La Resurrección de Lázaro, pintada por Ribera |
Amigo de Jesús
Martirologio Romano: Conmemoración de los santos Lázaro,
hermano de santa Marta, a quien lloró el Señor al enterarse de que había
muerto, y al que resucitó, y María, su hermana, la cual, mientras Marta se
ocupaba inquieta y nerviosa en preparar todo lo necesario, ella, sentada a los
pies del Señor, escuchaba sus palabras (s. I).
La primera y principal fuente de información que tenemos
de Lázaro es el Evangelio. Vive en Betania a corta distancia de Jerusalén, en
lo que a mí me gusta llamar una zona residencial. Su casa es también la casa de
Marta y de María sus hermanas. Y hasta da la sensación por el relato
evangélico que no es él quien lleva la voz cantante en la mansión. Parece que
es Marta la que maneja el cotarro diario. Alguien ha atribuido a la mala salud
de Lázaro este hecho ciertamente poco frecuente en una sociedad en la que la
mujer pintaba poco o, al menos, no tenía mucho que decir. Tampoco quiero
afirmar que esta suposición esté avalada por el relato, ya que bien podría
suceder que la diferencia de edades entre ellos fuera un dato a favor de la preeminencia
de Marta que quizá debió hacerse cargo de la casa a la muerte de sus padres de
quienes, por otra parte, no tenemos ni la más mínima referencia.
El caso es que Jesucristo visitaba con frecuencia esa casa
bien cuando pasaba de un lado a otro en sus andanzas apostólicas o cuando
necesitaba un refugio de reposo para dar descanso a su cuerpo cansado. Allí se
encontraba a gusto. Era una familia encantadora. Con ellos no había secretos.
Esperaban la llegada de la Salvación que Dios había prometido desde antiguo y
que sospechaban inminente. Reinaba la confianza y lo mismo que abrigaban a
Jesús peregrino se hacían merecedores de la entrega de Jesús.
Un día enfermó Lázaro, no hubo remedio entre los que
suelen aplicarse que solucionara su mal y murió. Por más que enviaron recado a
Jesús, Él llegó a Betania cuando ya llevaba cuatro días enterrado. Acompañado
de las hermanas, rodeado de sus discípulos, contemplado por los apesadumbrados
amigos que acompañaban a las hermanas aliviando su dolor, ante el sepulcro
sucede un hecho espectacular: Jesús se emociona profundamente y llora sin
tapujos por el amigo muerto. Reza y da una voz imperiosa "¡Lázaro, sal
fuera!", y el muerto de cuatro días que ya estaba hediondo sale del
sepulcro; así, vive.
Luego suceden las cosas con rapidez. Los jefes del pueblo
que ya tenían entre ojos a Jesús, al comprobar que es imposible ocultar lo
evidente, que la gente —entre curiosa y asombrada— se desplaza a Betánia para
ver vivo al que habían enterrado bien muerto días atrás, que las voces son un
continuo transmisor imparable del hecho y que les dejan solos, deciden acelerar
la muerte de Jesús e incluyen a Lázaro en sus planes de exterminio.
Hasta aquí llega la referencia histórica sobre Lázaro.
A partir de esta maravilla grandiosa, la asombrada
capacidad humana deja rienda suelta a la imaginación que se recrea poniendo al
anfitrión del relato en el punto de mira de las posibilidades y comienza a
generarse la fábula. Unos lo hacen coincidir con el Lázaro de la parábola de
Epulón y terminan señalándolo como protector de lazaretos, leproserías y
ulcerados; los más osados hablarán de él como discípulo de Jesús que llega a
obispo y termina muriendo mártir de Cristo. Otros lo hacen navegante hasta
tierras galas y predicador infatigable del Evangelio en Marsella...
Fuera de estos apéndices que a la postre no sirven para
mucho, me queda un pensamiento a modo de pregunta que en verdad es atractivo
por lo que de misterio encierra: ¿Cómo sería Lázaro para haber suscitado en Jesucristo
tanto cariño que lleguen a conmoverse hasta el llanto los sentimientos más
nobles de su Santísima Humanidad?
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