De la homilía pronunciada por el papa Juan XXIII en la canonización de san Martín de Porres
6 de mayo de 1962: AAS 54
Martín nos demuestra, con el ejemplo de su vida, que
podemos llegar a la salvación y a la santidad por el camino que nos enseñó
Cristo Jesús: a saber, si, en primer lugar, amamos a Dios con todo nuestro
corazón, con toda nuestra alma y con todo nuestro ser; y si, en
segundo lugar, amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Él sabía que Cristo Jesús padeció por nosotros y, cegado
con nuestros pecados, subió al leño, y por esto tuvo un amor especial a Jesús
crucificado, de tal modo que, al contemplar sus atroces sufrimientos, no podía
evitar el derramar abundantes lágrimas. Tuvo también una singular devoción al santísimo
sacramento de la eucaristía, al que dedicaba con frecuencia largas horas de
oculta adoración ante el sagrario, deseando nutrirse de él con la máxima
frecuencia que le era posible.
Además, san Martín, obedeciendo el mandato del divino
Maestro, se ejercitaba intensamente en la caridad para con sus hermanos,
caridad que era fruto de su fe íntegra y de su humildad. Amaba a sus prójimos,
porque los consideraba verdaderos hijos de Dios y hermanos suyos; y los amaba
aún más que a sí mismo, ya que, por su humildad, los tenía a todos por más
justos y perfectos que él.
Disculpaba los errores de los demás; perdonaba las más
graves injurias, pues estaba convencido que era mucho más lo que merecía por
sus pecados; ponía todo su empeño en retornar al buen camino a los pecadores;
socorría con amor a los enfermos; procuraba comida, vestido y medicinas a los
pobres; en la medida que le era posible, ayudaba a los agricultores y a los
negros y mulatos, que, por aquel tiempo, eran tratados como esclavos de la más
baja condición, lo que le valió, por parte del pueblo, el apelativo de «Martín
de la caridad».
Este santo varón, que con sus palabras, ejemplos y
virtudes impulsó a sus prójimos a una vida de piedad, también ahora goza de un
poder admirable para elevar nuestras mentes a las cosas celestiales. No todos,
por desgracia, son capaces de comprender estos bienes sobrenaturales, no todos
los aprecian como es debido, al contrario, son muchos los que, enredados en sus
vicios, los menosprecian, los desdeñan o los olvidan completamente. Ojalá que
el ejemplo de Martín enseñe a muchos la dulzura y felicidad que se encuentra en
el seguimiento de Jesucristo y en la sumisión a sus divinos mandatos.
Oración
Señor, Dios nuestro, que has querido conducir a san Martín
de Porres por el camino de la humildad a la gloria del cielo, concédenos la
gracia de seguir sus ejemplos, para que merezcamos ser coronados con él en la
gloria. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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