Mons. Reinaldo Nann

jueves, 20 de diciembre de 2012

La Anunciación



Hoy consideramos la hora decisiva de la historia humana: María se ofrece —cuerpo y alma— como morada a Dios. En Ella y de Ella, el Hijo de Dios tomó carne. Por medio de Ella, la Palabra se hizo carne y María deviene "tienda viva" del Verbo. Lo que es el anhelo de todas las culturas —que Dios habite entre nosotros— ahí se hace realidad.

Escuchando con el corazón, devotamente: ésta es la actitud propia de María Santísima. En el icono emblemático de la Anunciación vemos a la Virgen recibiendo al Mensajero celestial mientras está meditando la Sagrada Escritura. María es la dócil servidora de la Palabra divina. Había motivos para tener miedo, porque llevar encima el peso del mundo, ser la madre del Rey del universo, era superior a las fuerzas de un ser humano. Por eso, el Arcángel le repitió el "No temas" tan típico de la Escritura.

—Santa María responde "sí" e incorpora toda su existencia a la voluntad divina, abriendo la puerta del mundo a Dios.

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