P. Enrique Cases - 28 febrero 2012 - Sección: Conoce tu fe
El ateísmo no es nuevo, pero en la actualidad a comenzado
a diseminarse por los países industrializados. Un ateo que presente argumentos
y respeto con los creyentes merece respeto. El diálogo con el ateísmo continúa
desde la razón humana y desde la comprensión respetuosa.
La falta de religión nos muestra que algunas corrientes
ideológicas llevan a la destrucción del hombre.
La más alta razón de la dignidad humana consiste en la
vocación del hombre a la comunión con Dios. Ya desde su nacimiento, el hombre
está invitado al diálogo con Dios: puesto que no existe sino porque, creado por
el amor de Dios, siempre es conservado por el mismo amor, ni vive plenamente
según la verdad si no reconoce libremente aquel amor, confiándose totalmente a
El. Mas muchos contemporáneos nuestros desconocen absolutamente, o la rechazan
expresamente, esta íntima y vital comunión con Dios. Este ateísmo, que es uno
de los más graves fenómenos de nuestro tiempo, merece ser sometido a un examen
más diligente.
Es cierto que en nuestro tiempo se ha difundido el
fenómeno del ateísmo, especialmente en los países dominados por el marxismo,
como consecuencia de la persecución sistemática de la religión, pero también en
los países de libertades democráticas y desarrollo económico.
Ateo es una palabra que significa sin Dios. Se pueden
distinguir dos clases de ateos: unos, llamados ateos prácticos, viven de hecho
como si Dios no existiera, sin plantearse más problemas; otros, en cambio,
pretenden argumentar, de diversas maneras, que no es razonable creer en Dios:
se llaman ateos teóricos. El Concilio Vaticano II lo expresa así: -Muchos son
los que hoy día se desentienden del todo de esta íntima y vital unión con Dios
o la niegan en forma explícita» (GS, 19).
Añade el Concilio que: -quienes voluntariamente pretenden
apartar de su corazón a Dios y soslayar las cuestiones religiosas, desoyen el
dictamen de su conciencia y, por tanto, no carecen de culpa. (ibíd.)
Con frecuencia el ateísmo moderno se presenta también en
forma sistemática, la cual, además de otras causas, conduce, por un deseo de la
autonomía humana, a suscitar dificultades contra toda dependencia con relación
a Dios. Los que profesan este ateísmo afirman que la libertad consiste en que
el hombre es fin de sí mismo, siendo el único artífice y creador de su propia
historia; y defienden que esto no puede conciliarse con el reconocimiento de un
Señor, autor y fin de todas las cosas.
Una de las formas de ateísmo que más ha influido en
nuestro tiempo es la elaborada por algunos pensadores, entre ellos los
marxistas, según la cual, la afirmación de Dios significaría la «alineación o
negación del hombre lo explican diciendo que si el hombre debe vivir en función
de otro ser (Dios), no vivirá para sí mismo. A eso lo llaman -alienarse o
enajenarse, es decir, hacerse ajeno y extraño a sí mismo. Por eso consideran
que para que se afirme al hombre, hay que suprimir a Dios. Quitado Dios, «el
hombre es Dios para el hombre y no ha de vivir en función de ese otro, distinto
de él.
Esta doctrina pierde de vista algo tan evidente como que
el hombre es un ser limitado, imperfecto. Y más todavía olvida que el Dios de
que habla la religión es un ser que no necesita nada del hombre. Es todo lo
contrario a un dueño malo, que tratara cruelmente a sus esclavos. Es precisamente
Amor, Bondad y no ha hecho más que mostrar con obras su amor al hombre. La
Creación es ya una obra de su amor.
La experiencia ha demostrado que esas doctrinas no llevan
precisamente a la defensa del hombre, que era lo que pretendían, sino a su destrucción,
que era lo que criticaban. El amor y el respeto a Dios ha hecho a los hombres
durante tantos siglos dominar sus tendencias más bajas y crueles. La falta de
religión nos muestra cada día la carencia de escrúpulos para los actos más
viles.
El hombre creyente, lejos de -alienarse», se enriquece y
se hace más fiel a sí mismo cuando vive religado a Dios. Y Dios le ofrece como
meta dársele por completo en la vida futura, tan real como la presente.
«Dice en su corazón el insensato: ¡No existe Dios!». (Sal.
53, 2)
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