Mons. Reinaldo Nann

jueves, 2 de julio de 2015

El Deporte: Patrimonio de Valores

San Juan Pablo II, jugando fútbol con un niño
Saber competir, disfrutar del triunfo y aprender de las derrotas son elementos esenciales de lo cotidiano en el mundo del deporte.

Las competencias futbolísticas como la actual, que unen los sentimientos de nuestros pueblos en una esperanza común son propicias para recordar la atenta reflexión de San Juan XXIII, que decía: “Estas competencias deportivas y los motivos que congregan e inspiran estas grandes masas de jóvenes proclaman a la faz del mundo, no solamente el honor rendido a los valores físicos y a la armonía de los miembros del cuerpo, sino también el servicio que estos valores físicos pueden y deben rendir a las mis altas aspiraciones del hombre hacia la perfección y la belleza interior, hacia la emulación recíproca, serena y alegre, hacia la fraternidad universal.”


Con la cercanía característica del Papa San Juan Pablo II a los jóvenes y a sus búsquedas, recogemos este bello pensamiento de nuestro Santo: “todo tipo de deporte lleva en sí un patrimonio rico de valores que deben tenerse en cuenta siempre a fin de ponerlos en práctica: el adiestramiento a la reflexión, el adecuado empleo de las energías propias, la educación de la voluntad, el control de la sensibilidad, la preparación metódica, la perseverancia, la resistencia, el aguante de la fatiga y las molestias, el dominio de las propias facultades, el concepto de la lealtad, la aceptación de las reglas, el espíritu de renuncia y de solidaridad, la fidelidad a los compromisos, la generosidad con los vencidos, la serenidad en la derrota, la paciencia con todos...: son un conjunto de realidades morales que exigen una verdadera ascética y contribuyen eficazmente a formar al hombre y al cristiano.”

Que las buenas experiencias en el deporte, que hacen estallar de entusiasmo los corazones de todos los que lo amamos o practicamos, nos lleve a sentirnos comprometidos como atletas que corren por una corona que no se marchita, lo pedía San Pablo, la corona de la Vida eterna junto a Jesucristo.

R. P. Guillermo Inca Pereda

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