Mons. Reinaldo Nann

jueves, 19 de octubre de 2017

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,47-54)
En aquel tiempo, dijo el Señor: «¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron, y vosotros les edificáis sepulcros. Por algo dijo la sabiduría de Dios: "Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos los perseguirán y matarán"; y así, a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario. Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación. ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley, que os habéis quedado con la llave del saber; vosotros, que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar!»
Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, para cogerlo con sus propias palabras.

Reflexión del Evangelio de hoy
En nuestra sociedad actual lo eficaz es lo productivo. Pero, ¿qué tiene que producir? Inmersos en la cultura mercantilista y monetaria, los máximos beneficios con la mínima inversión. Pero, ¿todo? Gracias a Dios, ¡no! El ser humano no debe entrar en esos parámetros de productividad; la persona no es un objeto en la cadena de producción. Nosotros somos los que ponemos nombre a las cosas (Gn 2, 19-20), no a la inversa. Con nuestra vida espiritual, de fe, pasa igual.
El hombre es justificado por la fe
Orgullosos de las obras -entendemos que buenas- que realizaba la comunidad de los Romanos, San Pablo se ve en la necesidad de explicar que las obras sin fe lo único que procuran es el orgullo personal/comunitario, pero no la justificación-salvación. El Papa Francisco, en repetidas ocasiones, nos ha dicho que la Iglesia no es ninguna ONG, sino que las obras que hacemos los cristianos están movidas y dirigidas a la transcendencia, no sólo a la satisfacción terrenal.
Además, sabiendo que es la fe la que nos mueve hacia la justificación (este movimiento sí requiere de obras, pues una fe sin obras es una fe muerta (St 2, 17)), ésta está abierta y ofrecida a todos los que crean. Es decir, San Pablo les presenta un dilema encubierto a los provenientes del politeísmo: ¿Vosotros creíais en muchos dioses? Sí. Ahora, ¿creéis que sólo hay un Dios? Sí. Si sólo hay un Dios, ¿es Dios de todos? Sí. Entonces, ¿quiénes sois para negar la fe en el único Dios a las gentes que, creyendo en Él, no hacen vuestras mismas obras? Nadie.
No se justifica/salva uno más cuanto más obras hace; esto no funciona como la productividad mercantil. Nos justificamos/salvamos por la fe; la que da sentido a las obras y a la ley.
Os habéis quedado con la llave del saber
En el mismo sentido, Jesús, en el evangelio de Lucas, sigue el argumento de la justificación. Les echa la bronca a los fariseos por centrarse en las obras -mausoleos y sepulcros para consolar su conciencia- y olvidarse del anuncio de la verdadera justificación. Ellos conocían los verdaderos beneficios de la fe, de la voluntad de Dios expresada en su Ley, pero no la participaban porque es más fácil controlar a un pueblo desde la ignorancia que desde el conocimiento.
¡Así es! Jesús regaña severamente a quien enseña pero, indirectamente, también advierte a quien debe aprender. Es decir, si el regalo de la fe lo recibimos cada uno directamente de Dios y nosotros somos sus custodios, nosotros también tenemos la responsabilidad de mantenerla viva no sólo con los alimentos espirituales, sino también con los del conocimiento, que revertirán en aquéllos y, consecuentemente, en nuestra justificación/salvación y el anuncio del Evangelio.
Con nuestras obras sin fe o nuestra fe sin obras; con nuestras ideas de que Dios es para los que cumplimos y no para los que no cumplen; con nuestro monoteísmo teórico y politeísmo práctico; con los bálsamos de conciencia que nos aplicamos con buenas intenciones;…, con todo, debemos saber que del Señor viene la misericordia/justicia y que nuestra alma espera en Él, en su palabra (Sal 129).
El motivo de orgullo, ¿es mi fe o son mis obras?
¿Me procuro una buena formación de mi fe para un mejor anuncio del Evangelio?


D. Juan Jesús Pérez Marcos O.P.
Fraternidad Laical Dulce Nombre de Jesús de Jaén

No hay comentarios:

Publicar un comentario