Mons. Reinaldo Nann

lunes, 12 de agosto de 2013

Discurso del Papa Juan Pablo II a los Enfermos [Zaragoza, 06.11.1982]

Zaragoza (España), sábado 6 de noviembre de 1982


Queridos enfermos,


1. En el marco de mi visita al Pilar de Zaragoza, para el acto mariano nacional, tiene lugar este encuentro del Papa con los enfermos. Es para mí uno de los más importantes de mi viaje apostólico. Porque en vosotros me encuentro de manera especial con Cristo que sufre, con Cristo que pasó curando a los enfermos, que se identifica de tal modo con vosotros que considera hecho a El mismo lo que a vosotros se hace. Volved a leer en un momento de paz alguna de las páginas del Evangelio que se refieren a vosotros (Cf. Mt 8-9; 15; 25, 32-40).

Sois pocos los aquí presentes, pero representáis a todos los enfermos de España. Tanto a los que yacen en un instituto sanitario público o privado, como a los que están en sus casas, en la calma, en la silla de ruedas, en su inmóvil asiento o que caminan bajo el peso de la enfermedad.

Quisiera en este momento tener miles de manos que se alargaran a estrechar cada una de las vuestras, preguntaros cómo estáis, compartir al menos por un momento vuestras ansias y sufrimientos, y dejaros una palabra de aliento y un abrazo de hermano. Cada uno de los que me veis a través de la televisión o me oís por la radio, sentidme intencionalmente a vuestro lado.


2. Vosotros que vivís bajo la prueba, que os enfrentáis con el problema de la limitación, del dolor y de la soledad interior frente a él, no dejéis de dar un sentido a esa situación. En la cruz de Cristo, en la unión redentora con El, en el aparente fracaso del Hombre justo que sufre y que con su sacrificio salva a la humanidad, en el valor de eternidad de ese sufrimiento está la respuesta. Mirad hacia El, hacia la Iglesia y el mundo y elevad vuestro dolor, completando con El, hoy, el misterio salvador de su cruz.

Tiene un gran valor sobrenatural vuestro sufrimiento. Y sois además para nosotros una constante lección, que nos invita a relativizar tantos valores y formas de vida. Para vivir mejor los valores del Evangelio y desarrollar la solidaridad, la bondad, la ayuda, el amor.

Por eso no consideréis inútil vuestro estado, que tiene para la Iglesia y para el mundo de hoy un gran sentido humanizante, evangelizador, expiatorio e impetratorio. Sobre todo si vosotros mismos adoptáis una actitud abierta, creadora dentro de lo posible y positiva, ante la acción de la gracia que actúa en vuestro espíritu.

3. Pero no puedo detenerme sólo en vosotros. Al pensar en vuestra condición, pienso espontáneamente en vuestras familias, en los profesionales y trabajadores sanitarios, en las religiosas, religiosos y sacerdotes del mundo de la sanidad. En todos los que, en el complejo ámbito de la sociedad actual, se dedican a la atención del enfermo.

Es una misión de extraordinario valor, que hay que vivir como verdadera opción vocacional, con gran sentido ético de solidaridad y respeto al hombre enfermo, sin olvidar la dimensión trascendente y religiosa del ser humano.

Vaya mi palabra de ánimo a cuantos trabajan en este campo que requiere tanta sensibilidad humana y espiritual, para estar en sintonía con las exigencias y expectativas del enfermo. Con mi gozo y aplauso a las casi 13.000 religiosas y 2.000 sacerdotes y religiosos que prestan su labor en el campo de asistencia sanitaria, sobre todo en los sectores más desatendidos de enfermos mentales, crónicos, desahuciados, minusválidos y ancianos.

4. Para dar una eficacia mayor a la pastoral entre los enfermos, es necesario que toda la comunidad cristiana se sienta llamada a colaborar en esa tarea.

Ahí tienen su puesto los miembros de los organismos eclesiales o religiosos, asociaciones y movimientos seglares católicos; ahí tienen su lugar las parroquias, llamadas a impulsar grupos específicos de apostolado y de voluntariado de ayuda a los enfermos. Así la comunidad cristiana hará presente en nuestra sociedad, crecientemente secularizada, el amor cristiano.

5. A la Virgen Santísima del Pilar encomiendo las intenciones y necesidades de cada enfermo -hombre o mujer, niño o adulto- de España, así como las de cuantos se dedican al cuidado de los enfermos y a la asistencia sanitaria. Sobre todos invoco la serenidad, la esperanza de las bienaventuranzas, la mejoría en su salud y a todos bendigo de corazón, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

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