Han transcurrido casi
69 años. El entorno y las circunstancias parecen haber cambiado o ser
diferentes. Sin embargo, ‘las palabras’ de Pío XII siguen de plena actualidad y
nos aportan mucha luz.
S.S. Pío XII
Alocución al Patriciado y a la Nobleza Romana, de 19-01-1944, in Discorsi e Radiomessaggi di Sua
Santità Pio XII, Tipografia Poliglotta Vaticana, 19/1/1944, pp. 177-182.
* Los subtítulos no son del original. Fueron añadidos para facilitar la
lectura.
[...]
Asistimos hoy a uno de los mayores incendios de la historia, una de las
más profundas convulsiones políticas y sociales marcadas en los anales del
mundo (1), pero a la que está por suceder una nueva ordenación, cuyo secreto se
encuentra aún sellado en el designio y el corazón de Dios, providente regidor
del curso de los acontecimientos humanos y de su término.
Las cosas terrenas fluyen como río en el surco del tiempo. El pasado
cede necesariamente el lugar y el camino al porvenir, y el presente no es sino
un instante fugaz que vincula el uno al otro. Es un hecho, un movimiento, una
ley; no es un mal en sí. El mal sería si este presente, que debería ser una
onda tranquila en la continuidad de la corriente, se volviese un remolino
marino, que convulsionara todas las cosas como un tifón o un ciclón en su
avanzar, cavando con furia destruidora y voraz un abismo entre aquello que pasó
y lo que está porvenir.
Tales saltos desordenados, que la historia hace en su curso, constituyen
entonces y determinan lo que se llama una
crisis, o sea, un pasaje peligroso que puede conducir a la salvación o a la
ruina irreparable, pero cuya solución aún está envuelta en misterio, dentro de
las nubes negras de las fuerzas en choque.
Quien considera, estudia y pondera con seriedad el pasado más próximo,
no puede negar que habría sido posible evitar el mal hecho y desconjurar la
crisis gracias a un procedimiento normal, en el que cada uno hubiese cumplido
decorosa y corajosamente la misión que le fue conferida por la Providencia
Divina.
Por ventura, ¿no es la sociedad humana, o por lo menos no debería ser,
semejante a una máquina bien ordenada, cuyas partes concurren todas para un
funcionamiento armónico conjunto? Cada cual tiene su función, cada cual debe
empeñarse en un mayor progreso del organismo social, cuyo perfeccionamiento
debe procurar de acuerdo con las propias fuerzas y virtudes, si tiene verdadero
amor al prójimo y desea razonablemente el bien y el provecho de todos.
Ahora, ¿qué parte les fue consignada de manera especial, queridos hijos
e hijas? ¿Qué misión les fue particularmente atribuida? Precisamente, la de
facilitar este desenvolvimiento normal; el servicio que en la máquina prestan y
ejecutan el regulador, el volante, el reóstato, los cuales participan de la
actividad común y reciben su parte de la fuerza motriz para asegurar el
movimiento propio del aparato. En otros términos, Patriciado y Nobleza, ustedes
representan y continúan la tradición.
El correcto sentido de
los conceptos de tradición y progreso
Esta palabra, bien se sabe, suena desagradablemente a muchos oídos. Ella
desagrada, con razón, cuando es pronunciada por ciertos labios. Algunos la
comprenden mal; otros la usa como falacioso pretexto para su egoísmo inactivo.
A la vista de un desentendimiento y desacuerdo tan dramáticos, no pocas voces
envidiosas, muchas veces hostiles y de mala fe, y más frecuentemente aún
ignorantes o engañadas, les cuestionan y les preguntan sin pena: ¿para qué
sirven ustedes? Para responderles, conviene antes que se entienda el verdadero
sentido y el valor de esta tradición, de la cual desean ser, antes de todo,
representantes.
Muchos espíritus, aún insinceros, imaginan y creen que la tradición no
es más que el recuerdo, el pálido vestigio de un pasado que ya no existe, que
no puede volver, y que cuando mucho es relegado con veneración, si se quiere
con reconocimiento, a la conservación de un museo, que pocos admiradores o
amigos visitan.
Si en esto consistiera y a esto se redujera la tradición, y si esta importara
en rechazo o menosprecio del camino del porvenir, sería razonable negarle el
respeto y honra, y deberían ser vistos con compasión los soñadores del pasado,
retardarios frente al presente y al futuro, y con mayor severidad aún aquellos
que, movidos por intenciones menos respetables y puras, no son más que
desertores de los deberes de la hora tan llena de luto que van recorriendo.
Pero la tradición es una cosa muy diversa de un simple apego a un pasado
ya desaparecido; es justamente lo contrario de una reacción que desconfía de
cualquier progreso sano. Etimológicamente el propio vocablo es sinónimo de
camino y de marcha para el frente (2) – sinonimia y no identidad. En efecto, en
cuanto el progreso indica solamente el hecho de caminar para el frente, paso
por paso, procurando con la mirada un incierto porvenir, la tradición indica
también un camino para el frente, pero un camino continuo, que se desenvuelve
al mismo tiempo tranquilo y vivaz, de acuerdo con las leyes de la vida,
escapando a la angustiosa alternativa “si jeunesse savait, si viellesse
pouvait!” (3); semejante a aquel señor de Turenne, del cual fue dicho: “Il a eu dans sa jeunesse toute le prudence d’un âge
avancé, et dans un âge avancé toute la vigueur de la jeunesse” (4).
