Leproso por voluntad divina.
Martirologio Romano: En Kalavai, de la isla de
Molokay, en Oceanía, beato Damián de Veuster, presbítero de la Congregación de
Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, quien, entregado a la
asistencia de los leprosos, terminó él mismo contagiado de esta enfermedad
(1889).
Etimológicamente: Damián = Aquel que doma su
cuerpo, es de origen griego.
Fecha de
canonización: 11
de Octubre de 2009 por el Papa Benedicto XVI.
El Padre Damián nació el 3 de enero de 1840, en Tremeloo,
Bélgica.
De pequeño en la escuela ya gozaba haciendo como obras
manuales, casitas como la de los misioneros en las selvas. Tenía ese deseo
interior de ir un día a lejanas tierras a misionar.
De joven fue arrollado por una carroza, y se levantó sin
ninguna herida. El médico que lo revisó exclamó: "Este muchacho tiene
energías para emprender trabajos muy grandes".
Un día siendo apenas de ocho años dispuso irse con su
hermanita a vivir como ermitaños en un bosque solitario, a dedicarse a la
oración. El susto de la familia fue grande cuando notó su desaparición.
Afortunadamente unos campesinos los encontraron por allá y los devolvieron a
casa. La mamá se preguntaba: ¿qué será lo que a este niño le espera en el
futuro?
De joven tuvo que trabajar muy duro en el campo para
ayudar a sus padres que eran muy pobres. Esto le dio una gran fortaleza y lo
hizo práctico en muchos trabajos de construcción, de albañilería y de cultivo
de tierras, lo cual le iba a ser muy útil en la isla lejana donde más tarde iba
a misionar.
A los 18 años lo enviaron a Bruselas (la capital) a
estudiar, pero los compañeros se le burlaban por sus modos acampesinados que
tenía de hablar y de comportarse. Al principio aguantó con paciencia, pero un
día, cuando las burlas llegaron a extremos, agarró por los hombros a uno de los
peores burladores y con él derribó a otros cuatro. Todos rieron, pero en
adelante ya le tuvieron respeto y, pronto, con su amabilidad se ganó las
simpatías de sus compañeros.
Religioso. A los 20 años escribió a sus
padres pidiéndoles permiso para entrar de religioso en la comunidad de los
sagrados Corazones. Su hermano Jorge se burlaba de él diciéndole que era mejor
ganar dinero que dedicarse a ganar almas (el tal hermano perdió la fe más
tarde).
Una gracia pedida y
concedida. Muchas
veces se arrodillaba ante la imagen del gran misionero, San Francisco Javier y le decía al santo: "Por favor alcánzame
de Dios la gracia de ser un misionero, como tú". Y sucedió que a otro
religioso de la comunidad le correspondía irse a misionar a las islas Hawai,
pero se enfermó, y los superiores le pidieron a Damián que se fuera él de
misionero. Eso era lo que más deseaba.
Su primera conquista. En 1863 zarpó hacia su lejana
misión en el viaje se hizo sumamente amigo del capitán del barco, el cual le
dijo: "yo nunca me confieso. Soy mal católico, pero le digo que con usted
si me confesaría". Damián le respondió: "Todavía no soy sacerdote
pero espero un día, cuando ya sea sacerdote, tener el gusto de absolverle todos
sus pecados". Años mas tarde esto se cumplirá de manera formidable.
Empieza su misión. Poco después de llegar a Honolulú,
fue ordenado sacerdote y enviado a una pequeña isla de Hawai. Las Primeras
noches las pasó debajo de una palmera, porque no tenía casa para vivir. Casi
todos los habitantes de la isla eran protestantes. Con la ayuda de unos pocos
campesinos católicos construyó una capilla con techo de paja; y allí empezó a
celebrar y a catequizar. Luego se dedicó con tanto cariño a todas las gentes,
que los protestantes se fueron pasando casi todos al catolicismo.
Fue visitando uno a uno todos los ranchos de la isla y
acabando con muchas creencias supersticiosas de esas pobres gentes y
reemplazándolas por las verdaderas creencias. Llevaba medicinas y lograba la
curación de numerosos enfermos. Pero había por allí unos que eran incurables:
eran los leprosos.
Molokai, la isla maldita. Como en las islas Hawai había muchos leprosos, los
vecinos obtuvieron del gobierno que a todo enfermo de lepra lo desterraran a la
isla de Molokai. Esta isla se convirtió en un infierno de dolor sin esperanza.
Los pobres enfermos, perseguidos en cacerías humanas, eran olvidados allí y
dejados sin auxilios ni ayudas. Para olvidar sus penas se dedicaban los hombres
al alcoholismo y los vicios y las mujeres a toda clase de supersticiones.
