Mons. Reinaldo Nann

sábado, 5 de noviembre de 2011

Dejarse fascinar y aferrar por su amor y ser anunciadores de su Evangelio


05-11-2011 Radio Vaticana

Viernes, 4 nov (RV).- “Como sacerdotes nunca debemos olvidar que la única aspiración legítima al ministerio de Pastor no es la del éxito, sino la de la Cruz”. De esta forma se dirigió esta tarde Benedicto XVI a la gran comunidad de las Universidades Pontificias romanas, celebrando las Vísperas al inicio del año académico.

“La llamada del Señor al ministerio no es el fruto de méritos individuales, sino un don que acoger y al que corresponder dedicándose no al propio proyecto, sino al de Dios, de forma generosa y desinteresada, para que Él disponga de nosotros según su voluntad, aunque ésta podría no corresponder con nuestros deseos de autorrealización”.

El Pontífice recordó en su homilía que “ser sacerdotes implica ser siervos también con una vida ejemplar”, porque la vida de los presbíteros se caracteriza por prestar “una atención especial al rebaño, por la celebración fiel de la liturgia, y de la solicitud constante hacia todos los hermanos, especialmente los más pobres y necesitados”.

El Santo Padre subrayó también tres condiciones para que se cumpla una creciente consonancia con Cristo en la vida de un sacerdote: la aspiración a colaborar con Jesús en la difusión del reino de Dios, la gratuidad del compromiso pastoral y la actitud de servicio. “Nunca hay que olvidar – resaltó Benedicto XVI- que el Sacerdocio comienza con el sacramento de la Ordenación, y ello significa abrirse a la acción de Dios eligiendo cotidianamente la total donación de sí mismos por Él y por los hermanos”.

El Papa se dirigió también a las personas consagradas y a los laicos, a quienes subrayó la importancia de intentar seguir en la vida el proyecto que Dios tiene para cada cual y el valor de la preparación, a través del estudio serio y comprometido, para servir al Pueblo de Dios en las labores que les serán confiadas.

En esta ocasión especial el Santo Padre quiso recordar que hace 70 años Pío XII instituía, con el Motu Proprio Cum Nobis, la Pontificia Obra para las Vocaciones Sacerdotales, con la finalidad de promover las vocaciones presbiterales, difundir el conocimiento de la dignidad y de la necesidad del ministerio ordenado y promover la oración de los fieles para obtener del Señor numerosos y dignos sacerdotes.

Homilía completa:


¡Venerados Hermanos,

Queridos hermanos y hermanas!

Es un gozo para mi celebrar estas Vísperas con ustedes que forman la gran comunidad de las Universidades Pontificias romanas. Saludo al Cardenal Zenon Grocholewski agradeciéndole por las corteses palabras que me ha dirigido y sobre todo por el servicio que desarrolla como Prefecto de la Congregación para la Educación Católica, coadyuvado por el Secretario y por los otros colaboradores. A ellos, y a todos los Rectores, los Profesores y los estudiantes dirijo mi más cordial saludo.

Hace más o menos setenta años el Venerable Pio XII, con el Motu proprio «Cum Nobis» instituía la Pontificia Obra para las Vocaciones Sacerdotales, con los fines de promover las vocaciones presbiterales, de difundir el conocimiento de la dignidad y de la necesidad del ministerio ordenado y de estimular la oración de los fieles para obtener del Señor numerosos y dignos sacerdotes. Con ocasión de tal aniversario, esta tarde quisiera proponerles algunas reflexiones justamente sobre el ministerio sacerdotal. El Motu proprio «Cum Nobis» representó el inicio de un vasto movimiento de iniciativas de oración y de actividades pastorales. Fue una respuesta clara y generosa al llamado del Señor: Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. » (Mt 9,37). Luego de la puesta en marcha de la Pontificia Obra, otras comenzaron a desarrollarse por todas partes. Entre estas quisiera recordar el «Serra International», fundado por algunos empresarios de los Estados Unidos e intitulado a Padre Junípero Serra, Fraile franciscano español, con la finalidad de estimular y apoyar las vocaciones al sacerdocio y asistir económicamente a los seminaristas. A los miembros del Serra, que recuerdan el 60° aniversario del reconocimiento de la Santa Sede, dirijo un cordial pensamiento. La Pontificia Obra para las Vocaciones Sacerdotales fue instituida en la memoria litúrgica de San Carlos Borromeo, venerado protector de los Seminarios. A El pedimos también en esta celebración de interceder para el despertar, la buena formación y el crecimiento de las vocaciones al presbiterado.

