Mons. Reinaldo Nann

sábado, 10 de marzo de 2018

Evangelio del día (10-03-2018)


Lectura del santo evangelio según san Lucas 18, 9-14
En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: - «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo." El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador." Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
Reflexión del Evangelio de hoy
Dios bajará a nosotros

Cada día es momento favorable y de gracia, porque cada día nos impulsa a entregarnos a Jesús; a confiar en Él; a permanecer en Él, a compartir su estilo de vida, a aprender de Él a amar como Él en espíritu y en verdad, a seguirle en el cumplimiento diario de la voluntad del Padre, la única gran ley de vida.
La lectura de hoy comienza con la afirmación del profeta Oseas que nos conviene volver al Señor porque: «nos curará y nos vendará». No, no deja lugar a la duda: el profeta está convencido de que Dios no sólo cura las heridas, sino que también tiene el poder para sanarnos, para devolvernos la vida. 
Dios es quien nos levanta de las caídas, restaura nuestra mente, nuestro corazón, nuestros sentimientos, nos recrea, nos permite vivir en su presencia, más aún, nos permite vivir en la intimidad con Él, que es nuestro Padre.
El profeta, de manera implícita, quiere persuadirnos para que nos esforcemos en conocer al Señor. Y lo hace por medio de metáforas, presentándonos su venida como el amanecer, como el aguacero, como la lluvia, que llegan siempre en el tiempo propicio.
Oseas nos hace ver que: así como el amanecer se une al día, así como el agua al descender se une con la tierra, así también llega el Señor al hombre: desciende, se abaja, se anonada, se encarna, se hace uno con nosotros, de tal manera que Dios se pone a nuestro alcance.
Pero, sólo puede haber correspondencia por nuestra parte,  y, como consecuencia, unidad, intimidad y verdadero amor, en la medida en que nosotros le reconozcamos como nuestro CREADOR, nuestro TODO, y nosotros nos reconozcamos como su nada.
Por tanto, dejémonos conquistar por el Señor, no tengamos miedo a perder la vida, porque en la cruz Él nos amó y se entregó por nosotros. Y precisamente, perdiendo nuestra vida por amor a Él y a nuestros hermanos, la volvemos a encontrar.
Subieron al templo a orar
«Dos hombres subieron al templo a orar…»
Todos tenemos, en algún momento de nuestra vida algo de fariseos, y, algo de publicano, por ello , como estos dos hombres, acudimos al Templo para orar, porque los hombres llevamos en nosotros mismos sed de infinito, nostalgia de eternidad;  buscamos lo bello, lo perfecto, tenemos necesidad de luz, de verdad, de amar y de ser amados.
Esta sed, esta nostalgia, esta búsqueda, esta necesidad, es lo que nos impulsa a ir hacia Dios. Dicho de otra manera, las personas llevamos en nosotros mismos el deseo de Dios.
Orando nos ponemos en presencia de Dios, viendo nuestra propia vida a partir de Él. Es entonces cuando reconocemos que, simplemente somos criaturas, y necesitamos de su ayuda para “llevar,  a buen término, la obra que Él comenzó en nosotros.” Santo Tomás de Aquino define la oración como: «expresión del deseo que el hombre tiene de Dios».
Este deseo de Dios, que Él mismo ha puesto en nosotros, es el alma de la oración, que se reviste de muchas formas y modalidades.
La oración es el oxígeno del alma sin ella, los hombres nos asfixiamos, no podemos vivir. Todas las personas consciente o inconscientemente acudimos a Dios.
Sí, la oración se encuentra inscrita en el corazón de toda persona y de toda civilización, ya que es una actitud interior.
Orar es un modo de ponerse en presencia de  Dios, antes que, realizar actos de culto o pronunciar palabras.
La oración tiene su centro y hunde sus raíces en lo más profundo de la persona, por eso no es fácilmente descifrable y, por esta misma causa, se puede prestar a malentendidos y mistificaciones.
La oración es el lugar por excelencia de la gratuidad, del tender hacia el Invisible, el Inesperado y el Inefable. Por ello, la experiencia de la oración es un desafío, una «gracia» que debemos pedir, porque es un regalo de Dios.
Aprendamos de María Santísima, la criatura más amada y predilecta a los ojos de Dios, que vivió siempre como la humilde esclava del Señor, y, pidámosle que nos enseñe a vivir y ser como Ella para que, también nosotros, seamos objeto de las complacencias de Dios nuestro Padre y nuestro Señor.

Monjas Dominicas Contemplativas
Monasterio de Santa Catalina de Siena (Paterna)
https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/10-3-2018/

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