Mons. Reinaldo Nann

martes, 4 de octubre de 2011

El sacerdote en el Siglo XXI según el Cardenal Piacenza

El prefecto de la Congregación para el Clero traza el perfil en una visita a EEUU.

LOS ÁNGELES, martes 4 de octubre de 2011 (ZENIT.org).- “Dispensadores de los Misterios de Cristo” y “signos seguros de referencia y de esperanza para cuantos buscan la plenitud, el sentido, el fin, la felicidad”: el prefecto de la Congregación para el Clero, el cardenal Mauro Piacenza, trazó un preciso perfil del sacerdote del siglo XXI.

Lo hizo este lunes en una intervención ante los sacerdotes de Los Ángeles, donde está participando, por invitación del nuevo arzobispo de la archidiócesis, en la reunión anual de sacerdotes hispánicos en servicio en los Estados Unidos.

“Ante un mundo anémico de oración y de adoración, el sacerdote es, en primer lugar el hombre de la oración, de la adoración, del culto, de la celebración de los santos Misterios”, indicó.

“Ante un mundo sumergido en mensajes consumistas, pansexuales, atacado por el error, presentado en los aspectos más seductores, el sacerdote debe hablar de Dios y de las realidades eternas y, para poderlo hacer con credibilidad, debe ser apasionadamente creyente, ¡como también ser “limpio”!”, continuó.

Según el prefecto de la Congregación para el Clero, “el sacerdote debe dar la impresión de estar en medio de la gente, como uno que parte de una lógica y habla una lengua diversa de los otros”.

“Él no es como “los otros” -advirtió-. Lo que la gente espera de él es precisamente que no sea “como los demás”.


Una respuesta
En referencia al contexto actual, afirmó que “ante un mundo sumergido en la violencia y corroído por el egoísmo, el sacerdote debe ser el hombre de la caridad”.

“Desde las alturas purísimas del amor de Dios, del que realiza una particularísima experiencia, desciende al valle, donde muchos viven su vida de soledad, de incomunicabilidad, de violencia, para anunciarles misericordia, reconciliación y esperanza”, explicó.

“El sacerdote responde a las exigencias de la sociedad, haciéndose voz de quien no tiene voz: los pequeños, los pobres, los ancianos, los oprimidos, marginados”, continuó.

“No pertenece a sí mismo sino a los demás, dijo, “comparte las alegrías y los dolores de todos, sin distinción de edad, categoría social, procedencia política, práctica religiosa”.

“Él es el guía de la porción del pueblo que le ha sido confiada”, señaló el purpurado, “pastor de una comunidad formada por personas” en la que cada una tiene un nombre, su historia, su destino, su secreto.

Misión
El cardenal Piacenza también habló de la misión del sacerdote en el siglo XXI, que corresponde “a una vocación eterna que se realiza en la plena comunión con Dios”.

“Tiene la difícil tarea, pero eminente, de guiar estas personas con la mayor atención religiosa y con el escrupuloso respeto de su dignidad humana, de su trabajo, de sus derechos”, destacó.
“El sacerdote no dudará en entregar la vida, o en una breve pero intensa temporada de dedicación generosa y sin límites, o en una donación cotidiana, larga”, añadió.

“El sacerdote debe proclamar al mundo el mensaje eterno de Cristo, en su pureza y radicalidad”, señaló en otro momento.

Y añadió: “no debe rebajar el mensaje, sino, más bien, confortar la gente; debe dar a la sociedad anestesiada por los mensajes de algunos directores ocultos, detenedores de los poderes que valen, la fuerza liberadora de Cristo”.

Modelo de estabilidad
En opinión de monseñor Piacenza, “un sacerdote debe ser al mismo tiempo pequeño y grande, noble de espíritu como un rey, sencillo y natural como un campesino”.

También se refirió al sacerdote como a “un héroe en la conquista de sí, el soberano de sus deseos, un servidor de los pequeños y débiles; que no se humilla ante los poderosos, pero que se inclina ante los pobres y pequeños, discípulo de su Señor y cabeza de su grey”.

Al dirigirse a los sacerdotes de la archidiócesis estadounidense, el purpurado destacó los resultados de una investigación sobre Dachau.

Según los supervivientes de ese campo de concentración, en medio de aquel infierno, los que se mantuvieron equilibrados por más tiempo fueron los sacerdotes católicos.

El cardenal Piacenza explicó cómo les resultó posible eso: “porque eran conscientes de su vocación, tenían su escala jerárquica de valores, su entrega al ideal era total, eran conscientes de su misión específica y de los motivos profundos que la sostenían”.

El purpurado también habló de la necesidad de sacerdotes íntegros en el contexto actual, caracterizado por la inestabilidad (en la familia, en el trabajo, en las instituciones,...).

“El sacerdote debe ser, sin embargo, constitucionalmente un modelo de estabilidad y de madurez, de entrega plena a su apostolado”, orientó a los presbíteros que le escuchaban.

Vida y ministerio
Ante “la secularización, el gnosticismo, el ateísmo, en sus varias formas” que “están reduciendo cada vez más el espacio de lo sagrado”, el desorden moral y la pobreza espiritual, “la vida y el ministerio del sacerdote adquieren importancia decisiva y urgente actualidad”, afirmó.

Según el prefecto de la Congregación para el Clero, “el verdadero campo de batalla de la Iglesia es el paisaje secreto del espíritu del hombre y en él no se entra sin mucho tacto, sin mucha compunción, además de contar con la gracia de estado prometida por el sacramento del orden”.

El purpurado también realizó una advertencia a los sacerdotes: “la Iglesia es capaz de resistir a todos los ataques, a todos los asaltos que las potencias políticas, económicas y culturales pueden desencadenar contra ella, pero no resiste al peligro que proviene del olvidar esta palabra de Jesús”, dijo.

Finalmente, preguntó “a qué serviría un sacerdote tan semejante al mundo, que se convierte en sacerdote mimetizado y no en fermento transformador”.

Aseguró que “no se puede regalar un don más precioso a una comunidad que un sacerdote según el corazón de Cristo”.

“La esperanza del mundo consiste en poder contar, también para el futuro, con el amor de corazones sacerdotales límpidos, fuertes y misericordiosos, libres y mansos, generosos y fieles”, afirmó.

Y concluyó exhortando a los sacerdotes a estar unidos y a ser santos: “Más allá de las inquietudes y contestaciones que agitan el mundo, y se hacen sentir también dentro de la Iglesia, están en acción fuerzas secretas, escondidas y fecundas en santidad”.

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