempos, en pensamientos, en creencias, en configuraciones, vamos buscando nuestro lugar con nuestros semejantes.
Existe un problema, cuando dejamos de partir de lo que nos une, de lo que nos coloca en el mismo lugar para estar pendientes de lo que nos separa, de lo que nos hace diferentes y hace que crezcan las distancias, en vez de convertirnos a lo que nos lleva a la Vida, a lo que nos lleva a la verdadera salvación, la que nos humaniza, la que nos aporta luz para el camino.
Gran problema es creer que somos poseedores de la verdad, que en nosotros está la razón del conocimiento, que los hechos son tal y como los vemos, que la vida se basa en nuestra experiencia. La existencia es como un puzzle, necesitamos del resto de las piezas para hacer el paisaje completo, somos únicamente una pieza, importante porque sin nosotros la imagen no es completa, pero sólo una pieza, sin las demás quedamos vacíos y sin sentido.
¿Qué buscamos en los demás para complementar nuestra Vida? ¿De qué nos tenemos que convertir para llegar al vida? ¿Aceptamos la diferencia y la complementariedad de los demás?
Yo soy la puerta
Es cierto que desde que somos pequeños identificamos los sonidos, las caras, los lugares, los olores. Somos capaces desde bien pequeños de reaccionar ante aquello que vamos identificando como cercano y como no conocido, a medida que vamos creciendo vamos siendo conscientes de aquello que no debemos hacer, de los lugares por los que no debemos entrar, de las personas a las que no debemos acercarnos y de las que no debemos separarnos.
Después de varios años trabajando y acompañando a niños y adolescentes te haces consciente de cómo son capaces de reaccionar ante diferentes estímulos, si convences a un niño que es capaz de hacer algo conseguirá maravillas, pero si se le mutila la ilusión o la esperanza, terminará por creer que no sirve para nada. Sabe reconocer la voz de quien le hace caminar, de quien es su puerta para llegar a la libertad.
Los cristianos entendemos esa puerta como Cristo, el que venció a la muerte para llegar a la vida, para ser vida, para dar vida, es capaz de sacar lo mejor de lo que parecía ya perdido, de hacer brotar de lo más profundo aquello que nadie es capaz de ver, de buscar lo que estaba extraviado, de devolver lo que había sido arrancado. Sin fe esto no se puede llegar a aceptar, porque sólo la fe hace “que las montañas lleguen a moverse”.
¿Cuál es nuestra puerta? ¿Qué voz seguimos cuando escuchamos tanto ruido en nuestra sociedad? ¿Cómo hablamos a los demás? ¿Somos creíbles en nuestras palabras y nuestras obras?

Hna. Macu Becerra O.P.
Dominicas Misioneras de la Sagrada Familia

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