Mons. Reinaldo Nann

lunes, 31 de octubre de 2011

Festividad de San Wolfgang de Ratisbona


Obispo de Ratisbona.

Etimológicamente significa “que camina como el lobo”. Viene de la lengua alemana.

El aliento fundamental del creyente en todo tiempo y lugar lo constituye la oración. Si no se alimenta de ella se parece a un cielo sin sol o a un jardín sin bellas flores.

La vida de este joven comenzó en el año 937 hasta que murió en Peppingen (Austria) el 31 de octubre del 994.

Cuando en la vida hay personas que les molesta el nombre que le han puesto, él, sin embargo, se lo agradeció a sus padres. Y con gracia les decía: "Sólo que yo corro detrás de las ovejas para alimentarlas y no para matarlas".

Comenzó su trabajo como profesor. Pero este trabajo, aunque bello y lindo, no le llenaba. Por eso pidió entrar en los Benedictinos.

En sus sueños juveniles llevaba impresa la imagen de ser misionero en Hungría. No era el mejor momento, ya que los húngaros habrían sufrido una derrota con los alemanes.

A su vuelta de Hungría, lo nombraron obispo de Ratisbona. Fue un obispo apostólico, lleno del celo de Dios por sus fieles. Mostraba ante ellos una santidad viva y un amor que no conoce límites.

Logró, mediante su ejemplo, transformar la diócesis y al mismo clero.

Tenía tiempo para todo. El mismo se encargó de la formación del futuro emperador san Enrique II.

Por su parte era amable e indulgente con todos, sobre todo con los que más merecían estas dos cualidades de su rica personalidad.

Cayó enfermo en Peppingen, cerca de Linz mientras hacía una visita pastoral a esa parte de la diócesis. Lo llevaron, a petición suya, al altar para que le diesen la Unción de los Enfermos. La muchedumbre se agolpaba para verlo. El clero quería impedirlo. Entonces les dijo: "Dejad que me vean morir y que Dios nos dé a todos su misericordia".

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