Virgen y Mártir.
Martirologio Romano: En Zaragoza, en la Hispania
Tarraconense, España, santa Engracia, virgen y mártir, que sufrió duros
suplicios, quedándole las llagas como testimonio de su martirio. († s. IV)
Etimológicamente: Engracia = Aquella que se
encuentra en estado de gracia, es de origen latino.
Habían proliferado los cristianos en el Imperio al amparo
de la menor presión de las leyes en tiempo de Galieno. Los había en el campo y
más en las ciudades, se les conoce en el foro, se les ve entre los esclavos, en
el ejército y en los mercados. Han contribuido otras causas a desparramar la fe
de Cristo entre las gentes: el aburrimiento del culto a los vanos dioses
paganos, el testimonio que dieron los mártires y que muchos vieron, la
transmisión boca a boca de los creyentes y el buen ejemplo.
Diocleciano ha conseguido la unidad territorial, política
y administrativa; quiere unificar también la religión y para ello debe hacer
sucumbir la religión de Cristo frente a la del Estado. Da cuatro edictos al
respecto y elige cuidadosamente a las personas que sean capaces de hacerlos
cumplir. Daciano será quien siembre el territorio de España, bajando desde el
noreste hasta el centro, con semillas de mártires cristianos.
Engracia es la joven novia graciosa que viaja desde
Braccara, en Galecia, hasta el Rosellón, en Francia, para reunirse con su
amado. Dieciocho caballeros de la casa y familia la acompañan y le dan cortejo.
Al llegar a Zaragoza y enterarse de las atrocidades que está haciendo el
prefecto romano, se presenta espontáneamente ante Daciano para echarle en cara
la crueldad, injusticia e insensatez con que trata a sus hermanos. Termina
martirizada, con la ofrenda de su vida y la de sus compañeros.
Las actas del martirio -¡qué pena sean del siglo VII, tan
tardías, y por ello con poco valor histórico!- describen los hechos martiriales
con el esquema propio a que nos tienen acostumbrados en el que es difícil
atreverse a separar qué cosa responde a la realidad y qué es producto
imaginativo consecuencia de la piedad de los cristianos.
El diálogo entre la frágil doncella y el cruel mandatario
aparece duro y claro; ella emplea razonamientos plenos de humanidad y firmes en
la fe con los que asegura la injusticia cometida -hoy se invocarían los
derechos humanos-, la existencia de un Dios único a quien sirve, la necedad de
los dioses paganos y la disposición a sufrir hasta el fin por el Amado; él
utiliza los recursos del castigo, la amenaza, la promesa y el regalo. En
resumen, la pormenorizada y prolija descripción del tormento de la joven cuenta
que primero es azotada, luego sufre los horrores de ser atada a un caballo y
arrastrada, le rajan el cuerpo con garfios, llegan a cortarle los pechos y le
meten en su cuerpo un clavo; para que más sufra, no la rematan, la abandonan
casi muerta sometida al indecible sufrimiento por las heridas hasta que muere.
Los dieciocho acompañantes fueron degollados a las afueras de la ciudad.
Un siglo más tarde del glorioso lance cantó Prudencio en
su Peristephanon las glorias de los innumerables mártires cesaraugustanos,
nombró a los dieciocho sacrificados y a la joven virgen Engracia, invitando al
pueblo a postrarse ante sus túmulos sagrados.
Engracia es la figura de la mártir que el pueblo, siempre
sensible a la grandeza, ha sabido mirar con simpatía, la ha dorado con el mimo
del agradecimiento, la bendice por su valentía, la compadece por sus
sufrimientos y quisiera imitarla en su fidelidad. Es la Patrona de Zaragoza.
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