Mons. Reinaldo Nann

jueves, 21 de septiembre de 2017

Evangelio del día


Lectura del santo evangelio según san Mateo 9, 9-13
En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»
Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»

Reflexión del Evangelio de hoy
Un Señor, una fe, un bautismo
Pablo, en las últimas etapas de su carrera, le preocupa la construcción del Cuerpo de Cristo y se dirige a los cristianos de Éfeso, recordando que todos somos uno en el Espíritu.
Pablo parece dirigirse a los fieles de entonces, de ahora y de todos los tiempos. Es fácil ver que, aunque todos fuimos llamados a una misma fe y hemos recibido un mismo bautismo en el nombre del mismo Señor, estamos más ocupados en ocupar un sitio que en cumplir nuestra misión. Fuimos llamados a cumplir una sola misión, pero la humildad y la mansedumbre suelen brillar por su ausencia. Somos incapaces de soportarnos con amor porque no entendemos el amor como alteridad, no somos sujetos del amor, sino que pretendemos ser siempre el objeto de ese amor y el egotismo borra al otro como objeto de nuestro amor.
Cristo constituyó a su Iglesia, aceptando que quiso una iglesia, con múltiples miembros y variados cometidos, cada uno siervo de los demás y todos unidos en una misma misión. Pero esto pronto pasó a ser solo palabras y cada miembro pretendió ser el más importante, el dominante, y fueron surgiendo autoridades que exigieron servidores, “servi servorum Dei” que dejaron de servir para ser servidos. Y fue el comienzo de la feria de las vanidades en la que en lugar de perfeccionarse para el ministerio constructor del Cuerpo de Cristo, en hacerse piedras del único templo, cada piedra pretendió, pretendemos, ser el templo completo.
…y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió
Y ahí tenemos a Mateo, pecador público, odioso cobrador de impuestos, seguramente no del todo honrado, convertido en Apóstol del Señor, que, además, se sienta a su mesa.
Escándalo grande el provocado por Jesús ante los perfectos: Jesús se sienta en la misma mesa que publicanos y pecadores, comparte su comida, escucha sus conversaciones y conversa con ellos. Una hermosa escena de enfermos rodeando a la curación.
Una situación que permite a San Mateo transmitirnos una característica importante del mensaje de Jesús. Recordando las Escrituras puede repetir: “Misericordia quiero, y no sacrificios”. Jesús vuelve a recordar a los que le escuchan que no es lo importante ser perfectos, sino buscar la perfección. No es lo importante saberse sanos, sino sabernos enfermos necesitados de curación. Ciertamente, si somos, si nos creemos, ya perfectos, nada tenemos que convertir y Cristo no nos es necesario nada más que para ilustrar nuestro ego, para darnos brillo. Pero si nos sentimos enfermos que desean la curación, seres imperfectos, inacabados, que buscan la perfección, entonces estaremos en el camino que lleva al verdadero encuentro con la Salud.
Cristo nos busca porque no somos perfectos y puede ayudarnos a serlo. Solo tenemos que reconocer nuestra poquedad para colocarnos en el camino donde la verdad y la vida tienen su sitio.
¿Nos consideramos maestros perfectos o publicanos pecadores?

D. Félix García O.P.
Fraternidad de Laicos Dominicos de Viveiro (Lugo)

https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/

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