También la Palabra de Dios, que hemos escuchado en el pasaje de la Primera Carta de Pedro, invita a meditar sobre la misión de los Pastores en la comunidad cristiana. Desde los albores de la Iglesia ha sido evidente el relieve conferido a las guías de las primeras comunidades, establecidas por los Apóstoles para el anuncio de la Palabra de Dios a través la predicación y para celebrar el sacrificio de Cristo, la Eucaristía. Pedro dirige un apasionado llamamiento: «Exhorto a los presbíteros que están entre ustedes, siendo yo presbítero como ellos y testigo de los sufrimientos de Cristo y copartícipe de la gloria que va a ser revelada.» (1 Pedro 5,1). El dirige tal llamada en fuerza de su personal relación con Cristo, culminada en las dramáticas circunstancias de la pasión y en la experiencia del encuentro con El resucitado de entre los muertos. Pedro, además, habla acerca la reciproca solidaridad de los Pastores en el ministerio, subrayando su pertenencia y la de ellos al único orden apostólico: dice de hecho de ser «anciano como ellos», el término griego es sumpresbyteros. Apacentar la grey de Cristo es vocación y tarea a ellos común y los hace particularmente ligados entre ellos, porque están unidos a Cristo con un vínculo especial. De hecho, el Señor Jesús ha paragonado varias veces a si mismo a un pastor premuroso, atento a cada una de sus ovejas. Dijo de si: «Yo soy el Buen Pastor» (Jn 10,11). Y San Tomás de Aquino comenta: «Si bien los jefes de la Iglesia sean todos pastores, él dice de serlo de manera singular: “Yo soy el buen pastor”, con la finalidad de introducir con dulzura la virtud de la caridad. De hecho no se puede ser buen pastor si no convirtiéndose en una sola cosa con Cristo y sus miembros mediante la caridad. La caridad es el primer deber del buen pastor» (Esposizione su Giovanni, cap. 10, lect. 3).

Es grande la visión que el apóstol Pedro tiene de la llamada al ministerio de guía de la comunidad, concebida en continuidad con la singular elección recibida por los Doce. La vocación apostólica vive gracias a la relación personal con Cristo, alimentada por la asidua oración y animada por la pasión de comunicar el mensaje recibido y la misma experiencia de fe de los Apóstoles. Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar (cfr Mc 3,14). Existen algunas condiciones para que haya una creciente consonancia con Cristo en la vida del sacerdote. Quisiera subrayar tres, que emergen de la lectura que hemos escuchado: la aspiración a colaborar con Jesús en la difusión del Reino de Dios, la gratuidad del compromiso pastoral y la actitud de servicio.

Ante todo, en la llamada al ministerio sacerdotal se encuentra el encuentro con Jesús y el ser fascinados, impresionados por sus palabras, por sus gestos, por su misma persona. Y el haber distinguido, en medio a tantas voces, su voz, respondiendo como Pedro «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios» (Jn 6,68-69). Es como haber sido alcanzados por la irradiación de Bien y de Amor que emana de Él, sentirse envueltos y participes hasta el punto de desear permanecer con El como los dos discípulos de Emaús - «Quédate con nosotros porque se hace tarde» (Jn 24,29) y de llevar al mundo el anuncio del Evangelio. Dios Padre ha enviado al Hijo eterno al mundo para realizar su plan de salvación. Cristo Jesús ha constituido la Iglesia para que se extendiese en el tiempo los efectos benéficos de la redención. La vocación de los sacerdotes tiene su raíz en esta acción del Padre realizada en Cristo, a través del Espíritu Santo. El ministro del Evangelio entonces es aquel que se deja aferrar por Cristo, que sabe «permanecer» con El, que entra en sintonía, en intima amistad, con El, para que todo se cumpla “como lo quiere Dios” (1 Pedro 5,2), según su voluntad de amor, con gran libertad interior y con profundo gozo del corazón.

