Día litúrgico: Jueves III de Pascua
Texto del Evangelio (Jn 6,44-51): En aquel tiempo,
Jesús dijo a la gente: «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado
no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas:
serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a
mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios,
ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida
eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el
desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma
no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá
para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo».
Comentario: Rev. D. Pere MONTAGUT i Piquet
(Barcelona, España).
Yo soy el pan vivo, bajado del cielo
Hoy cantamos al Señor de quien nos viene la gloria y el
triunfo. El Resucitado se presenta a su Iglesia con aquel «Yo soy el que soy»
que lo identifica como fuente de salvación: «Yo soy el pan de la vida» (Jn
6,48). En acción de gracias, la comunidad reunida en torno al Viviente lo
conoce amorosamente y acepta la instrucción de Dios, reconocida ahora como la
enseñanza del Padre. Cristo, inmortal y glorioso, vuelve a recordarnos que el
Padre es el auténtico protagonista de todo. Los que le escuchan y creen viven
en comunión con el que viene de Dios, con el único que le ha visto y, así, la
fe es comienzo de la vida eterna.
El pan vivo es Jesús. No es un alimento que asimilemos a
nosotros, sino que nos asimila. Él nos hace tener hambre de Dios, sed de
escuchar su Palabra que es gozo y alegría del corazón. La Eucaristía es
anticipación de la gloria celestial: «Partimos un mismo pan, que es remedio de
inmortalidad, antídoto para no morir, para vivir por siempre en Jesucristo» (San Ignacio de Antioquía). La comunión
con la carne del Cristo resucitado nos ha de acostumbrar a todo aquello que
baja del cielo, es decir, a pedir, a recibir y asumir nuestra verdadera
condición: estamos hechos para Dios y sólo Él sacia plenamente nuestro
espíritu.
Pero este pan vivo no sólo nos hará vivir un día más allá
de la muerte física, sino que nos es dado ahora «por la vida del mundo» (Jn
6,51). El designio del Padre, que no nos ha creado para morir, está ligado a la
fe y al amor. Quiere una respuesta actual, libre y personal, a su iniciativa.
Cada vez que comemos de este pan, ¡adentrémonos en el Amor mismo! Ya no vivimos
para nosotros mismos, ya no vivimos en el error. El mundo todavía es precioso
porque hay quien continúa amándolo hasta el extremo, porque hay un Sacrificio
del cual se benefician hasta los que lo ignoran.
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