Por la fuerza de la tradición, la juventud, iluminada y guiada por la
experiencia de los ancianos, avanza con paso más seguro, y la vejez transmite y
entrega confiante el arado en las manos más vigorosas, que continúan el surco
ya iniciado. Como indica su nombre, la tradición es un don que pasa de
generación en generación; es la antorcha que, a cada relevo, un corredor pone
en la mano del otro, y la confía sin que la corrida pare o disminuya de
velocidad.
Tradición y progreso recíprocamente se completan con tanta armonía que,
así como la tradición sin progreso se contradiría a sí misma, así también el
progreso sin la tradición sería un emprendimiento temerario, un salto en lo
oscuro.
No, no se trata de remar contra la corriente, de retroceder para las
formas de vida y de acción de edades ya pasadas, sino de, tomando y siguiendo
lo que el pasado tiene de mejor, caminar al encuentro del porvenir con el vigor
inmutable de la juventud.
Misión de las clases
dirigentes de la sociedad
[...]
En cuanto [ustedes] tienen próvidamente en vista ayudar el verdadero
progreso para un más sano y feliz porvenir, sería una injusticia y una
ingratitud recriminarles e imputarles como deshonra el culto del pasado, el
estudio de su historia, el amor a las santas costumbres, la fidelidad
irremovible a los principios eternos. Los ejemplos gloriosos o infaustos de
aquellos que precedieron los tiempos presentes son una lección y una luz
delante de vuestros pasos.
Y con razón ya fue dicho que las enseñanzas de la historia hacen de la
humanidad un hombre que camina y nunca envejece. Viven [ustedes] en la sociedad
moderna, no como emigrados de un país extranjero, sino como beneméritos e
insignes ciudadanos, que pretenden y quieren trabajar con sus contemporáneos, a
fin de preparar el saneamiento, la restauración y el progreso del mundo.
[...]
Comprender, amar en la caridad de Cristo el pueblo de vuestro tiempo,
probar con hechos esa comprensión y ese amor, aquí está el arte de hacer aquel
bien mayor que les compete realizar, no solo directamente a los que están
alrededor de ustedes, sino en una esfera casi ilimitada, en el momento en que
vuestra experiencia se vuelve un beneficio para todos. Y, en esta materia, ¡que
espléndidas lecciones dan tantos espíritus nobles, ardiente y entusiásticamente
dispuestos a difundir y a suscitar un orden social cristiano!
[...]
Guardianes, como quieren ser, de la verdadera tradición que ilustra a
vuestras familias, les cabe la misión y la gloria de contribuir para la
salvación de la convivencia humana, preservándola tanto de la esterilidad a la
que la condenarían los melancólicos admiradores demasiados celosos del pasado,
como de la catástrofe a la que la llevarían temerarios aventureros o profetas
alucinados de un falaz y engañoso porvenir.
En vuestra obra aparecerá por encima de ustedes y en ustedes, la imagen
de la Providencia Divina que, con fuerza y dulzura, dispone y dirige todas las
cosas en el sentido de su perfeccionamiento (5); a no ser que la locura del
orgullo humano venga a ponerse en medio en sus designios, los cuales, sin
embargo, son siempre superiores al mal, al acaso y a la fortuna.
Con tal acción serán también preciosos colaboradores de la Iglesia, que,
aún en medio de las agitaciones y de los conflictos, no cesa de promover el
progreso espiritual de los pueblos, ciudad de Dios sobre la Tierra, que prepara
la Ciudad Eterna.
Para esta vuestra santa y fecunda misión –a la cual, estamos seguros,
continuarán a corresponder con propósito, trabajando con celo y dedicación, más
que nunca necesarios en estos días llenos de gravedad– imploramos las más
abundantes gracias celestiales, en cuanto de todo corazón damos, a ustedes y a
vuestras queridas familias, a los próximos y distantes, a los sanos y
dolientes, a los prisioneros, a los dispersos, a aquellos que encuentran
expuestos a los más amargos dolores y peligros, Nuestra paternal Bendición
Apostólica.
________
(1) Nota del Editor: El Papa se refiere a la Segunda Guerra Mundial (crisis), que terminaría el año
siguiente del año de la presente alocución.
(2) La palabra tradición proviene del verbo latino "tradere",
que significa transmitir, entregar.
(3) "Si la juventud supiese, si la vejez pudiese."
(4) "Tuvo en su juventud toda la prudencia de una edad avanzada, y
en una edad avanzada todo el vigor de la juventud." - Fléchier, Oración
Fúnebre, 1976.
(5) Sab 8, 1.
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