Mons. Reinaldo Nann

domingo, 8 de enero de 2017

Evangelio del Domingo [08.01.2017]


Día litúrgico: El Bautismo del Señor (A)

Texto del Evangelio (Mt 3,13-17): En aquel tiempo, Jesús vino de Galilea al Jordán donde estaba Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: «Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?». Jesús le respondió: «Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia». Entonces le dejó. Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre Él. Y una voz que salía de los cielos decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco».

Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España).

«Jesús vino de Galilea al Jordán donde estaba Juan, para ser bautizado»


Hoy contemplamos al Mesías —el Ungido— en el Jordán «para ser bautizado» (Mt 3,13) por Juan. Y vemos a Jesucristo como señalado por la presencia en forma visible del Espíritu Santo y, en forma audible, del Padre, el cual declara de Jesús: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3,17). He aquí un motivo maravilloso y, a la vez, motivador para vivir una vida: ser sujeto y objeto de la complacencia del Padre celestial. ¡Complacer al Padre!

De alguna manera ya lo pedimos en la oración colecta de la misa de hoy: «Dios todopoderoso y eterno (...), concede a tus hijos adoptivos, nacidos del agua y del Espíritu Santo, llevar siempre una vida que te sea grata». Dios, que es Padre infinitamente bueno, siempre nos “quiere bien”. Pero, ¿ya se lo permitimos?; ¿somos dignos de esta benevolencia divina?; ¿correspondemos a esta benevolencia?

Para ser dignos de la benevolencia y complacencia divina, Cristo ha otorgado a las aguas fuerza regeneradora y purificadora, de tal manera que cuando somos bautizados empezamos a ser verdaderamente hijos de Dios. «Quizá habrá alguien que pregunte: ‘¿Por qué quiso bautizarse, si era santo?’. ¡Escúchame! Cristo se bautiza no para que las aguas lo santifiquen, sino para santificarlas Él» (San Máximo de Turín).

Todo esto —inmerecidamente— nos sitúa como en un plano de connaturalidad con la divinidad. Pero no nos basta a nosotros con esta primera regeneración: necesitamos revivir de alguna manera el Bautismo por medio de una especie de continuo “segundo bautismo”, que es la conversión. Paralelamente al primer Misterio de la Luz del Rosario —el Bautismo del Señor en el Jordán— nos conviene contemplar el ejemplo de María en el cuarto de los Misterios de Gozo: la Purificación. Ella, Inmaculada, virgen pura, no tiene inconveniente en someterse al proceso de purificación. Nosotros le imploramos la sencillez, la sinceridad y la humildad que nos permitirán vivir de manera constante nuestra purificación a modo de “segundo bautismo”.

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