Mons. Reinaldo Nann

lunes, 5 de septiembre de 2011

Festividad de San Lorenzo Justiniano, Patriarca de Venecia


La verdadera ciencia consiste en saber estas dos cosas: que Dios lo es todo y que uno no es nada”. (San Lorenzo Justiniano).

San Lorenzo Justiniano nació en Venecia en 1381, hijo de Bernardo y Querina. Querina Querini quedó viuda muy joven y educó con esmero a su hijo. En frente de San Marcos y del Palacio Ducal está la isla de San Jorge, y en ella, la iglesia de San Jorge, donde vive un grupo de jóvenes. Su madre tenía otros planes, pero él se consagró al Señor.

Ordenado sacerdote, pone en marcha la Congregación de canónigos seculares de San Jorge. En medio de dificultades y de insidias, recorre los 150 canales de la ciudad, que enlazan las 122 islas con hermosos puentes, recogiendo y repartiendo limosnas. Al llegar un día al palacio de su madre, se quedó en el umbral y aceptó tan sólo un pan.

A principios del siglo XV, el papa veneciano Gregorio XII -cuando Pedro de Luna (Benedicto XIII, antipapa) y Baltasar de Cosa (Juan XXIII, antipapa) le disputaban la tiara -encarga a Lorenzo el priorato de San Agustín de Vicenza. Pronto vuelve a San Jorge. En la peste de 1423 se porta heroicamente.

Vuelve a pasar otros tres años a Vicenza, ahora de retiro y soledad.

Escribe libros ascéticos, luminosos y jugosos, muy distintos de los esquemas fríos de la escolástica, dominada ahora por los últimos nominalistas. Tratan sobre el camino del alma hasta Dios, a través de Jesucristo. Trata con gran altura sobre el matrimonio espiritual. Buen émulo de Gerson.

Otro Papa veneciano, Eugenio IV, -el Papa unionista del concilio de Florencia- le nombra obispo de Castelo, isla adriática, vecina al Lido veneciano. Convocó un sínodo de donde salieron sabias constituciones sobre la reforma de la Iglesia. Algunos se molestaron, como cuando promulgó un decreto para reprimir el lujo de las mujeres, pero él siguió adelante.

Predicaba austeridad, pero iba por delante con el ejemplo: "Dar satisfacción a los sentidos y querer mantenerse puro es igual que pretender apagar un incendio arrojando leña en él". Grande era también su ecuanimidad. "Siempre era igual, dice un biógrafo: nadie le vio, ni conmovido por la ira, ni disipado por la prosperidad, ni turbado por el placer, ni encogido por el miedo, ni acobardado por el dolor". Otro autor asegura: "Tuvo un don maravilloso, y es que todos los que habían estado con él se despedían con el alma llena de gozo y de paz. Todo en él inspiraba amor".

El 1451 fue elevado por Nicolás V (antipapa) a la sede de Venecia. Su vida privada de monje y asceta siguió como en San Jorge. En un lustro realizó una obra ingente. Años de sabio gobierno, de acertadas y valientes reformas, que prepararían el camino para Trento. Aún tiene tiempo para escribir sobre El gobierno de obispos, Grados de perfección, El incendio del amor divino. Así completaba sus escritos del retiro de Vicenza.

La vida de Lorenzo es difícil de resumir, por las múltiples facetas que abarcó. Y lo maravilloso es que en todas las facetas lo hizo con profundidad. No vale aquí el refrán de que el que mucho abarca, poco aprieta.

En efecto, fue amante de la soledad y de la contemplación, y con la misma energía, fue un hombre de múltiple actividad. Dio normas sabias sobre el gobierno pastoral de los obispos, pero no como un hombre de gabinete, sino como alguien que reflejaba lo que él practicaba.

Fue el primer patriarca de Venecia, cuna de papas. Juan XXIII, sucesor suyo con el tiempo en Venecia, lo tomó como ejemplo y patrón de su pontificado. En Venecia murió Lorenzo en 1456 con estas palabras: "A Ti voy, oh Jesús". Fue canonizado por Alejandro VIII en 1690.

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