Mons. Reinaldo Nann

martes, 6 de septiembre de 2011

El que te ofende se hiere a sí mismo

Texto completo de las palabras del Papa en el Ángelus [04.09.2011]


Queridos hermanos y hermanas:

Las Lecturas bíblicas de la Misa de este domingo convergen en el tema de la caridad fraterna en la comunidad de los creyentes, que tiene su fuente en la comunión de la Trinidad. El apóstol Pablo afirma que toda la Ley de Dios encuentra su plenitud en el amor, de modo que, en nuestras relaciones con los demás, los diez mandamientos y cualquier otro precepto se resumen en: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Cfr. Rm 13, 8-10).

El texto del Evangelio, tomado del capítulo 18 de Mateo, dedicado al a vida de la comunidad cristiana, nos dice que el amor fraterno comporta también un sentido de responsabilidad recíproca, por lo que, si mi hermano comete una culpa contra mí, yo debo ser caritativo con él y, ante todo, hablarle personalmente, haciéndole presente que lo que ha dicho o hecho no es bueno. Este modo de actuar se llama corrección fraterna: no es una reacción a la ofensa sufrida, sino que es movida por el amor por el hermano. Comenta San Agustín: “Aquel que te ha ofendido, ofendiéndote, ha inferido a sí mismo una grave herida, y tú ¿no te preocupas por la herida de un hermano tuyo? ... Tú debes olvidar la ofensa que has recibido, no la herida de tu hermano” (Discursos 82, 7).

¿Y si el hermano no me escucha? Jesús en el Evangelio de hoy indica una gradualidad: primero ir a hablarle con otras dos o tres personas, para ayudarlo mejor a darse cuenta de lo que ha hecho; si a pesar de esto, él rechaza aún la observación, es necesario decirlo a la comunidad; y si no escucha ni siquiera a la comunidad, hay que hacerle percibir la separación que él mismo ha provocado, separándose de la comunión de la Iglesia. Todo esto indica que hay una corresponsabilidad en el camino de la vida cristiana: cada uno, consciente de sus propios límites y defectos, está llamado a recibir la corrección fraterna y a ayudar a los demás con este servicio particular.

Otro fruto de la caridad en la comunidad es la oración común. Dice Jesús: “Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,19-20). La oración personal ciertamente es importante, es más, indispensable, pero el Señor asegura su presencia a la comunidad que –aún si es muy pequeña– está unida y unánime, porque ella refleja la realidad misma de Dios Uno y Trino, perfecta comunión de amor.

Dice Orígenes que “debemos ejercitarnos en esta sinfonía” (Comentario al Evangelio de Mateo 14, 1), es decir en esta concordia dentro de la comunidad cristiana. Debemos ejercitarnos tanto en la corrección fraterna, que requiere mucha humildad y sencillez de corazón, cuanto en la oración, para que suba a Dios de una comunidad verdaderamente unida en Cristo. Interroguémonos sobre todo esto por intercesión de María Santísima, Madre de la Iglesia, y de San Gregorio Magno, Papa y Doctor, a quien ayer hemos recordado en la liturgia.

Traducción de María Fernanda Bernasconi - Radio Vaticana.

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