Día litúrgico: Lunes III de Cuaresma
Texto del Evangelio (Lc 4,24-30): En aquel tiempo,
Jesús dijo a la gente reunida en la sinagoga de Nazaret: «En verdad os digo que
ningún profeta es bien recibido en su patria. Os digo de verdad: muchas viudas
había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y
seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue
enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos
había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue
purificado sino Naamán, el sirio».
Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron
de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una
altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para
despeñarle. Pero Él, pasando por medio de ellos, se marchó.
Comentario: Rev. D. Santi COLLELL i Aguirre
(La Garriga, Barcelona, España).
En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en
su patria
Hoy escuchamos del Señor que «ningún profeta es bien
recibido en su patria» (Lc 4,24). Esta frase —puesta en boca de Jesús— nos ha
sido para muchas y muchos —en más de una ocasión— justificación y excusa para
no complicarnos la vida. Jesucristo, de hecho, sólo nos quiere advertir a sus
discípulos que las cosas no nos serán fáciles y que, frecuentemente, entre
aquellos que se supone que nos conocen mejor, todavía lo tendremos más
complicado.
La afirmación de Jesús es el preámbulo de la lección que
quiere dar a la gente reunida en la sinagoga y, así, abrir sus ojos a la
evidencia de que, por el simple hecho de ser miembros del “Pueblo escogido” no
tienen ninguna garantía de salvación, curación, purificación (eso lo
corroborará con los datos de la historia de la salvación).
Pero, decía, que la afirmación de Jesús, para muchas y
muchos nos es, con demasiada frecuencia, motivo de excusa para no “mojarnos
evangélicamente” en nuestro ambiente cotidiano. Sí, es una de aquellas frases
que todos hemos medio aprendido de memoria y, ¡qué efecto!
Parece como grabada en nuestra conciencia particular de
manera que cuando en la oficina, en el trabajo, con la familia, en el círculo
de amigos, en todo nuestro entorno social más debiéramos tomar decisiones
solamente comprensibles a la luz del Evangelio, esta “frase mágica” nos echa
atrás como diciéndonos: —No vale la pena que te esfuerces, ¡ningún profeta es
bien recibido en su tierra! Tenemos la excusa perfecta, la mejor de las
justificaciones para no tener que dar testimonio, para no apoyar a aquel
compañero a quien le está haciendo una mala pasada la empresa, o para no mirar
de favorecer la reconciliación de aquel matrimonio conocido.
San Pablo se dirigió, en primer lugar, a los suyos: fue a
la sinagoga donde «hablaba con valentía, discutiendo acerca del Reino de Dios e
intentando convencerles» (Hch 19,8). ¿No crees que esto era lo que Jesús quería
decirnos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario