Mons. Reinaldo Nann

lunes, 16 de abril de 2012

Fiesta en familia



16-04-2012 L’Osservatore Romano

Fiesta de cumpleaños «bávara» para Benedicto XVI, que esta mañana, lunes 16 de abril, lo felicitaron por sus ochenta y cinco años una delegación de autoridades civiles y religiosas, y fieles procedentes de su tierra de origen. Fiesta en familia, por tanto, para una jornada que el Papa quiso iniciar con la misa en la Capilla Paulina, concelebrada por algunos de sus más íntimos colaboradores —entre ellos los cardenales Bertone, secretario de Estado, y Sodano, decano del Colegio cardenalicio, el cual le aseguró, en nombre de todos los purpurados, la cercanía y la gratitud por su «servicio de amor»— y por una representación de cardenales, obispos y prelados alemanes, entre ellos su hermano Georg.


Conmovedora e inspirada la reflexión que el Pontífice pronunció, improvisando, durante la homilía. Comenzando con unas palabras de acción de gracias a los dos santos —Bernardette Soubirous y Benito José Labre— cuya memoria litúrgica celebra la Iglesia precisamente el 16 de abril. La primera, explicó, es el signo que indica el agua viva que todo cristiano necesita para purificarse. El segundo, mendicante a través de los santuarios europeos, muestra al hombre lo esencial de la vida: sólo Dios basta para abatir las fronteras que obstaculizan la fraternidad entre los pueblos.

Luego pasó a recuerdos personales: comenzando por el de sus padres y de todos los que lo han acompañado durante su vida, ayudándole a percibir la presencia del Señor. Que en la singular coincidencia entre su bautismo y el Sábado santo —dijo— le ha mostrado el vínculo profundo entre nacimiento y renacimiento. Una realidad más fuerte que toda amenaza o adversidad, que el mismo Pontífice confesó que experimenta sobre todo en este momento en que vive el último tamo de su existencia. Consciente de que la bondad de Dios supera todo mal y ayuda a avanzar con seguridad por el camino de la vida.

También a la delegación de Baviera, a la que recibió luego en la Sala Clementina, el Papa expresó su agradecimiento. Ante todo por las palabras del ministro presidente Seehofer, que le recordaron los lugares donde creció; pero también por los pensamientos suscitados por la alusión del cardenal Reinhard Marx a la belleza de la fe de una Iglesia a la que nunca ha dejado de sentirse profundamente unido. Una Iglesia cuyo rostro ha vuelto a aflorar en su mente gracias a la presencia de tantos obispos. Del mismo modo, volvieron a la memoria los vínculos de amistad con los exponentes de otras confesiones cristianas y con la comunidad judía. Por último, un pensamiento —tal vez el más íntimo y personal— suscitado por la escucha de las piezas musicales ejecutadas por el grupo folk. En ellas había algo familiar: de hecho, el Papa tocaba con el zither, una especie de pianola de cuerda, la misma melodía: «El Señor te saluda». Una música que acompañó su infancia y que aún hoy es parte de su presente, dijo, como lo será también en su futuro.

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