En segundo lugar, se está llamados a ser administradores de los Misterios de Dios «no por vergonzoso interés, sino con ánimo generoso» (ibidem). No hay que olvidar jamás, que se entra en el sacerdocio a través del Sacramento, de la Ordenación, y esto significa justamente abrirse a la acción de Dios eligiendo cotidianamente donare así mismos por El y por los hermanos, según el dicho evangélico: « Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente » (Mt 10,8). La llamada del Señor al ministerio no es fruto de méritos particulares, sino que es un don de acoger y al que corresponder dedicándose no a un propio proyecto, sino a aquel de Dios, de manera generosa y desinteresado, para que El disponga de nosotros según su voluntad, también si esta pudiese no corresponder a nuestros deseos de autorrealización. Amar junto a Aquel que nos ha amado primero y que se ha entregado completamente. Y el estar disponibles a dejarse envolver en su acto de amor pleno y total al Padre y a todo hombre consumado sobre el Calvario. Pero - como sacerdotes- jamás debemos olvidar que la única subida legitima hacia el ministerio de Pastor no es aquella del éxito, sino aquella de la Cruz.

En esta lógica ser sacerdotes quiere decir ser siervos también con lo ejemplaridad de la vida. (Háganse modelos de la grey) es el envío del apóstol Pedro (1 Pedro 5,3). Los presbíteros son dispensadores de los medios de salvación, de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y de la Penitencia, no disponen de estos al propio arbitrio, sino que son humildes servidores por el bien del Pueblo de Dios. Es entonces una vida marcada profundamente por este servicio: por la cura atenta de la grey, por la celebración fiel de la liturgia, y por la pronta solicitud hacia todos los hermanos, especialmente los más pobres y necesitados. En el vivir esta «caridad pastoral» sobre el modelo de Cristo y con Cristo, en cualquier lugar el Señor nos llama, cada sacerdote se podrá realizar plenamente a sí mismo y a la propia vocación.

Queridos hermanos y hermanas, he ofrecido algunas reflexiones sobre el ministerio sacerdotal. Pero también las personas consagradas y los laicos, pienso de manera particular a las numerosas religiosas y laicas que estudian en las Universidades Eclesiásticas de Roma, como también aquellos que prestan su servicio como docentes o como personal en dichos Ateneos, podrán encontrar elementos útiles para vivir con mayor intensidad el periodo que transcurren en la Ciudad Eterna. Es importante para todos, de hecho, aprender siempre cada vez más a «permanecer» con el Señor, cotidianamente, en el encuentro personal con El para dejarse fascinar y aferrar por su amor y ser anunciadores de su Evangelio; es importante buscar de seguir en la vida, con generosidad, no un proyecto propio, sino aquel que Dios tiene para cada uno, conformando la propia voluntad a aquella del Señor; es importante prepararse, también a través de un estudio serio y comprometido, a servir al Pueblo de Dios en las tareas que vendrán confiadas.

Queridos amigos, vivan bien, en intima comunión con el Señor, este tiempo de formación: es un don precioso que Dios les ofrece, especialmente aquí a Roma donde se respira, de manera del todo singular, la catolicidad de la Iglesia. Que San Carlos Borromeo obtenga la gracia de la fidelidad a todos aquellos que frecuentan las Facultades eclesiásticas romanas. A todos ustedes, por intercesión de la Virgen María, Sedes Sapientiae, el Señor conceda un provechoso año académico. Amen.

Traducción de Raúl Cabrera.

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