Mons. Reinaldo Nann

jueves, 20 de diciembre de 2012

La fuerza silenciosa de la verdad y del amor vence



19-12-2012 L’Osservatore Romano

En la pobreza de un niño que nace se manifiesta aquella fuerza silenciosa de la verdad y del amor que vence el rumor de los poderes del mundo. Es el sentido de la reflexión sobre la Navidad propuesta por el Papa el miércoles 19 de diciembre durante la audiencia general, la última de este año.

El Pontífice se detuvo en la fe de la Virgen María, manifestada a partir del misterio de la Anunciación, e indicó en las palabras de saludo que le dirigió el Ángel «una invitación a la alegría». Una alegría que -dijo- anuncia el final de la tristeza que existe en el mundo causada por el límite de la vida, del sufrimiento, de la muerte, el mal, todo lo que «parece oscurecer la luz de la bondad divina». Una alegría evidentemente relacionada a la ya próxima venida del Señor en medio de los hombres.


Para percibir el sentido de esta venida del Señor entre los hombres es necesario, advirtió Benedicto XVI, ponerse en la misma actitud de escucha de María ante el anuncio del Ángel; y, como hizo ella misma, abrir de par en par las puertas al Creador. Y luego es necesario someterse libremente «a la palabra recibida, a la voluntad divina en la obediencia de la fe». También cuando nos encontramos ante la oscuridad del misterio y la palabra «es difícil, casi imposible, de acoger».

La actitud justa es una vez más la que nos transmitió María, y su esposo José, demostrada al aceptar la respuesta misteriosa que les dio Jesús, que le buscaban preocupados y le encontraron inmerso en la discusión con los maestros en el Templo: «¿No sabíais —dijo el Papa, citando las palabras de Jesús en el Evangelio de Lucas— que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».

Por lo tanto, «la humildad profunda de la fe obediente de María, que acoge en sí también aquello que no comprende del obrar de Dios, dejando que sea Dios quien le abra la mente y el corazón», es la propuesta de Benedicto XVI al hombre contemporáneo para celebrar y vivir con mayor consciencia las festividades navideñas. Recordando que «la gloria de Dios no se manifiesta en el triunfo y en el poder de un rey, no resplandece en una ciudad famosa, en un suntuoso palacio» sino que se revela precisamente «en la pobreza de un niño».

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