Mártir.
Martirologio Romano: Memoria de san Justino, mártir,
que, como filósofo que era, siguió íntegramente la auténtica sabiduría conocida
en la verdad de Cristo, la cual confirmó con sus costumbres, enseñando lo que
afirmaba y defendiéndola con sus escritos. Al presentar al emperador Marco
Aurelio, en Roma, su Apología en favor de la religión cristiana, fue conducido
ante el prefecto Rústico y, por confesar que era cristiano, fue condenado a la
pena capital (c. 165)
Etimológicamente: Justino = Aquel que obra con
justicia, es de origen latino.
Filósofo cristiano y cristiano filósofo, como con razón
fue definido, Justino (que nació a principios del siglo II en FIavia Neápolis —Nablus—,
la antigua Siquem, en Samaria, de familia pagana) pertenece a ese gran número
de pensadores que en todo período de la historia de la Iglesia han tratado de
hacer una síntesis de la provisional sabiduría humana y de las inalterables
afirmaciones de la revelación cristiana. El itinerario de su conversión a
Cristo pasa a través de la experiencia estoica, pitagórica, aristotélica y
neoplatónica. De aquí el desemboque casi inevitable, o mejor providencial,
hacia la Verdad integral del cristianismo.
El mismo cuenta que, insatisfecho de las respuestas que le
daban las diversas filosofías, se retiró a un lugar desierto, a orillas del
mar, a meditar, y que un anciano al que le había confiado su desilusión le
contestó que ninguna filosofía podía satisfacer al espíritu humano, porque la
razón es incapaz por sí sola de garantizar la plena posesión de la verdad sin
una ayuda divina.
Así fue como Justino descubrió el cristianismo a los
treinta años; se convirtió en convencido predicador y, para proclamar al mundo
este feliz descubrimiento, escribió sus dos Apologías. La primera se la dedicó
en el año 150 al emperador Antonino Pío y al hijo Marco Aurelio, y también al
Senado y al pueblo romano. Escribió otras obras, por lo menos unas ocho. Entre
ellas la más importante es la titulada Diálogo con Trifón, y se la recuerda
porque abre el camino a la polémica antijudaica en la literatura cristiana.
Pero las dos Apologías siguen siendo el documento más importante, pues gracias
a estos escritos sabemos cómo se explicaba el cristianismo en ese tiempo y cómo
se celebraban los ritos litúrgicos, sobre todo la administración del bautismo y
la celebración de la Eucaristía. Aquí no se encuentran argumentos filosóficos,
sino testimonios conmovedores de vida en la primitiva comunidad cristiana, de
la que Justino está feliz de pertenecer: “Yo, uno de ellos...”. Semejante
afirmación podía costarle la vida. Y, en efecto, Justino pagó con la vida su
pertenencia a la Iglesia.
Había ido a Roma, y allí fue denunciado por Crescencio, un
filósofo con quien Justino había disputado mucho tiempo. El magistrado que lo
juzgó, Rústico, también era un filósofo estoico, amigo y confidente de Marco
Aurelio. Pero para el magistrado, Justino no era más que un cristiano, igual a
sus compañeros, todos condenados a la decapitación por su fe en Cristo. Todavía
hoy se conservan actas auténticas del martirio de Justino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario