Mons. Reinaldo Nann

jueves, 14 de septiembre de 2017

Exaltación de la Santa Cruz, “Así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre"


Primera lectura:
Lectura del libro de los Números 21, 4b-9:

En aquellos días, el pueblo estaba extenuado del camino, y habló contra Dios y contra Moisés: -«¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náusea ese pan sin cuerpo.» El Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas, que los mordían, y murieron muchos israelitas. Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo: -«Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes.» Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió: -«Haz una serpiente venenosa y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla.» Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a uno, él miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.

Salmo
Salmo: Sal 77
R. No olvidéis las acciones del Señor
Escucha, pueblo mío, mi enseñanza,
inclina el oído a las palabras de mi boca:
que voy a abrir mi boca a las sentencias,
para que broten los enigmas del pasado. R.

Cuando los hacía morir, lo buscaban,
y madrugaban para volverse hacia Dios;
se acordaban de que Dios era su roca,
el Dios Altísimo su redentor. R.

Lo adulaban con sus bocas,
pero sus lenguas mentían:
su corazón no era sincero con él,
ni eran fieles a su alianza. R.

Él, en cambio, sentía lástima,
perdonaba la culpa y no los destruía:
una y otra vez reprimió su cólera,
y no despertaba todo su furor. R.

Evangelio del día:
Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 13-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: -«Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»

Reflexión del Evangelio de hoy:
Dios salva a su pueblo arrepentido
En este pasaje de Números, se nos narra un acontecimiento de salvación del pueblo israelita durante su éxodo por el desierto. Si el peregrinaje es ya de por sí duro y sacrificado, ahora son atacados por una plaga de serpientes. El pueblo lo considera un castigo por sus pecados, por su increencia y falta de confianza en Dios. ”¿Por qué nos sacaste de Egipto para hacernos morir en el desierto?” Por eso recurren a Moisés, para que ruegue por ellos al Señor y perdone sus pecados. Y Dios les escucha. Manda a Moisés construir una serpiente de bronce, colocarla como un estandarte, y será como un talismán de salvación para todo el que sea mordido por la serpiente y vuelva su vista hacia ella. Reaparece el simbolismo de la serpiente, con su carga de peligro y maldad, y su significado de inmortalidad. La serpiente se entremete entre Dios y su pueblo. Pero Dios puede sobre la maldad y la muerte. Dios acoge al pueblo arrepentido y cuida de su salvación. Este estandarte de Moisés perdurará largo tiempo en los rituales israelitas, hasta su destrucción en tiempos de Ezequías (2 Re 18, 4), y sobre todo, quedará siempre en la memoria del Pueblo la protección de Dios ante el maligno, y su potestad cuando el pueblo acude arrepentido a su presencia para implorar su auxilio.

Así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna

Juan recoge en este fragmento de su evangelio la memoria de la serpiente de bronce de Moisés, y su significado liberador. Que Jesús muriera en la cruz y fuera izado ante todas las naciones del mundo para su salvación, significa que el plan salvífico de Dios se ha hecho presente de forma definitiva en Cristo. No es ya el estandarte que hay que mirar para quedar salvado o curado de la mordedura del mal, sino que el mal ha sido vencido y el pecado ha sido perdonado con la muerte de Cristo. Jesús ha rescatado nuestra humanidad y la ha llevado a una nueva dimensión de vida eterna. Hemos sido redimidos en la cruz de Cristo. De ahí el simbolismo que tiene para los cristianos la Cruz. No una cruz sin Cristo, pero sí una cruz que recoge el designio salvífico del Padre, que permite que su Hijo muera de una forma tan vergonzante para unos y tan sin sentido para otros, pero tan redentora para nosotros los creyentes, en una cruz.
La Cruz y el Gólgota cobraron significado desde los primeros tiempos del cristianismo, como lugar de glorificación de Jesús por su Padre. Con posterioridad, en la Edad Media, cobró sentido la devoción y la espiritualidad del Via crucis, donde la cruz era un referente de sentido para aceptar una forma de vida de sacrificio y oración de los fieles. Nosotros cuando cantamos ese himno: “mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo: Venid a adorarlo”, no perdemos de vista ese simbolismo que tiene la cruz de glorificación del Señor y Exaltación del poder y del amor de Dios, que nos reconcilió y nos hizo hijos suyos por la muerte de Cristo. Y una muerte en la Cruz. Ese es el Cristo que con Pablo predicamos, el del amor sin límites, el del amor hasta la muerte.
A imitación de Cristo, en quien por designio del Padre quedaron pacificadas las cosas del cielo y de la tierra, seamos testigos del amor de Dios con la humanidad y con toda la creación.


D. Oscar Salazar, O.P.
Fraternidad San Martín de Porres (Madrid)

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