Enterrado vivo. Al saber estas noticias el Padre
Damián le pidió al Sr. Obispo que le permitiera irse a vivir con los leprosos
de Molokai. Al Monseñor le parecía casi increíble esta petición, pero le
concedió el permiso, y allá se fue.
En 1873 llego a la
isla de los leprosos.
Antes de partir había dicho: "Sé que voy a un perpetuo destierro, y que
tarde o temprano me contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado
grande si se hace por Cristo".
Los leprosos lo
recibieron con inmensa alegría. La primera noche tuvo que dormir también debajo de una
palmera, porque no había habitación preparada para él. Luego se dedicó a
visitar a los enfermos. Morían muchos y los demás se hallaban desesperados.
Trabajo y
distracción. El
Padre Damián empezó a crear fuentes de trabajo para que los leprosos estuvieran
distraídos. Luego organizó una banda de música. Fue recogiendo a los enfermos
mas abandonados, y él mismo los atendía como abnegado enfermero. Enseñaba
reglas de higiene y poco a poco transformó la isla convirtiéndola en un sitio
agradable para vivir.
Pidiendo al
extranjero.
Empezó a escribir al extranjero, especialmente a Alemania, y de allá le
llegaban buenos donativos. Varios barcos desembarcaban alimentos en las costas,
los cuales el misionero repartía de manera equitativa. Y también le enviaban
medicinas, y dinero para ayudar a los más pobres. Hasta los protestantes se
conmovían con sus cartas y le enviaban donativos para sus leprosos.
Confesión a larga
distancia. Pero
como la gente creía que la lepra era contagiosa, el gobierno prohibió al Padre
Damián salir de la isla y tratar con los que pasaban por allí en los barcos. Y
el sacerdote llevaba años sin poder confesarse. Entonces un día, al acercarse
un barco que llevaba provisiones para los leprosos, el santo sacerdote se subió
a una lancha y casi pegado al barco pidió a un sacerdote que allí viajaba, que
lo confesara. Y a grito entero hizo desde allí su única y última confesión, y
recibió la absolución de sus faltas.
Haciendo de todo. Como esas gentes no tenían casi
dedos, ni manos, el Padre Damián les hacía él mismo el ataúd a los muertos, les
cavaba la sepultura y fabricaba luego como un buen carpintero la cruz para sus
tumbas. Preparaba sanas diversiones para alejar el aburrimiento, y cuando
llegaban los huracanes y destruían los pobres ranchos, él en persona iba a
ayudar a reconstruirlos.
Leproso para siempre. El santo para no demostrar
desprecio a sus queridos leprosos, aceptaba fumar en la pipa que ellos habían
usado. Los saludaba dándoles la mano. Compartía con ellos en todas las acciones
del día. Y sucedió lo que tenía que suceder: que se contagió de la lepra. Y
vino a saberlo de manera inesperada.
La señal fatal. Un día metió el pie en un una
vasija que tenía agua sumamente caliente, y él no sintió nada. Entonces se dio
cuenta de que estaba leproso. Enseguida se arrodilló ante un crucifijo y
exclamó: "Señor, por amor a Ti y por la salvación de estos hijos tuyos,
acepté esta terrible realidad. La enfermedad me ira carcomiendo el cuerpo, pero
me alegra el pensar que cada día en que me encuentre más enfermo en la tierra,
estaré más cerca de Ti para el cielo".
La enfermedad se fue extendiendo prontamente por su
cuerpo. Los enfermos comentaban: "Qué elegante era el Padre Damián cuando
llegó a vivir con nosotros, y que deforme lo ha puesto la enfermedad".
Pero él añadía: "No importa que el cuerpo se vaya volviendo deforme y feo,
si el alma se va volviendo hermosa y agradable a Dios".
Sorpresa final. Poco antes de que el gran sacerdote
muriera, llegó a Molokai un barco. Era el del capitán que lo había traído
cuando llegó de misionero. En aquél viaje le había dicho que con el único
sacerdote con el cual se confesaría sería con él. Y ahora, el capitán venía
expresamente a confesarse con el Padre Damián. Desde entonces la vida de este
hombre de mar cambió y mejoró notablemente. También un hombre que había escrito
calumniando al santo sacerdote llegó a pedirle perdón y se convirtió al
catolicismo.
Y el 15 de abril de 1889 "el leproso
voluntario", el Apóstol de los Leprosos, voló al cielo a recibir el premio
tan merecido por su admirable caridad.
En 1994 el Papa Juan Pablo II, después de haber comprobado milagros obtenidos por la intercesión
de este gran misionero, lo declaró beato, y patrono de los que trabajan entre
los enfermos de lepra.
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