Mons. Reinaldo Nann

jueves, 13 de junio de 2013

¡Ay de quien ahoga la esperanza de los niños!


12-06-2013 L’Osservatore Romano

En la Jornada Mundial contra el trabajo de menores, el Papa Francisco lanza una dura amonestación a quien, en lugar de «hacer jugar» a los pequeños, los hace «esclavos». Al término de la audiencia general del miércoles 12 de junio, en una plaza de San Pedro colmada de fieles a pesar del calor, el Pontífice denunció el «deplorable fenómeno» de la explotación de los menores en el trabajo doméstico —en aumento especialmente en los países pobres—, recordando que «son millones, sobre todo niñas», las «víctimas de esta forma oculta de explotación que comporta a menudo también abusos, malos tratos y discriminaciones». Es «una verdadera esclavitud» —insistió con palabras añadidas al texto preparado—. Por todo ello el deseo del Papa de que la comunidad internacional dé lugar a «medidas más eficaces» para combatir la terrible plaga.


Anteriormente el Pontífice había propuesto una reflexión sobre el tema de la Iglesia como pueblo de Dios, identificando en el amor la «ley» en la que se reconocen todos sus miembros. Un amor que, sin embargo, —puso en guardia— «no es estéril sentimentalismo o algo vago», sino que «es reconocer a Dios como único Señor de la vida y, al mismo tiempo, acoger al otro como verdadero hermano, superando divisiones, rivalidades, incomprensiones y egoísmos».


En efecto, «las dos cosas van juntas». Y esto se puede constatar en las numerosas “guerras” que existen incluso «entre cristianos. En el seno del pueblo de Dios —lamentó el  Papa— ¡cuántas guerras! En los barrios, en los lugares de trabajo, ¡cuántas guerras por envidia y celos! Incluso en la familia misma, ¡cuántas guerras internas!». Por ello pidió a los fieles oración «por aquellos con quienes estamos enfadados». Y en una especie de diálogo improvisado con la plaza, que respondía al unísono a sus invitaciones, el Papa Francisco habló de la presencia del mal en el mundo: «El Diablo —dijo— actúa. Pero quisiera decir a gran voz: ¡Dios es más fuerte! Vosotros, ¿creéis esto? ¿Que Dios es más fuerte? Pero lo decimos juntos, lo decimos todos juntos: ¡Dios es más fuerte! Y, ¿sabéis por qué es más fuerte? Porque Él es el Señor, el único Señor». Y recurrió a una imagen evocadora, explicando que «la realidad oscura, marcada por el mal, puede cambiar, si nosotros, los primeros, llevamos a ella la luz del Evangelio. Si en un estadio —pensemos aquí en Roma en el Olímpico, o en el de San  Lorenzo en Buenos Aires—, en una noche oscura, una persona enciende una luz, se vislumbra apenas; pero si los más de setenta mil espectadores encienden cada uno la propia luz, el estadio se ilumina».

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