Apóstol.
“José, llamado por los Apóstoles Bernabé, que quiere decir
hijo de consolación, levita, natural de Chipre, tenía un campo; lo vendió y
llevó el dinero a los pies de los Apóstoles”. Así nos lo presentan los Hechos
de los Apóstoles. Antiguas fuentes refieren que Bernabé, llamado Apóstol por
Los mismos Hechos, aunque no pertenecía a los Doce, fue probablemente uno de
los setenta discípulos de los que habla el Evangelio. En todo caso es una
figura de primer plano en la fervorosa comunidad cristiana, que se formó en
Jerusalén después de Pentecostés. Los Apóstoles tenían mucho aprecio a Bernabé y
lo escogieron para la evangelización de Antioquía.
Bernabé es el hombre de las grandes intuiciones. En
Antioquía se dio cuenta inmediatamente de que ese era un terreno apto para
sembrar la palabra de Dios. Fue a decirlo a Jerusalén y pidió la aprobación
para ir en busca del neoconvertido Saulo, sacándolo de su retiro en Tarso. Así
comenzó su extraordinaria asociación. Después de un año de trabajo, habían
logrado tantas conversiones que “hicieron noticia”, como se diría hay en el
lenguaje periodístico. Dicen los Hechos de los Apóstoles: “Por primera vez los
discípulos tomaron el nombre de cristianos en Antioquía”.
Saulo, que ahora prefería usar el nombre romano de Pablo, y
Bernabé, satisfechos por haber abierto el camino al anuncio evangélico entre
los paganos, partieron hacia otros lugares. Primera etapa Chipre, patria de
Bernabé, que había llevado consigo a su joven primo Juan Marcos, el futuro
evangelista. Otra magnifica elección, aunque más tarde, al comienzo del segundo
y más peligroso viaje misionero, el joven no estaba muy decidido y Pablo no
creyó oportuno cambiar el programa, y prefirió separarse inclusive de Bernabé,
que se quedó en Chipre.
Pablo y Bernabé, dos personalidades diferentes, que se
complementan mutuamente. En Listra, al final del primer viaje misionero,
durante la predicación Pablo notó la presencia de un pobre tullido. “Levántate
y camina”, le dijo. Y el tullido quedó curado. “La muchedumbre, al ver lo que
Pablo había hecho, comenzó a gritar: ¡Los dioses en forma humana han bajado
hasta nosotros! Y a Bernabé lo llamaban Júpiter, y a Pablo Mercurio, porque era
el más elocuente de los dos”. A Bernabé se le atribuye la paternidad de la
Carta paulina a los Hebreos y de otro escrito, llamado El Evangelio de Bernabé,
ahora perdido. Después que se separó de Pablo, no se tienen más noticias de
Bernabé. Escritos apócrifos hablan de un viaje a Roma y de su martirio, hacia
el año 70, en Salamina, por mano de los judíos de la diáspora que lo lapidaron.
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