Mons. Reinaldo Nann

jueves, 9 de octubre de 2014

La divina liturgia


Hoy vemos cómo al hombre, después de perder la trascendencia, le resta sólo el grito, porque sólo quiere ser tierra e intenta convertir el cielo y la profundidad del mar en tierra suya. La liturgia rectamente entendida (identificación con Cristo para alabar al Padre siendo hijos en el Hijo) devuelve la integridad al hombre.

En el mar viven los peces y callan; los animales de la tierra gritan; pero las aves, cuyo espacio vital es el cielo, cantan. Lo propio del mar es el silencio; lo propio de la tierra es el grito; lo propio del cielo es el canto. Pero el hombre participa en las tres cosas: lleva en sí la profundidad del mar, la carga de la tierra y la altura del cielo, y por eso le pertenecen la tres propiedades: el callar, el gritar y el cantar.

—Jesús, tu llamada nos invita de nuevo a callar y a cantar. Tú en la acción litúrgica nos devuelves la profundidad y la altura, el silencio y el canto.

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