Texto del Evangelio (Mt 10,1-7): En aquel tiempo, llamando a sus doce
discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para
curar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son
éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de
Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano;
Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el mismo
que le entregó. A éstos doce envió Jesús, después de darles estas
instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de
samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id
proclamando que el Reino de los Cielos está cerca».
Comentario: Rev. D. Fernando PERALES i Madueño (Terrassa,
Barcelona, España).
«Id
proclamando que el Reino de los Cielos está cerca»
Hoy,
el Evangelio nos muestra a Jesús enviando a sus discípulos en misión: «A éstos
doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones» (Mt 10,5). Los doce
discípulos forman el “Colegio Apostólico”, es decir “misionero”; la Iglesia, en
su peregrinación terrena, es una comunidad misionera, pues tiene su origen en
el cumplimiento de la misión del Hijo y del Espíritu Santo según los designios
de Dios Padre. Lo mismo que Pedro y los demás Apóstoles constituyen un solo Colegio
Apostólico por institución del Señor, así el Romano Pontífice, sucesor de
Pedro, y los Obispos, sucesores de los Apóstoles, forman un todo sobre el que
recae el deber de anunciar el Evangelio por toda la tierra.
Entre
los discípulos enviados en misión encontramos a aquellos a los que Cristo les
ha conferido un lugar destacado y una mayor responsabilidad, como Pedro; y a
otros como Tadeo, del que casi no tenemos noticias; ahora bien, los evangelios
nos comunican la Buena Nueva, no están hechos para satisfacer la curiosidad.
Nosotros, por nuestra parte, debemos orar por todos los obispos, por los célebres
y por los no tan famosos, y vivir en comunión con ellos: «Seguid todos al
obispo, como Jesucristo al Padre, y al colegio de los ancianos como a los Apóstoles»
(San Ignacio de Antioquía). Jesús no
buscó personas instruidas, sino simplemente disponibles, capaces de seguirle
hasta el final. Esto me enseña que yo, como cristiano, también debo sentirme
responsable de una parte de la obra de la salvación de Jesús. ¿Alejo el mal?,
¿ayudo a mis hermanos?
Como
la obra está en sus inicios, Jesús se apresura a dar una consigna de
limitación: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos;
dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id proclamando
que el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 10,5-6). Hoy hay que hacer lo que se
pueda, con la certeza de que Dios llamará a todos los paganos y samaritanos en
otra fase del trabajo misionero.
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