Mons. Reinaldo Nann

jueves, 22 de marzo de 2018

Evangelio del día (22-03-2018)


Lectura del santo evangelio según san Juan 8,51-59
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre.»
Los judíos le dijeron: «Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices: "Quien guarde mi palabra no conocerá lo que es morir para siempre"? ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?»
Jesús contestó: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís: "Es nuestro Dios", aunque no lo conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera: "No lo conozco" sería, como vosotros, un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría.»
Los judíos le dijeron: «No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?»
Jesús les dijo: «Os aseguro que antes que naciera Abrahán, existo yo.»
Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.
Reflexión del Evangelio de hoy
Éste es mi pacto contigo
Repasando la historia de Dios con los hombres, vemos que Dios tiene “una manía” irresistible. La manía, que le brota de su ancho corazón, de que los hombres puedan gozar de su presencia, de tener relaciones con él. En esta historia, Dios da diversos pasos en su progresivo acercamiento a los hombres. El primer paso es el que nos relata la primera lectura de hoy. Es el pacto que establece con Abrán, que, a partir de ese momento, se llamará Abrahán, que significa “padre de multitud”, que es uno de los puntos que Dios le promete en ese pacto: “Hacerle padre de muchedumbre” y para siempre: “Seré tu Dios y el de tus descendientes futuros”.
El segundo paso, en esta historia de amor, es el pacto de Dios con el pueblo judío. “Yo seré tu Dios y vosotros seréis mi pueblo”. El tercer paso será el que realice a través de Jesús, su propio Hijo, con toda la humanidad y para siempre. Dios no quiere dejarnos solos a nuestra propia suerte. Porque es Dios, nos ama y sabe más que nosotros, quiere acompañarnos las 24 horas del día en nuestro difícil caminar por esta tierra. Nos ofrece su luz, su continua presencia, su amor. Es algo que nos recuerda en cada eucaristía, donde nos sigue ofreciendo su presencia y su amor, regalándonos su cuerpo entregado y su sangre derramada, y se instala en nuestro corazón y se hace el dulce huésped del alma.  
Quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre
Jesús, en su lento proceso de darnos a conocer el pacto que quiere establecer con toda la humanidad, poco a poco, nos va descubriendo la vida que nos propone, las promesas a las que nos llama. En el evangelio de hoy, hace alusión a una sus promesas más deslumbrantes, más ricas en amor y en felicidad: “Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre”. Ante este sublime anuncio, los judíos que están en contra de  él y no le aceptan, para replicarle acuden a Abrahán: “nuestro padre, que murió y también todos los profetas”. Jesús no tiene otra manera de rebatirles que acudiendo a Dios, su Padre: “El que me glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís: es nuestro Dios”. Es Dios, ni más ni menos, quien está detrás de Jesús, de todas sus palabras, de todas sus promesas, de todo su actuar. Apoyándose en este verdad, Jesús también afirma rotundamente que él es mayor que Abrahán: “Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día: lo vio, y se llenó de alegría… Os aseguro que antes que naciera Abrahán existo yo”. Nosotros bien sabemos que Jesús es el Hijo de Dios, por eso creemos en él, le amamos y depositamos toda nuestra confianza en sus promesas, entre las que se encuentra nuestra resurrección a una vida de total felicidad y para siempre.

Fray Manuel Santos Sánchez
Convento de Santo Domingo (Oviedo)

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